Crónica Arenal Sound sábado

Fotos: Raisa McCartney

La tercera jornada se presentaba igual de interesante que las anteriores, es decir, escasamente. Insisto, no por la duda de que las bandas presentes no den todo lo de sí de lo que son capaces, sino por las nulas sorpresas y acumulación de clichés festivaleros que llegan a abrumar más que atraer. Apenas un rato de verdadero disfrute a primerísima hora y después más de lo mismo. Es bien sabido que a los fans no se les tiene que demostrar nada porque ya están entregados de antemano, y en un marco como este aún más, pero ¿y los escépticos? ¿Los que queremos que se nos convenza de una vez por todas y lo intentamos una y otra vez con bandas que solo nos dicen algo esporádicamente? Eso ya es harina de otro costal, y que conste que intentamos ser ecuánimes en la medida de lo visto y oído. Así pues, que no se diga que no damos argumentos.

El tibio pero achicharrante sol que alumbraba el escenario Negrita casi una hora después de que el recinto empiece a dar la bienvenida a los más atrevidos y/o curiosos fue el testigo principal del corto set de los pamplonicas Belize, que escuchados en disco consiguen que nos creamos la vieja historia del folk aplicado al pop independiente y su supuesto funcionamiento, y es cierto que a ratos consiguen extraer emoción al invento, pero en directo dan un poco de pereza. Tocan bien, sí, y la vocalista Ana Fuertes no para de sonreir durante todo el concierto, pero las buenas intenciones de “Little secrets” o “Stab my heart”, algunos de los momentos más destacados de su reciente producción se diluyeron en un ambiente poco receptivo. Habrá que volver a ponerse el álbum en casa para disipar las dudas.

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El escenario grande, al que también se ha trasladado la mejora generalizada del sonido en el Arenal Sound, recibía por tercer año consecutivo a los descafeinados Miss Caffeina. La paradoja en el nombre se hace más evidente con cada comparecencia al evento. Su tercer y peor álbum se titula Detroit, y alrededor de él orbitan tibios intentos de rock de guitarras como “Mira cómo vuelo”, fallidos ejercicios de pop electrónico en la onda de “Titanes”, fofas reivindicaciones de identidad al estilo de “Oh! Sana” y hasta, en el colmo de la originalidad, menosprecios a la forma de entender la música de los reggaetoneros con la correspondiente respuesta en “El rescate” (afortunadamente, nada que ver con el tema homónimo del gran Enrique Bunbury). Palmitas por aquí, buen rollito por allá, tecladitos para subrayar el “giro” que han dado con este nuevo trabajo y bla, bla, bla. No sería de extrañar que al cabo de un par de discos más se les acabe el chollo que tienen entre las post-adolescentes, que flipan con el nuevo tinte capilar de Alberto Jiménez y dentro de un rato irán también a reírle las gracias al guaperas de Sean Frutos, no vaya a ser que no vuelva el año que viene.

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Otra película ya sabida de pe a pa, y otro concierto a piñón fijo de los murcianos Second. Saben perfectamente lo que se espera de ellos y, como otras bandas ya citadas y aún por citar en estas crónicas, preparan un set list sin complicaciones ni incorporaciones innecesarias que les desvíen de su camino. Su disco más reciente sigue siendo el mismo que vinieron a presentar el año pasado, así que imaginábamos lo que realmente sucedió. De ese Viaje Iniciático que a ellos les conducirá a un lugar paradisíaco musicalmente pero que a otros muchos nos deja a medio camino de muchos otros lugares aún mejores abren la hoja de ruta con «Esto es solo el principio» (muy sutiles), siguen el trayecto con “Pueblo submarino” y “Nivel inexperto” y a medida que la gente les va jaleando recurren a sus “grandes éxitos” de siempre: “N.A.D.A.”, “Rincón exquisito” y “2502”. Uno casi tenía ganas de que acabaran lo antes posible, ya dando por sentado que allí no había ido a emocionarse precisamente.

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Desde Dublín y con todas las ganas del mundo se presentaron Kodaline en el Hawkers Main Stage, un privilegio exagerado para una banda aún en pañales y con solo dos discos editados. De ellos, el titulado Coming Up For Air es el que robustece su endeble cóctel de indie rock de fácil digestión, cuya anterior encarnación folkie les llevó a ser nominados a los prestigiosos premios Sound Of que otorgan anualmente la BBC. Es cierto que han mejorado mucho desde entonces, se han hecho masivos en su país (en su anterior visita a España llenaron La Riviera en Madrid, ahí es nada) y han conseguido asentar un sonido, que ya es bastante decir, con canciones que hablan de lo de siempre: del amor y sus satélites. “Ready”, “One day” y “Coming alive” son buenos temas que nunca impresionarán a mucha gente durante mucho tiempo, y “High hopes” una baladita lacrimógena sobre el cariño perdido de las mil veces oídas, pero hay que reconocer que “All I want”, por ejemplo, es un trallazo de pop in crescendo que defienden en directo de forma más que convincente. Steve Garrigan, pese a su juventud, demuestra aptitudes para comandar a una banda a la que, pese a todo, falta consistencia para ser calificada como una de las revelaciones del festival. Que sigan intentándolo.

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Del resto del cartel nocturno, con Two Door Cinema Club como plato fuerte (con qué poco se conforman algunos), destacar que aunque los irlandeses tienen un buen directo y cuentan con un arsenal bien surtido para hacer botar, que es de lo que se trata, a cualquier auditorio mínimamente predispuesto –y este lo está mucho-, el repertorio resulta bastante irregular y con demasiados picos de intensidad, especialmente notables en el karaoke de “What you know”, “I can’t talk” o “Sleep alone”. Con todo, otro correctísimo show de los reyes del charles (cortesía de Benjamin Thompson en vivo, recordemos que no graban la batería en sus discos). Y antes, los multitudinarios suecos (hasta catorce músicos en el escenario) de I’m From Barcelona volvieron a aterrizar en territorio español con su agradable folk pop nórdico y temas que calan despacio pero profundo como “Violins” o “Treehouse”. Un concierto bonito, la verdad, de los que apetece escuchar a otra hora propicia para mayores atenciones.

Nos queda la última apuesta. La nuestra, por los posibles buenos ratos que esperamos pasar, y la de los programadores, que ya estaba hecha meses antes de la inauguración. Ellos piensan en los términos de mercadotecnia, nosotros en los de la emoción. Nada nuevo.

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