Bob Dylan – Poble Espanyol ( Barcelona)

Cuando he comenzado a escribir esta crónica no tenía ni idea de cómo empezar. Por eso he empezado con los datos técnicos: nombre, lugar, fecha, hora,… para ir haciendo tiempo. Ha sido al escribir «Bob Dylan» cuando, mientras sonaba «Forever young» en los altavoces, he caído en dónde estuve ayer y algo me ha sacudido el sistema nervioso con un estremecimiento generalizado. Son cosas que pasan.
Estas cosas no te pasan con 16 años. Pero te vas haciendo mayor y te vuelves sentimental. Y el caso es que tú no quieres. Aún así, si tienes suerte, en ese camino de hacerte mayor y volverte sentimental te puedes encontrar a un señor que cuenta cosas que te pueden sacar de los entuertos en los que te mete la vida. Cuenta que «la respuesta está flotando en el viento«; cuenta cómo es «estar fuera de lugar» y cómo, «cuando no tienes nada, no tienes nada que perder»; cuenta que «por la guerra y por la paz se doblega la verdad» y que, en muchas ocasiones, «sólo serás un peón en su juego»; que las pelirrojas con marido te dejan «envuelto en la tristeza» y que, al final, «posiblemente tú sigas tu camino y ella el suyo». Lecciones de vida a través de unas gafas de sol.
Por eso ayer había 5.000 personas esperando a que ese señor saliera al escenario. Cuando apareció, de negro predominante (algo de rosa en el pantalón) y con un sombrero gris, la ovación se convirtió en una montaña rusa que subió con Dylan y su banda en el escenario, bajó un instante mientras todos se colocaban en sus puestos, y volvió a subir con las primeras notas de «Rainy day women #12 & 35». Euforia colectiva de un público entregado desde el minuto cero que coreó el «everybody must get stoned» del estribillo como si en ello le fuera la vida.
Después del primer tema del mítico Blonde on Blonde, Dylan eligió una épica versión de «Señor (Tales of yankee power)», un más que probable guiño al público español con el que escucharíamos las únicas palabras en castellano del trovador de Duluth. Tras ella, una celebrada «Watching the river flow» y el segundo gran momento de la noche: «Just like a woman». Hasta entonces Dylan alternaba guitarra con teclado, y fue en éste en el que se le vio esbozar más de una sonrisa delatora.
«High water (for Charlie Patton)» fue la primera de las composiciones de las de «nuevo cuño» que incluyó en un setlist con bastantes representantes: Love & Theft tuvo a la ya mencionada «High water» y «Honest with me»; Time Out of Mind a «Cold iron bound» y una memorable version de «Love sick» en la que Dylan sacó a pasear la armónica; Modern Times a «Spirit on the water» y «Thunder on the mountain»; y Together Trough Life, su último trabajo, a «Jolene», en el bis.
Acompañado por una banda que tocaba por y para él, el de Minnesota sorprendió con un concierto enérgico en el que sólo «Girl from the north country» (otra vez la armónica) dio la opción de darle llama a los mecheros. Sus versiones de blues-rock eléctrico de «Tangled up in blue», «Highway Revisited 61» y «Thunder on the mountain» hicieron que más de uno se echara las manos a la cabeza. Y eso que no sabían lo que venía después: la última pieza que justificaría y haría sincera esa norma preestablecida que es el bis. Ahora ya se hace sin que se pida, pero es imposible no reclamar una vuelta al escenario cuando alguien hace lo que hizo ayer Bob Dylan. Su interpretación de «Ballad of a thin man», agarrado al micro de medio lado, disparando bilis en cada frase como en los viejos tiempos y preguntando aquello de «do you, mister Jones?», enloqueció al personal. No era para menos. Dylan estaba crecidísimo y no era el momento de despedirse.
Volvió, por supuesto, para dar al público lo que pedía. El retorno de Dylan y su banda, y los primeros instantes de «Like a rolling stone» fueron una epifanía para más de uno. El mes que viene cumplirá 45 años, pero sigue teniendo ese algo que nadie ha sido capaz de descifrar. Quizá sea por el aroma a venganza que destila o por esa melodía de la que McCartney dijo una vez que parecía seguir eternamente, quizá sea porque fue concebida en plena crisis existencial y la magia de su nacimiento supuso, a la vez, el renacimiento de un Dylan agotado. Física, mental y estilísticamente. Sea como sea, quedó claro que «Like a rolling stone» aún induce al orgasmo colectivo y rejuvenece a su autor de una manera descarada.
Tras ella, el blues de «Jolene» sirvió de perfecta antesala a la despedida. Curiosamente fue «Blowin´ in the wind», uno de los himnos que le dio al folk, pero diseccionado y reinventado de tal manera que habría puesto de los nervios, una vez más, al picajoso público de Newport en 1965.
Aproximadamente dos horas de concierto que dejaron tras de sí un reguero de emociones encontradas, sonrisas de tristeza y lágrimas de alegría, provocadas por un señor que con cada canción sigue ennobleciendo el bonito arte de hacer canciones y contar historias. Un lujo para una civilización que avanza con los ojos vendados hacia el abismo cada día un poco más, pero que aún mantendrá la esperanza de salvarse mientras cuente entre sus semejantes con personajes como Bob Dylan. Que su «canción sea siempre cantada», señor Zimmerman.

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