Anari – Irla izan (Bidehuts)

Irla izan (09), el nuevo trabajo de Anari, es una obra que gira en torno al miedo y la resignación de tener que elegir como única salida para huir del inmovilismo y la rutina que nos atenaza día tras día. Y va más allá: como la disyuntiva en sí misma nos arroja a otra nueva sima más profunda aún.

Tranquilos, no se corten las venas, y sobre todo, no huyan si son capaces de cuestionar cada movimiento que dan en su transitar; esta colección de pasajes tensos y de una belleza abrupta propia del euskera, van al núcleo mismo de las preguntas que todos deberíamos hacernos para dar sentido, o hacérselo perder por completo ya, a nuestra existencia.

Es difícil llegar a la esencia de estas canciones si no se conoce su lengua, pero la propia atmósfera de desasosiego y gravedad que destila su música permiten acercarse lo suficiente para quedar sin aliento. Una producción cruda y cristalina, dota de un lirismo salvaje a los lamentos firmes y cortantes que levanta Anari, y que, curiosamente, en sus dejes vocales me recuerda más de una vez a Tim Buckley por extraño que resulte.

Si tuviésemos que buscar conexiones en esta trovadora, las encontraríamos en sus descargas eléctricas puntuales que remiten a Lisabö y en una concepción de la canción y su tormento muy cercana a la de Ainara Legardon. El acompañamiento instrumental que abriga los temas, es sobresaliente. El cello de Maite Arroitajauregi aporta una profundidad y melancolía de ocaso a letanías como “Zure Ertza” (“¿Y si no puedo volver a creer, y la decepción y el deseo son eternos amantes?”) o “Zuhaitzena” (“Un violento viento lo azota todo. Al cruzarnos con él, todos agachamos la cabeza en un signo de resignación”).

Joaquín Pascual, con sus momentos más lúcidos desde que finiquitara Mercromina, colabora impecable al hammond y piano, y es responsable en gran medida de los momentos más colosales de Irla izan (09): “Isla” (“Todo lo que perseguimos es reflejo de algo que tuvimos”) y “Bidea eta denbora” (“no puedo volver atrás, no quiero avanzar; no necesito lo que deseo, pero tampoco deseo lo que necesito”), con tremendo solo de guitarra incluido. El aroma clásico a Neil Young de “Distantzia” (“Con un largo suspiro, paras el tiempo y me preguntas cómo se mide una distancia –prueba a sumar las ausencias-”) es otro momento a retener ya siempre.

Irla Itzan (09) es una experiencia vivificadora, una trepanación que penetra hasta el fundamento de nuestra vida. Un disco valiente y sincero, ajeno al pensamiento-masa absurdo, fofo y aterrador que busca engullirnos fatídicamente.

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