Conor Oberst + Dawes – Sala Apolo (Barcelona)

Para sacudirse el relajamiento veraniego general, esa modorra a la que llevan las orquestas pachangueras de pueblo y la sobredosis de festivales bajo el tórrido sol, pocas ideas tan acertadas como la sesión doble de folk-rock americano que la sala Apolo se ha atrevido a programar en agosto, ese páramo de la música en directo en salas, con Conor Oberst y Dawes, que se acercaban a Europa estos días como parte de la gira conjunta que les ha unido durante unos meses sobre el escenario.
Aprovechando que Dawes son la nueva banda de directo de Conor Oberst, abrieron la noche con un set en el que repasaron sus tres discos durante poco más de cuarenta minutos. Dawes tienen mucha clase en directo y Taylor Goldsmith una voz que se crece sobre el escenario, haciendo bonito lo fácil y fácil lo difícil. Su propuesta de rock sureño se paseó por su debut North Hills, abriendo con «That Western Skyline» y entregando una versión de «When My Time Comes» energética y muy coreada por el público. También estuvo presente su segundo y grandioso trabajo Nothing is Wrong del que sonaron «Coming Back To A Man» y «Time Spent In Los Angeles».
Pero tal vez lo mejor del concierto fue descubrir que los temas de su último disco Stories Don`t End revelan una excelente raíz rockera cuando pierden esa pátina de preciosismo con la que salieron del estudio. No se olvidaron de los teclados, pero «Most people» y «Right angle», con una guitarra que quedó para enmarcarla, sonaron robustas y francas, sin perder su belleza. Tan bien se lo estaban pasando que incluso estrenaron «Somewhere Along The Way», un nuevo tema con un estribillo de esos de corear en estadios y que promete muchas cosas buenas para el próximo trabajo de los californianos. En total siete escasísimos temas que nos dejaron un poco a medias pero que nos permitieron disfrutar de una banda que recoge del fango el concepto «para todos los públicos» y lo llena de canciones brillantes, ejecutadas con gusto y mucha, mucha clase.
Y si la propuesta de Dawes es luminosa y asequible, lo de Conor Oberst es, por el contrario, intenso y complejo. El de Nebraska puede ser muchas cosas, pero nunca obvio, accesible o tibio. Y eso que a priori su propuesta musical se mueve también por los terrenos del folk rock. Pero con un puñado de bandas a cuestas, cada una de ellas con su catadura y sus matices, lo de Oberst sobre el escenario es un despliegue de talento, emoción y fuerza, y un ciclón musical que te despega del suelo, te agarra en su mano y te lleva por donde quiere durante todo el concierto, removiéndote a partes iguales el cerebro y las entrañas.
Por suerte para nosotros, aunque su último trabajo lo firme como Conor Oberst, al escenario subió temas de varios de sus alter egos. Por supuesto esta es la gira que sirve para presentar Upside Down Mountain, por lo que abrió con «Time forgot» y «Zigzagging Toward the Light», y cayeron hasta cuatro temas más de este disco a lo largo del concierto («Enola Gay», «Artifact #1», «Desert Island Questionnaire» y «Hundreds of ways»). Pero también se acordó de sus trabajos anteriores como Oberst y de su debut en el sello Merge, debut que lleva su propio nombre como título, recuperó «Moab», «Danny Callahan» y la excepcional «Cape Canaveral», escrita por Mark Eitzel.
Pero los momentos más electrizantes del concierto estuvieron protagonizados sin duda por Bright Eyes, ese desdoblamiento sadcore que ha entregado temas míticos de dolorosa belleza. Cuando sonó «We Are Nowhere and It`s Now», del primero de los discos que firmó en 2005 (I`m Wide Awake, It`s Morning), o «Hit the switch», del segundo (Digital Ash in a Digital Urn), la mitad de la sala sonreía y la otra mitad soltaba una lagrimita de emoción. Y para cuando Oberst se sentó al teclado y se fue a 2002 a recuperar «Lover I Don`t Have To Love» de su cuarto trabajo como Bright Eyes (Lifted or The Story Is in the Soil, Keep Your Ear to the Ground), la euforia se generalizaba. Oberst pasaba de la fiereza arrebatadora, al tormento o al sarcasmo con ligereza, sin ningún reparo en subir o bajar el ritmo del concierto a su antojo, sabiéndose arropado por una banda que le quedaba como un traje a medida y en la que Goldsmith hacía de contrapunto dulce a la voz rota e impetuosa de Oberst.
Poco más se le podía pedir ya al concierto, así que acordarse de su proyecto como Conor Oberst and the Mystic Valley y tocar «I got The Reason #2», fue sencillamente un regalo. Eso y un bonito bis con una versión de «Lua» a solas con Taylor Goldsmith que hizo estremecerse hasta a las columnas del Apolo. Y para rematar la noche, rockabilly salvaje con «Another Travelin`Song» y uno de esos finales efusivos que nos gustaría ver en todos los conciertos, con Oberst saltando al público, disfrutando desatado, y los músicos tocando como si no hubiera mañana. Gran despliegue el del geniecillo de Omaha en un concierto tremendo, emocionante y, sobretodo, visceral.

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