1990: Depeche Mode – Violator (Mute/EMI)

Los discos que cambiaron nuestra vida

La primera vez que mi padre me pidió un disco fue el Violator de Depeche Mode. Ese día pensé que me había hecho mayor: había dejado de escuchar música de niños.

Teniendo en cuenta que un cuadro con un póster promocional de Woodstock presidía el comedor de mi casa cuando yo era pequeña, era lógico que los ídolos pre-adolescentes escupidos y troceados quincenalmente por el panfleto adolescente SuperPop que poblaban mi propia habitación provocaran en mis padres hilaridad, sorna y un pelín de mala leche. Esos artistas, cuyas canciones repetían los 40 Principales hasta el aborrecimiento, les provocaban flatulencias, muecas, carcajadas y tirria a partes iguales.

… Y llegó Violator entrando yo, y otro montón de baby-boomers como yo, en la adolescencia. Y nos rodeó de una fiebre que de pronto volvió negro el interior de nuestros armarios y nos hizo adoptar una pose lánguida y tristona que no acababa de entender bien. No nos vamos a engañar, mi infancia había sido de lo más feliz y mi (próxima) adolescencia de momento no me hacía presagiar grandes desencuentros con el mundo, pero yo intentaba reproducir esa actitud desengañada y cabizbaja lo mejor que podía: un gran póster con la rosa roja presidía la cabecera de la cama y varias fotos de la banda decoraban las paredes. Me grabé “Enjoy the Silence” y “Personal Jesus” de la radio y atronaban a todas horas en mi walkman.

…Y por fin me compré mi flamante copia del recién estrenado Violator en cedé, para celebrar que mis padres, irreductibles del vinilo, claudicaron ante el reproductor digital del que desconfiaban. Lo escuchaba a todas horas en el comedor (donde estaba el nuevo altar con ese único reproductor digital de la casa) con auriculares, mientras los demás miraban la tele. Repetía como un loro unas letras que no entendía muy bien. De hecho no entendía nada, pero sabía que para mi se habían acabado las historias sobre romances que se rompen en verano o niños bonitos que prometen un pueril amor eterno. Me invadía la melancolía en «Blue dress» y al minuto siguiente me quería poner a saltar con «Policy of truth». Los temas lentos eran tristes pero me gustaban. El resto, también. Y además, las canciones que no sonaban en la radio eran aún mejores.

…Y me regalaron para mi cumpleaños la entrada para el The World Violation Tour. Una entrada pequeñita, con su rosa. Allí nos fuimos a verlos, nos llevó mi padre, y mi amiga (pre-adolescente como yo e igualmente inoculada con el virus depechemodista) no tenía entrada. En la puerta nos encontramos un rotundo sold out y, tras la pequeña decepción inicial, mi padre vendió la entrada a alguien, nos compró una hamburguesa con patatas y un refresco y estuvimos escuchando el concierto desde fuera del estadio. Cantando como si estuviéramos dentro. ¡Nos sabíamos todas las canciones! Al final nos dio un poco igual habernos quedado en la calle.

… Y al día siguiente, o al otro, mientras hacías los deberes, entró mi padre en mi habitación y (¡para mi asombro mayúsculo!) me pidió el Violator. Lo escuchó entero dos veces (dos veces sonó, sin auriculares, por toda la casa!). Luego lo quitó… y volvió a sonar… la Creedence, supongo. Pero yo tenía la sensación de que me acababa de hacer mayor.

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