Christina Rosenvinge – Espai La Rambleta (Valencia)

Christina Rosenvinge en Valencia 01
Atención, aviso a navegantes (o spoiler, como dicen ahora modernamente): la dulce, tímida, coqueta y delicada Christina Rosenvinge ya no existe. Al menos de momento. Con su último trabajo, Lo Nuestro (El Segell del Primavera, 2015), parece haber decidido no ponérselo fácil a sus seguidores, y lo mismo podemos aplicar, visto lo visto, a sus conciertos. La sinuosa voz que nos susurraba y seducía hace unos años se ha visto desbancada por un salvaje grito primario que espanta no sé qué demonios y los expulsa del escenario para que posean al público. Aquella eterna adolescente que se tocaba constantemente el pelo ahora se esconde tras sus greñas y se lía a puñetazos con el piano. Los cellos y guitarras acústicas han sido sustituidos por una banda de rock brutal. El resultado de todos estos cambios es que el concierto de La Rambleta en Valencia me recordó bastante más a los de Ainara LeGardon, Maika Makovski o Soledad Vélez que a la Christina Rosenvinge de hace cuatro años. Una apuesta valiente, sin duda.
Christina Rosenvinge Valencia 02
Cerca de las once de la noche, y precedida por sus músicos (Juan Diego Gonsálvez a la batería, Emilio Saiz como guitarrista y David T. Ginzo manejando el bajo y el segundo teclado), Christina salió al escenario y no dijo nada. Se colgó su guitarra y arrancó con «Alguien tendrá la culpa», de su recién estrenado nuevo álbum. Unos problemas de sonido que, con intermitencias, se prolongaron durante casi toda la velada amenazaban con deslucir la canción. A pesar de ello, o tal vez gracias a ello (el bajo y el segundo teclado a veces no se oía), los nuevos temas sonaron amenazantes, raros, con unos ritmos muy tribales (consecuencia de que muchas veces la batería era prácticamente el único instrumento que se oía con nitidez) y casi violentos. Un guitarrista tan hábil y entregado como histriónico hizo el resto, reventando su guitarra a base de unos porrazos que contagiaron a la habitualmente discreta Christina que, cuando se sentó al piano, se comportó de forma igualmente agresiva.
Christina Rosenvinge Valencia
La sorpresa inicial, en mi caso, dejó paso al asombro. Me encontré disfrutando de unas canciones que, la verdad, escuchadas en el disco no me habían dicho gran cosa. «Lo que te falta» fue llevada a un nivel superior, espectacular, y para describir lo sucedido con «La tejedora» faltan palabras: los aullidos sobrenaturales de Christina lo explican mejor que cualquier frase ocurrente. Pocas concesiones de cara a la galería: a las constantes muestras de cariño que le llegaban desde abajo, la cantante respondía con tímidas sonrisas y pocas palabras. Tampoco hubo concesiones con el setlist, aunque sonaron más canciones de anteriores álbumes de las que cabían esperar, entre ellas algunas de su etapa americana como «A liar to love» o «Tok tok». Los únicos momentos de cierta relajación fueron las interpretaciones de «La distancia adecuada», con Christina al piano, y «Mi vida bajo el agua». No obstante, incluso esas canciones habitualmente tranquilas y suaves acababan contagiadas del ruidismo general y sonaban más duras, casi rocosas. Una maniobra inteligente, en mi opinión, porque el ritmo del concierto no se resintió en ningún momento aunque los temas nuevos y antiguos se fueran alternando. Tampoco hubo concesiones con los bises. Solo un tema, a pesar del clamor de buena parte de los asistentes a los que le supo a poco. Eso sí, ese tema fue la preciosa «Canción del eco», cuya dulzura resiste cualquier envite.
Christina Rosenvinge Valencia
En un principio pensé que el sitio natural para un concierto de Christina Rosenvinge hubiese sido el auditorio del que el mismo Espai Rambleta dispone en un piso superior, pero a posteriori he de reconocer que la experiencia no hubiese sido la misma con el público sentado y un silencio ambiental propio de espectáculos teatrales. No, la propuesta de Christina y su banda es otra, ahora mismo, y para dar lo mejor necesita sudor, apretujones, gente saltando, idas y venidas a la barra, barullo, calor humano y fans enloquecidas clamando por sus grandes éxitos pop, esos que no se sabe si volverán como las oscuras golondrinas.  
Christina Rosenvinge Valencia
 
Para entendernos: está bastante claro que, al menos en esta gira, no es probable que tenga lugar ningún momento móviles-en-alto mientras suena, por ejemplo, «Mil pedazos». Es mejor hacernos a la idea: mejor o peor, eso dependerá del grado de elasticidad de sus fans, esta es otra Christina Rosenvinge. Endurecida, poco comunicativa, entregada a hacer de cada canción una experiencia desafiante. A mí, desde luego, me ha sorprendido. Y me ha gustado. Y la recomiendo.

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