Audioslave – Out Of Exile (Interoscope/Epic)

Acontecimientos como la salida del nuevo disco de Audioslave, Out of Exile, son los que nos retraen en el tiempo y nos trasladan a un pasado vilmente idealizado por la certeza que proporciona la ausencia de lo que anhelamos y no está. Es inevitable que afloren los recuerdos de aquellos que crecimos y descubrimos tantas bandas gloriosas hace más de diez años al amparo de una década convulsa e inestable, marcada por el angustioso juicio al que sometía a la naturaleza humana. ¿Muestras? Las que quieran: baste citar mi reciente revisión en vídeo de la actuación de Pearl Jam en el festival Pink Pop del año 92 o lamer heridas con el desgarro que supuraba Greg Dulli al frente de Afghan Whigs en Gentlemen.

Ingenuos o no, algunos seguimos sintiendo y viviendo como aprendimos entonces y miramos estos tiempos con la anestesia del escepticismo. La postura forzada, la ausencia de motivación y el engaño en que nos envuelve el “Fascismo Amistoso” como denomina la pluma de James Petras el entorno social, político y cultural urdido por los engranajes del sistema, es el tablero de juego donde nos toca mover ficha… y también a Audioslave.

Y -disculpen el vuelo sin motor del momento- retomando la mirada a este lechoso teclado, la gran pregunta es obvia: ¿Consigue Out of Exile transportarnos a ese deseado oasis? Como diría Nacho Vegas, ”seré muy breve”: No, ni mucho menos. Si quisiese recurriría a argumentos facilones como la descontextualización de su propuesta sonora hoy en día, pero entonces yo también contribuiría al absurdo alienante desnudado unas líneas más arriba (qué demonios, una obra maestra está por encima de modas, contextos o soplapolleces varias: Nadie suena como los gunners o como The Cure actualmente y nadie duda del chute emocional que supone la escucha de maravillas como Apetite for destruction o Disintegration una y otra vez). Vayamos pues a los verdaderos argumentos que evidencian la flaqueza de este segundo trabajo de Morello y compañía.

Lo que más molesta a primera vista es lo acomodada que suena esta obra, no quisiera acusar a semejantes músicos –su currículum asusta- de inmovilismo o falta de inquietudes, pero disimulan muy bien la postura contraria que al parecer defienden en las entrevistas al ensalzar Out of Exile. Desprendido de la espontaneidad, fiereza y nervio del debut, los presentes con los que nos obsequia su segundo álbum se antojan raquíticos, acaso ensalzar la cohesión compositiva del combo, lo que ayuda a alejar su sonido de las bandas de las que provenían sus miembros (sólo “Your time has come” o “Drown me slowly” suenan tan a Rage Against the Machine como su ópera prima y Soundgarden sólo planea puntualmente en el estribillo de “Man or Animal” de forma explícita) y es de agradecer por igual el ensamblaje perfecto de unas piezas con tanto talento (suenan más a banda y menos a proyecto coyuntural), eso sí, desafortunadamente desaprovechadas.

La cohesión mencionada convierte el disco en uno de esos plásticos que caen bajo esa denominación tan hueca que supone la palabra “maduro”; y aquí debemos entenderla con las connotaciones negativas del vocablo: la banda suena desangelada, como si llevase lustros tocando, desgastada, no hay sorpresa, no hay intención de impactar, hablamos de un gatillazo –puntual, todo sea dicho, no hagamos leña aún…-.

Se agradece, no obstante, el mayor peso compositivo de C. Cornell –de nuevo todas las letras corren por parte de su asfixiante y apocalíptica pluma desengañada con el mundo, lo que es una garantía- y en el plano musical eso acerca a Out of Exile al debut en solitario del hijo pródigo de Seattle, el a ratos inspirado Euphoria Morning. Este suceso permite destacar los momentos más introspectivos que había mostrado hasta ahora la banda y que entroncan con” Like a stone” o “I am the highway”, dos de los mejores temas de su anterior trabajo, nos referimos al single “Be Yourself” (algunos condenarán aquí su acercamiento radio-friendly) y la emotiva Heaven’s Dead.

No desearía que esto pareciese la pataleta de un “grunjero old school” recordando los shows en los que el moshing importaba más que la colocación del flequillo a los asistentes y tampoco quisiera resultar tan injusto y pedir un BadMotorFinger o un Rage Against the Machine a unos artistas que ya han tocado el cielo, pero lo que sí me gustaría es poder seguir defendiendo el talento y la honestidad que nos regaló una década tan injustamente olvidada retratada en mejores instantáneas que la que me ocupa.

Un nuevo signo para seguir viviendo más ayer que mañana, por mucho que nos pese.

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