Andrés Calamaro – Romaphonic Sessions (Warner)

No es novedad, pero Andrés Calamaro no para. Tras documentar el exitoso Bohemio Tour por partida doble en Jamón del Medio y Pura Sangre y publicar hace menos de un año Hijos del Pueblo, que atestiguaba su gira por México junto a Búnbury, ahora retoma la serie “Grabaciones Encontradas” con su tercer volumen, un Romaphonic Sessions cuya grabación conviene explicar para valorarlo en su justa medida.

Tras ser invitado el pasado verano a ser telonero de Bob Dylan en la parada donostiarra de su gira, Calamaro decide honrar la ocasión con una actuación especial. Para prepararla se encierra en el estudio Romaphonic de Buenos Aires junto a su pianista habitual, Germán Wiedemer, para decidir y ensayar el repertorio. Romaphonic Sessions es el reflejo en forma de grabación de esos dos días de ensayos.

Registrado a piano y voz, el improvisado álbum suena espacioso, elegante, lejos de las coordenadas lo-fi que guiaron las dos primeras entregas de “Grabaciones Encontradas”. Mezclando material propio y ajeno con desigual acierto, Calamaro aporta esta vez más luces que sombras a su dispersa discografía. La magnífica versión de “Mi enfermedad” o su audaz acercamiento al uruguayo Leo Maslíah en “Biromes y servilletas” figuran entre los hallazgos junto a una sentida revisión de “Garúa”. Por contra, la apertura con “Nueva zamba para mi tierra” de su idolatrado Litto Nebbia o su enésima versión de “El día que me quieras”, mezclada aquí con “7 segundos” –qué mal envejecen ciertas canciones de Los Rodríguez- patinan, igual que “Los aviones”, muy lejos de su brillante grabación original.

Por sorpresa, lo más destacado llega en la recta final, donde enlaza sendos acercamientos a los hermanos Expósito y Carlos Gardel –“Absurdo” y “Soledad” respectivamente- con una pausada y sentida relectura de “Paloma”, composición que alejada de su original electricidad confirma por qué es uno de sus mayores clásicos.

En conjunto, y a pesar de lo peligroso del formato, el bloque funciona, en gran medida gracias a la voz de Andrés, quizá en su mejor momento interpretativo de siempre, mezclando sabiamente la profundidad del tiempo con una capacidad para el matiz aún intacta. Por lo limitado de la propuesta Romaphonic Sessions no será un futuro clásico, pero sí resulta un disfrutable capricho de temporada, de compra obligada para los esforzados seguidores del inquieto artista argentino.

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