Bright Eyes + The Faint – Sala Apolo (Barcelona)

Realmente Saddle Creek, el sello americano más independiente, es una familia, un grupo de amigos donde los músicos de unas bandas y otras se ayudan, se intercambian, se influyen, colaboran en los trabajos de los demás y hasta tienen tiempo de enamorarse (Orenda FinkAzure Ray y Todd BaechleThe Faint) y llevar los entresijos del sello (Rob Nansel fue guitarrista junto al propio Conor Oberst en Commander Venus y hoy es el dueño del sello).Tanto es así que algunas bandas no existirían sin otras, caso de Park Ave. con respecto a The Faint, y a su vez éstos con respecto a Bright Eyes (y viceversa).

Sobre el escenario, toda esta complicidad se convierte en un bomba de relojería. Compleja y precisa. Mecánica y calculada. Una cuenta atrás que potencia la tensión necesaria para generar un clímax de inmensas proporciones, y acabar con una explosión y un arrebato que abruma y abrasa.

La mecha se encendió con The Faint, con su oscuro bajo, con su sombrío concepto de synth-pop y con una buena dosis anfetamínica de techno y rock en los teclados y guitarras. Ahora ya sí sobran las comparaciones con New Order o Duran Duran. La banda liderada por Todd Baechle ha sabido asumir bien sus influencias para llegar a un sonido propio, un sonido concluyente donde dos términos tan distantes como punk y electrónica encuentran fácilmente su acomodo. Si alguien hubiese entrado al concierto sin saber qué banda era cabeza de cartel sin duda hubiera creído que se trataba de The Faint. La puesta en escena, con juegos visuales de un marcado carácter arty, y que además acentuaban su enérgica y rabiosa propuesta, no escatimó en recursos para trasladar la contundencia de Danse Macabre y sobre todo Wet from birth del que destacaron “Paranoiattack”, “I disapear” y como no, “Desperate Guys” .Violín y cello, ambos hirientes, incisivos en sus intervenciones, acompañaron a la virulencia de los dos teclados y una soberbia batería. Mención aparte para el lead guitar y el tono oscuro que siempre marca el bajo. Y por supuesto la voz de Todd, unas veces temblorosa y otras agitada, pero siempre con ese matiz chulesco.

Y ahora viene otra historia a pesar de todo. Bright Eyes, el proyecto de Conor Oberst quien se ha erigido ya como nuevo icono de culto y punta de lanza de una nueva generación de autores veinteañeros (Patrick Wolf, Micah P. Hinson o Adam Green). Olviden la sutileza del chico de veinticuatro años que sigue la estela de Dylan, Joni Mitchell o Bruce Springsteen en su álbum I’m awake, it’s morning. Olviden al niño bonito y eso de ”ojos brillantes” . Encapuchado, todo de negro, de aspecto fantasmagórico y con el flequillo tapando la mitad de su cara saltó al escenario Conor Oberst con su voz siempre angustiada para desentrañar cada uno de los cortes de Digital Ash in a Digital Urn. Lo que (casi) nadie esperaba fue esa onda expansiva que generó el propio Conor con sus implosiones internas que daban como resultado bríos, lamentos, gritos, aullidos, susurros… y todo lo que puedan imaginar de alguien capaz de convertir la indietrónica en una performance donde el folk, el punk y el rock se dan citan con novedosos ruidos sintéticos.

Añadan a todo eso los músicos de The Faint, quienes volvieron al escenario para ponerse ahora bajo las ordenes del genio Oberst. En total nueve, con dos baterías bregando desesperadamente. Como podrán adivinar la mecha llegó a la pólvora, y en esa constante de feroz estallido se mantuvo Bright Eyes hasta el final con temas como “Gold Mine Gutted” o “Time Code” procurando herir y emocionar, máxime cuando acústica en mano, regaló el único momento de suspiro con “First day of my life”. Ovación y reverencia.

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