Chris Isaak – Palau de la Música (Salón José Iturbi) (Valencia)

¿Puede haber algo más rock’n’roll que una balada de Elvis susurrada al oído de una mujer, un cantante vestido con un traje de espejos o un “oohhh….baby” bien gritado en el momento adecuado? No importa si la respuesta es positiva o negativa; sigan leyendo, y al final se lo vuelven a preguntar.

La gira española de Chris Isaak recalaba en Valencia, y no era cuestión de dejar pasar la oportunidad de verle. El sitio, el Salón Iturbi del Palau de la Música, es un marco inmejorable para los conciertos de música clásica, pero el arriba firmante tenía sus dudas sobre el resultado de un concierto de rock en un escenario tan adusto y con el público sentado. Dudas que fueron en aumento al comprobar que el aforo, algo más de mil localidades, no se iba a completar.

Con una puntualidad exquisita, a las 20h y escasísimos minutos hicieron su aparición en el escenario los teloneros, el emergente grupo nacional Arizona Baby. Aunque con algunos problemas de sonido, su rock fronterizo (hablamos, claro está, de la frontera que marca Río Grande) amenizó el largo desfile de gente que todavía estaba entrando a la sala, e incluso consiguió que más de uno hiciera amago de moverse en su asiento. Llamó la atención sobre todo una canción larga, que no supe identificar, con unos toques de blues, rock e incluso de flamenco. Psicodelia sureña, si existe algo así. Un buen grupo con un directo interesante y un par de discos a sus espaldas que habrá que escuchar con atención. Fue una lástima que sólo pudieran tocar media hora.

También muy puntual, algo a lo que no estamos demasiado acostumbrados por aquí, a las 21h salió al escenario la banda de Chris Isaak. Fueron muy aplaudidos todos los músicos, pero el graderío, como se suele decir, se vino abajo cuando salió el cantante. Con un vestido de color lila bordado con hilos y lentejuelas brillantes, un aspecto inmejorable y una voz que no ha sufrido ninguna merma en todos estos años, Chris Isaak lucía clásico, elegante, rockanrolero, atractivo y al mismo tiempo muy cercano. Arrancó con “Lonely with a broken heart” (de San Francisco Days, 1993) y siguió con “Dancin’”  de su debut Silvertone (1985), antes de animar al público a levantarse de sus asientos y bailar. Al grito de “no sé qué esperabais ver esta noche, pero esto es un concierto ¡¡de rock’n’roll !!” continuó con “Two hearts” y la conocida “Somebody’s crying”. Había mucha fiesta sobre el escenario, la hubo durante todo el concierto, y parcialmente también la hubo en la platea. Sobre todo en una grada lateral que estaba repleta de fans de Isaak, y a la que el cantante se dirigió en repetidas ocasiones. Los focos que le alumbraban arrancaban esporádicos y brillantes destellos de los adornos de su vestido, y en esos precisos segundos uno tenía la sensación de estar viendo a una verdadera estrella del rock’n’roll más clásico. Su imagen (o, mejor dicho, su sambenito) de baladista melancólico y triste quedó en entredicho con apenas unos minutos de concierto.

La primera de las varias sorpresas que nos depararía el show vino cuando Chris Isaak se bajó del escenario con su guitarra al ritmo de los primeros acordes de “Love me tender”, paseando entre el público, deteniéndose ocasionalmente a dedicarle una estrofa a alguna chica guapa, y dando incluso la oportunidad a un fan de entonar un verso de la canción. La gente aprovechó para acercarse, tocarle, darle la mano, hacerle y hacerse fotos con él, mientras este seguía cantando y bromeando con el público.

A partir de ese momento, con casi todo el mundo ya rendido a sus pies, empezó a visitar algunas de las canciones de su último álbum, Mr.Lucky (2009), entre las que destacaron una genial “Cheater’s town”, “Best I ever had”, “Take my heart”, la parte acústica con “Worked it out wrong” y “We lost our way” (genial recreación) y sobre todo una que a mí me eriza el vello: “You don’t cry like I do”. Entre todas ellas intercaló también, cómo no, viejos éxitos populares (“Wicked game”) y otros menos ubicuos (“Speak to the devil”), así como diversas bromas, coreografías, juegos con sus músicos, sorpresas, presentaciones y demás aspectos formales que contribuyeron a que el espectáculo fuera total y polifacético. Sólo el excesivo celo de los encargados de seguridad, obsesionados con que la gente no saliera a los pasillos, deslució un tanto la fiesta.

La primera parte del concierto tocaba a su fin cuando los músicos, incluyendo los percusionistas, se acercaron al borde del escenario para interpretar una versión de James Brown, “I’ll go crazy” – incluida en ese fenomenal álbum en directo que es el Live at the Apollo (1963) –  justo después de habernos ofrecido otra versión, “La tumba será el final” de Flaco Jiménez. Finalmente cerraron con una espectacular y ruidosa “Baby did a bad bad thing”.

La salida para el primer bis nos cogió a todos por sorpresa. El teclista se subió a una parte más alta para tocar un órgano de iglesia que sobrecogía entre el silencio de la gente. Entonces salieron el resto de músicos y se pusieron a tocar mientras todas las miradas buscaban a la estrella de la noche. Cuando apareció, lo hizo embutido en un traje de espejitos brillantes que nos hicieron retroceder a muchos en el tiempo hasta los días del espectacular Elvis de Las Vegas. De hecho, los fantasmas de Elvis, Orbison e incluso Frank Sinatra se pasearon constantemente por el auditorio durante todo el show. Si alguien dudaba de que estábamos ante toda una estrella del rock, pocos argumentos le quedaban ya para defender su postura. El primer bis fue toda una ráfaga de ametralladora, con “Blue hotel”, “San Francisco days” y  “Pretty woman” de Roy Orbison, muy coreada, que sonó exactamente igual que la original.

El público pidió un segundo bis, y le fue concedido. Para empezar tocaron un largo blues durante el cual cada músico tuvo su oportunidad para lucirse. El buen rollo se palpaba en el ambiente, de forma que los no aficionados a las jam sessions blueseras al menos podían disfrutar del espectáculo visual. Una sentida y acústica “Forever blue” puso el punto final a una velada sorprendente y emocionante. El único pero, por poner alguno, fue que se dejara “We let her down”, posiblemente la mejor canción de su último disco, o la falta de una voz femenina con quien hacer un dúo para deleitarnos con “Breaking apart”, del mismo álbum.

Sí, sé lo que estarán pensando. Seguro que en todos los conciertos repite las bromas, los chistes, los bailes y el vestido de lentejuelas. Es muy posible, pero Chris Isaak, como Springsteen, Dylan (para bien o para mal) y otros veteranos, tiene el inmenso don de hacer que cada noche parezca especial para sus seguidores. Por si fuera poco, a la salida se paró a firmar autógrafos, charlar un poco con sus fans y hacerse algunas fotos.

Rock’n’roll para todos los públicos, de acuerdo. Pero… ¡¡rock’n’roll!!

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