Christina Rosenvinge – Un hombre rubio (El Segell del Primavera)

En un momento histórico en el que a los hombres se nos exhorta a revisar nuestra situación de privilegio respecto de las mujeres, a ser empáticos con ellas y explorar nuestro lado femenino, Christina Rosenvinge recorre con Un Hombre Rubio (El Segell del Primavera, 2018) el mismo camino pero en sentido contrario. Parece ser que el detonante del disco es el recuerdo de la relación con su padre, un recuerdo inducido por un encargo relacionado con el flamenco, música de la que el progenitor de Christina estaba enamorado. A raíz de estos recuerdos surge la canción «Romance de la plata», una sentida y sincera reflexión sobre la complicada relación que mantuvieron en la adolescencia de la cantante. A partir de ahí Christina ya tenía claro el concepto que iba a vertebrar su nuevo disco. O los conceptos, porque hay varios: las relaciones paterno-filiales, el machismo, el feminismo y el rol de género abarcado desde diferentes puntos de vista; también la reivindicación y la conciencia de los muchos problemas sociales que vivimos en la actualidad.

Musicalmente, no sé si decir que estamos ante su mejor álbum hasta la fecha. La calidad de sus últimos trabajos hace que sea complicado escoger uno sobre los demás. Sí que se observa, en referencia a Lo Nuestro (El Segell del Primavera, 2015), que quizás se ha optado por hacer más diáfano el canal, aunque no el mensaje que sigue tan claro como en aquel álbum. A pesar de que su sonido sigue el proceso de endurecimiento que arrancó hace ya una década, soportado por una banda de primera categoría, aquí las canciones parecen más directas, menos crudas, al menos a primera vista. Podríamos decir que, si su anterior trabajo era más PJ Harvey, este podría ser más Bowie. No es casualidad, me imagino, que el fallecimiento del genial artista la pillara en el proceso de preparación de este álbum.

Entre el pop más aparentemente inocente («Anna y los pájaros») y el rock básico y descarnado («La flor entre la vía») hay todo un abanico de posibilidades que Christina Rosenvinge no duda en explorar. Por citar algunas, destacaría el toque velvetiano y las guitarras glam-rock de «El pretendiente», o el ritmo casi dance de «Berta multiplicada», o el flujo sonoro arrastrado a lo Richard Hawley de «La piedra angular». De todas ellas sale triunfadora, soportada por una banda cuya aportación hay que destacar y que sabe moverse en todos los terrenos a los que Christina desea aproximarse. Cercana, si no la ha alcanzado ya, a la excelencia compositiva, lírica e interpretativa, creo que podemos afirmar que Christina Rosenvinge se encuentra en su mejor momento y que está entregando sus mejores discos.

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