1993: Smashing Pumpkins – Siamese Dream (Geffen)

Los discos que cambiaron nuestra vida

Salto al Vacío fue la primera película de Daniel Calparsoro, un film en el que el cineasta vasco reflejaba con toda crudeza la situación de desamparo y decadencia a la que la brutal reconversión industrial de los años ochenta, avocó a buena parte de Vizcaya.  Como perfecto marco, y mientras Najwa Nimri traficaba con armas y drogas entre escombros y ruinas, sonaba “Disarm”, la sexta canción del Siamese Dream, el mejor disco de Smashing Pumpkins.

No eligió mal Calparsoro la banda sonora de su ópera prima. Si Salto Al Vacío hablaba de fracaso, frustración, desesperación y soledad, Siamese Dream lo hacía sobre lo mismo. No en vano, los Smashing Pumpkins llegaban de milagro a su segundo disco. Tras el sorprendente éxito de su debut Gish, su camino se había torcido. Jimmy Chamberlin, el batería, vivía sumido en la heroína, James Iha y D´arcy Wretzky, guitarra y bajo, acababan de romper estrepitosamente una fugaz relación  y  Billy Corgan, el alma del grupo, había perdido la suya propia y siendo incapaz de escribir, se había intentado suicidar.

Con estos mimbres, en diciembre de 1992, la banda entró en los estudios Triclops Sound Studios en Atlanta con el fin de reinventarse o desaparecer. Poco duraron en Atlanta. Jimmy Chamberlin, perdido en una espiral sin retorno, no podía seguir las sesiones y el grupo se vio obligado a cambiar de estudio con frecuencia para que el batería perdiera sus contactos y no pudiera comprar más heroína. 

Sin embargo y cuando todo parecía perdido, Billy Corgan se encerró en el estudio 16 horas diarias durante meses y, quizás gracias al Loveless de My Bloody Valentine que escuchaba de forma permanente, o la paciencia encomiable del productor Butch Vig, recuperó la inspiración y con ella su genialidad maldita de inseguridad y éxito mal digerido.

Corgan partió de la base del Gish y de los rudimentos más básicos del grunge, pero consiguió dotar al sonido de una nueva orientación. Utilizando cientos de cuerdas y percusiones cercanas al jazz, impregnó las guitarras, tan etéreas como las de Kevin Shields, de un cierto halo de barroquismo equilibrado y sublime con un resultado inmejorable, una obra maestra. “Cherub Rock”, “Today”, “Disarm”, “Mayonaise”, “Soma”, «Spaceboy» combinan la fluidez del grunge más guitarrero y evidente con una ornamentación progresiva e inesperada que las dota de una personalidad inconfundible. Redondeando la genialidad de Corgan a base de esmero y equilibrio, Butch Vig en su año inolvidable, acababa de firmar, nada más y nada menos, el triángulo mágico del sonido de los años noventa,  el Nevermind de Nirvana, el Dirty de Sonic Youth y quizás el mejor disco de la década, el Siamese Dream de Smashing Pumpkins.

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