Bob Dylan – Festival de Pedralbes (Barcelona)

A pesar de que la legendaria capacidad de reinvención y sorpresa que ha caracterizado siempre los conciertos de Bob Dylan ha entrado en una fase de estancamiento, los setlists que ha ofrecido los dos últimos años son prácticamente calcos los unos de los otros, ahora nos encontramos con que la calidad de sus actuaciones ha subido enteros. Dylan prácticamente ofrece el mismo show noche tras noche y continente tras continente pero precisamente esa repetición permite al señor Zimmerman, a sus 74 añazos, seguir rindiendo a sus pies al público tras cada actuación. Ni tan siquiera la elección de un cancionero en el que Tempest (2012), grandioso disco por otro lado, sea la pieda angular y buena parte del resto también sean canciones relativamente modernas, solo toca «She Belongs to Me», «Tangled up in Blue», «Simple Twist of Fate» y «Blowing in the Wind» de su época más famosa, impide que hasta el seguidor más irregular acabe disfrutando como el que más.

En un escenario situado en los jardines de Pedralbes en Barcelona, justo enfrente del Palau Reial, con poco aforo y las entradas agotadas desde hacía días Dylan jugaba sobre seguro. Curiosamente de un humor excelente a pesar del sofocante calor, se le vio reírse a carcajadas interpretando «Duquesne Whistle», en ningún momento del concierto quiso esconderse detrás del piano ni hacer ninguna mueca de disgusto, al contrario, incluso se arrancó con un par de bailecitos (song and dance man) y pareció agradecer de veras todas las muestras de cariño que recibió del público. En este formato de concierto Dylan alterna entre el piano, con el que se sigue mostrando muy seguro y en forma, y cantando de pie como un crooner y sin nada en las manos, y como lo echa de menos. Como era de esperar, absolutamente nada de guitarra aunque por fortuna sí se lanzó con unos cuantos solos de armónica. En cuanto a la voz, considerablemente mejor que unos años atrás, quien sabe si por cirugía o porque ha vuelto a su voz más natural, la de John Wesley Harding (1967) por ejemplo. En ese sentido, en cuanto le tocó interpretar las canciones que cincuenta años atrás interpretó el mismísimo Sinatra y que él ha recuperado en el reciente Shadows in the Night, su actuación fue sobresaliente, especialmente  considerando que la instrumentalización es mínima en esas canciones.

En cuanto a la banda, como es algo sagrado en el Never Ending Tour, estuvo inmejorable, sin duda una de las mejores que se puedan ver en la actualidad sea el formato que sea. Su capacidad para pasar del blues al jazz o del rock al brass band según se tercie es exquisita. No es ningún secreto que por alguna razón Dylan muchas veces ha cuidado más el sonido de su directo que el de sus grabaciones y canciones que no pasan de un pasable en disco se convierten en notables en vivo.
En definitiva un concierto verdaderamente excelente por sí mismo sin tener que caer en complacencias ni concesiones a los galones o las canas. El show que está ofreciendo Dylan quizás sea el mejor de los últimos diez años. Ha encontrado una fórmula ganadora y que se le adapta como anillo al dedo, sin recurrir a artificios ni a nostalgias baratas, ofreciendo solo música en mayúsculas y acrecentando una leyenda de la que solo décadas después seremos conscientes de su verdadera dimensión.

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