Crónica: los ocho momentos del Sónar 2017

Calor. Mucho calor. Encima del escenario y abajo, entre los asistentes. El Sónar estrenó el escenario XS con ritmos callejeros calentitos y el sol se empeñaba en abrasar a los valientes que bailaban en el escenario descubierto Sónar Village. En la edición más multitudinaria del festival (récord de asistentes según la organización), el calor fue uno de los protagonistas. El otro, el cartel. Y si hubiera que destacar uno, el del Sónar Día, que consolida su apuesta musical como la más interesante del panorama nacional y, seguramente, parte del internacional.

Cuando se mueven cifras de bandas actuando como las que maneja el Sónar, la sensación de estar dejando escapar lo mejor del día es abrumadora. Por suerte, no nos cansaremos de repetirlo, los conciertos se disfrutan con holgura, se llega bien a las primeras filas, se está cómodo en el medio (exceptuando brutalidades como la gente quedándose fuera para ver a C. Tangana). Pero las anécdotas, las imágenes, en resumen, los momentos, se van a magnitudes inmanejables. Sirva esta crónica para abordar ocho de nuestros más destacados.

Sesión maravillosa de Clark

Clark ha publicado un grandísimo disco de techno este año. Death Peak es un alarde de técnica, en el que el productor ha encontrado un buen equilibrio entre experimentación y accesibilidad. Pero en su actuación del Sónar fue un paso más allá y bordó una sesión sofisticada y potente; densa, oscura y atmosférica, vertebrada alrededor de este nuevo lanzamiento. Jugando con el IDM, con beats poderosos y abrasivos, el inglés envolvió la sala en una atmósfera pesada y peculiar, sin olvidarse de hacer bailar al personal. Estrenó nuevo espectáculo, para el que se trajo a las dos bailarinas de su vídeo «Peak magnetic», y el minimalismo de la escena no hizo si no acrecentar la vigorosidad de la música. Excelente set del inglés, en la que probablemente haya sido una de las mejores actuaciones de esta edición.

La diva Arca

Diva excéntrica, provocador nato, Alejandro Ghersi en su alter ego Arca se subió al escenario a dar el espectáculo. Su último trabajo homónimo se presta: a su estilo industrial y oscuro le ha puesto voz en forma de dramático folclore venezolano. Y ya preparó el escenario para ello: añadió una pasarela a modo de desfile de modelos y, al fondo, su querido Jesse Kanda llenó la pantalla de imágenes grotescas. Si en su anterior visita al Sónar, Arca se comió el festival, en esta le faltó poco. Presentó su nuevo disco con dramatismo exagerado, exhibiendo una voz poderosa. Se tiró por el suelo, bajó al público a cantar, lanzó flores, se visitó (ejem) de torero, y se meneó por el escenario como una estrella afectada. Eso sí, lo que viene siendo la música, en segundo plano. Salió prefabricada de su ordenador y eso es algo que, más allá del espectáculo y de la provocación (se atrevió incluso a proyectar escenas explicitas de fisting en un alarde de «sobradismo»), se le puede afear al venezolano. Pero no se puede negar que levantó pasiones y se entregó por completo en un apabullante show.

El soul electrónico de Sohn

Recién mudado a Barcelona, Sohn se estrenaba en el Sónar para presentar Rennen, su segundo disco publicado a principio de año. Lo hacía en formato cuarteto (batería, percusión electrónica y voces, teclado y el propio Chris Taylor a la voz y efectos). La voz. ¡Y qué voz! Sus canciones podrán tildarse de blandas, pero sobre el escenario Sohn lo llena todo de soul con esa voz. Templada y exquisita. Su actuación fue milimétrica y preciosa, yendo de más a menos: con un inicio suave que poco a poco fue subiendo el ritmo hasta un apoteósico final con «Artifice». En medio, Taylor no olvidó ninguno de sus grandes temas: «Lessons», «Conrad», «Hard Liquor» o «Tremors». Si hubiera un premio a la actuación más bonita del Sónar, se lo llevaría el concierto de Sohn, sin dudarlo.

¿Pero qué pasa con Yung Beef?

No quedó muy claro si lo de Yung Beef en el escenario XS fue el timo de la estampita o una demostración de punk en crudo. Es de sobras conocida la polémica (falsa, estéril, generacional) que existe en torno al trap. Para los más jóvenes es la quntaesencia del DIY, una patada en los morros al sistema, un «hacer lo que nos da la gana». Para los menos jóvenes es un batiburrillo cutre de reggaeton y hip hop barriobajero. PXXR GVNG prendieron la mecha y todo lo que ha salido de ahí se dedica a recoger los pedazos de la explosión. Como Yung Beef, nombre artístico de Fernando Gálvez Gómez, que se subió al escenario con refuerzos para protagonizar el concierto más caótico del festival. Desganado, el granadino se dedicó a aparecer y desaparecer del escenario; a dejar temas a medias; a repartir bofetadas en forma de rimas (o incluso de simples improperios); y a azuzar al personal que en las primeras filas se desgañitaba entregado. Se dedicó a desdibujar la línea entre artista y público, a romper las reglas de una actuación (y del buen gusto y de la corrección política), y a protagonizar un concierto punk en toda regla. Y la música, preguntará alguno. Pues no sé, ¿de verdad nos importó a alguno de los que estábamos ahí, artistas incluidos?

El bombazo Anderson .Paak

En directo, Anderson .Paak es un tío hiperactivo. Una bomba que rapea, baila, canta, toca la batería maravillosamente bien y se hace acompañar de una banda exquisita, The Free Nationals; todo sin perder la sonrisa. Llegaba al Sónar a presentar Malibu (publicado el año pasado), un disco muy cañero, entre la Motown y el hip hop, con mucho ritmo y canciones enormes como «Come down». Y sobre el escenario fue un derroche de ritmo, de funk con estilo y de espectáculo con brío. La canciones pasan del hip hop al soul a velocidad de vértigo y el concierto no baja el ritmo en ningún momento. Lo de Anderson .Paak fue un veni, vidi, vici, un huracán de música sexy y un despliegue de alegría y buen rollo. Sin complicaciones, esto también es así.

Nico Muhly, exigente y conmovedor

No vamos a pormenorizar aquí la carrera de Muhly, porque harían falta varias horas: el americano ha participado como productor, músico, arreglista o compositor en alrededor de 100 discos. Sí, 100. Sí, con treinta y cinco años. Y además ha formado el sello/colectivo islandés Bedroom Community, de cuyo showcase formaba parte su actuación en el SonarComplex (también actuó el domingo en la clausura del festival). Para la ocasión, Muhly eligió una serie de composiciones propias que pretendían, según sus propias palabras, «ser una muestra de lo que me interesa». La etiqueta neoclásico se le queda cortísima. Igual que intentar encasillarlo en la música clásica contemporánea o el llamado indie clásico es demasiado vago (de perezoso y de impreciso). Lo cierto es que el set de Muhly, acompañado para la ocasión del violagambista Liam Byrne y de su compañero de sello Valgeir Sigurdsson, fue complejo y exigente. Lejos de la comodidad del pop, del rock o incluso de buena parte de la electrónica, los temas son intrincados; su estructura, incomprensible; su melodía, imposible. Pero son extrañamente cautivadores y, a ratos, conmovedores. Quizá un poco demasiado complejos para los oídos inexpertos del asistente medio del Sónar, pero, para eso se llama festival de música avanzada, ¿no?

La nostalgia festiva de De La Soul

Este año, el peso de la nostalgia en el Sónar ha recaído en De La Soul. No necesitan presentaciones, pero, por si acaso, los de Long Island (Nueva York) son una de las bandas más influyentes e icónicas de la historia del hip hop. Y divertidas, amén de la que liaron en el escenario Sonar Pub. Mucho cachondeo y mucha fiesta, aunque hubo que esperar hasta la recta final para llorar con algunos de los temas más míticos de la banda: la archiconocida «Me, myself and I» y las no menos famosas «Saturdays», «Ring Ring Ring» o «The magic number». Hasta entonces, sobredosis de cháchara con el público, cortadas de rollo, un poco de «Oodles of o’s», otro poco de «Stakes is high» y un casi nada de su último disco de regreso de 2016, And the anonymous nobody. Sin problema, De La Soul estaba ahí como historia viva de la música urbana. Y en eso ¡vaya si cumplieron!

El ambiente helador y rocoso de Valgeir Sigurðsson

Dentro del showcase de Bedroom Community, el islandésValgeir Sigurðsson llegaba al Sónar intercambiando acompañante con Nico Muhly: el violagambista Liam Byrne hacía los honores y ponía el contrapunto orgánico a la atmósfera electrónica de Sigurðsson. Si es cierto eso de que el entorno forja el carácter, en el caso de Sigurðsson parece curiosamente aplicable a su música. Etérea, rocosa y heladora, como los paisajes de su isla. Pero con un fondo oscuro y candente, como de lava que corre bajo la superficie. Los temas, ralentizadas composiciones de una música clásica sinuosa, se complementan con dos pantallas en las que se proyectan fondos que dan fuerza al sonido: cemento y piedra al principio, para un inicio glacial; y rojos y cálidos para los temas más densos y sofocantes. Un recorrido en el que la música de Sigurðsson se desarrolla sin sobresaltos, con sutileza y, a ratos, con cierta monotonía y uniformidad. Como si, en realidad, no estuviera pasando nada.

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