Crónica: Mad Cool 2018 (Madrid)

El jueves, al volver a casa de Mad Cool, pensé en iniciar esta crónica parafraseando a José Mourinho cuando dijo “Si le digo al árbitro lo que pienso o siento, termina mi carrera hoy” en referencia a los tremendos fallos iniciales en la organización del festival.

A estas alturas todo el mundo, haya asistido o no a Mad Cool 2018, está al corriente de los incidentes organizativos registrados, es una cuestión de dominio público. La primera jornada se sufrió ostensiblemente en aspectos como la masificación mal gestionada, los problemas y los tapones en el acceso al recinto, las colas descomunales y el tiempo de espera para pedir una simple bebida -lo que llevaba a perderse buena parte de alguna actuación-, la falta de información y tacto por parte de la empresa de seguridad contratada con los periodistas redactores (que, sorpresa, no todos son fotógrafos), por poner algunos ejemplos. Cabe decir que la cosa fue mejorando día a día.

Es tan justo criticar severamente el caos inicial como injusto cebarse sólo en ello por diversos intereses que puedan ensombrecer la enorme calidad musical de muchísimos de los shows allí vividos. Por otro lado, la producción estaba curradísima en cuanto a escenarios, pantallas faraónicas y sonido en líneas generales fabuloso. Como siempre, son tantos los intereses para no hablar con razón de algunas cosas muy mal hechas como para los de dilapidar otras tantas virtudes, sobre todo musicales, allí experimentadas. Que cada cual saque su propia conclusión a su juicio no exento, obviamente, de luces y sombras.

Por mi parte, si sirve de algo mi recomendación, debe controlarse sobre todo la sobre-saturación de personas en el recinto, los accesos hacerlos más fluidos y la desinformación dada la empresa de seguridad para con prensa, con unos modales en algunas ocasiones que lindaban con lo macarra. Es decir, aminorar la ambición material sin escatimar en la medida de lo posible el tremendo esfuerzo por lograr una nómina de nombres del todo excelsa.

Pasemos ahora a hablar de la que siempre debe ser la protagonista por encima de todos y de todos, la música, por mucho que los festivales masivos tengan cada vez más de escaparate publicitario y de apariencia vacua, el tributo a pagar por disfrutar de tantos artistas incomparables.

Así, mi crónica va dedicada a aquellas (muchas, pese a todo) personas que van a los festivales a disfrutar de la música en la máxima extensión de su palabra y que asisten, impotentes por otro lado, a cómo el circuito de salas se desvanece poco a poco en este país.

Jueves

Bajo un sol de justicia, arrancaba un festival que a esas horas y lejos de la masiva afluencia nocturna, presentaba un tono diáfano, acogedor y limpio. Tiempo de disfrutar de las virtudes escénicas de Toundra. Los madrileños son muy buenos, sí. Bien es cierto que después de asistir por primera vez a su show, uno nunca llega a llevarse el bofetón impetuoso inicial. También es verdad que, y esto no es malo, su directo impacta menos ahora justo porque sus discos de estudio cada vez lo hacen más. Y es que Vortex (18) es una auténtica delicia. Un oasis florido en un territorio tan yermo como lo es el post-rock en los últimos años, si no décadas. Eché de menos disfrutar con «Cruce Oeste», para mí la mejor composición jamás elaborada por el combo, pero disfruté de una concierto que fue de menos a más, algo embotado en sus saturación de graves, cuestión que no afectó para descifrar los detalles de su entretejido sonoro y su constante entusiasmo contagioso. El público y ellos disfrutaron en un horario para nada fácil de lidiar.

Turno para acudir a The Loop, la carpa dedicada a la electrónica y que se antojaba como uno de los emplazamientos más atractivos para las jornadas de festival. Lali Puna y su atemporal indie-trónica hacían su aparición trufadas de modestia, elegancia y sensibilidad sutil. Un concierto mesurado, con picos de auténtico ensimismamiento con los que no costaba nada dejarse llevar a través de su agradable cadencia perfectamente equilibrada entre lo orgánico y lo sintético. Un gusto disfrutar de sus clásicos junto a temas nuevos de su recomendable Two Windows (17), que nos los recuperaba en un buen estado de forma.

Asistimos una vez más a como Fleet Foxes son del todo incapaces de trasladar sobre las tablas su folk de cámara, evocador y lisérgico. En directo se convierten en un ladrillo de dimensiones bíblicas. Llegaba el momento de las renuncias dolorosas. Y si la primera había sido la de Mr E con sus Eels, tocaba ahora hacerlo con Yo la Tengo para disponerme a disfrutar de una de las bandas con más pulsión festivalera, los australianos Tame Impala.

Si bien hay un nutrido grupo de seguidores que echa de menos sus discos más psicodélicos, a mí personalmente el giro electrónico de Currents (15) me parece una maravilla y sobre un escenario funciona como un guante. Celebración, hedonismo, ambiente lúbrico y auténtica lisergia derretida. «Let it happen» sonó como el gran himno contemporáneo que es acompañado de confettis y unas pantallas con proyecciones gráficas con motivos referentes a su último largo. No desentonó el acople con su pasado más guitarrero época Lonerism (12) coqueteando con temas tan sexys como «The moment» o «The less i know the better».

Llegaba el plato fuerte del día. Me iba a enfrentar de nuevo en vivo con la banda de mi vida con el permiso de The Smashing Pumpkins: Pearl Jam. Curiosamente las visitas en las que anteriormente les vi en Madrid siempre fueron las que menos me llenaron de la banda de Seattle, consideraba que existía una cierta maldición asociada a mi ciudad. Afortunadamente, esta vez se deshizo del todo.

Era imposible aspirar a un set list tan plagado de sorpresas como el que venían de dar en el apoteósico show de Barcelona en lo que pasará a la historia como una de las noches más antológicas de Pearl Jam en España, pero lo cierto es que, pese a ser un concierto marcado por un repertorio festivalero y por las dos horas estrictas de duración, a lo que sumar los recientes problemas de voz de Eddie Vedder que le llevó a cancelar un concierto en Londres (algún achaque de primeras se divisó, especialmente en la maravillosa «Corduroy»), el concierto adquirió un tamiz legendario.

Porque se celebraba la victoria de la vida, de aquella Generación X perdida en dudas y desencanto que, al final, optó por lo único que queda: vivir hasta el final y es que, como escribí una vez, lo más difícil de la existencia es que la muerte te sorprenda viviendo. Y es justo ese leit motive, el de sentir, emocionarnos, pensar, cuestionarnos, mezclarnos, aprender y curiosear el que ganó la noche del jueves; el de los que dejamos de ser jóvenes para ser de nuevo niños, el de los que grabábamos en cassettes TDK los directos de Melbourne de Pearl Jam del 95 emitidos por De Cuatro a Tres en Radio 3 y fantaseábamos con ver a nuestros héroes algún día delante nuestro. No es la victoria de la nostalgia, es la victoria de una presente inmortal, infinito, atemporal…

El grueso del set list se basó en esa obra maestra que es Ten (91) de la que llegaron a sonar hasta siete cortes, especialmente fantásticas “Jeremy” y “Why go”. Me sorprendió gratamente la fiereza con la que atacaron cortes de Lightning Bolt (13) como la homónima y “Mind your manners”, e incluso su ramplón nuevo tema “Can’t deny me» ganó bastantes enteros en vivo, interpretado tras la proyección de un anuncio contra la violencia de género protagonizado por dos buenos amigos de Eddie como lo son los actores Javier Bardem y Luis Tosar.

Especialmente refulgente estuvo Mike McCready regalando solos, actitud y entrega; sobrio y efectivo Stone Gossard; incombustible y molón Jeff Ament y metrónomo y severo el gran Matt Cameron. Eddie se fue entonando más y más, y a la llegada del bis nos mató con esa, permítanme que la bautice «trilogía del amor» que tocaron de seguido: El amor trascendental “Just breathe”, el amor entregado “Sirens” y el amor trágico “Black”, para acometer después otra triada descomunal con “State of love and trust”, “Rearviewmirror” y “Alive”, terminando con el incombustible himno inmortal de su padrino Neil Young «Rockin’ in a free world”, hinchando nuestros corazones de esperanza palpable, demostrando una vez más que la música es todo los que nos rodea al tener la privilegiada capacidad de transformar nuestras vivencias, anhelos, deseos y frustraciones en ella. Gracias, sois leyenda, de mi vida, de nuestras vidas.

Cambio de tercio radical. Mientras que de reojo asistía a la incomprensible histeria hooligan en pleno 2018 de un grupo tan justito a todos los niveles como Kasabian, me dirígía a esa orgiástica celebración de electrónica grasienta que son Justice en directo. Poco importa que sus discos de hoy día ya no interesen a nadie. En vivo saben tirar de ruido y baile dislocado, el heredero de los primeros -y mejores- Daft Punk, los de Homework (97) antes que el petardeo posterior los convirtiera en un producto fláccido para masas. Fueron a cuchillo y dieron exactamente lo que se esperaba de ellos en otro de los platos fuertes de la jornada.

Tras el chorreo electrónico sucio y primario, el noise post-hardcore recientemente domesticado de Japandroids se convertía en protagonista. Sin necesidad de parafernalia alguna, el dúo continuaba aportando adrenalina a la madrugada en un justo balance entre sus amenazantes inicios y su taimado presente antes de poner el broche masivo a la celebración del regreso de MGMT, la banda sonora perfecta a la levedad efervescente de los tiempos.

Viernes

El viernes prometía emociones muy fuertes desde primera hora con el regreso de At the drive-in a tierras españolas. Y desde luego que lo fue, un show apoteósico, de entrega encomiable, tanto por parte de la banda de El Paso, con un Cedric Bixler-Zabala desquiciado y fuera de control, tanto como los enfervorizados fans que nos agolpamos en las primeras filas del escenario Madrid Te Abraza para organizar un pogo demencial. No faltó, obviamente, un repaso exhaustivo a Relationship of Command (00), directamente una obra maestra del post-hardcore sin más que añadir: «Arcarsenal» «Enfilade» «Sleepwalk Capsules», “Quarantined” o “One armed Scissor” fueron vividas con intensidad y desenfreno, planeadoras, intensas, reales, cero plástico. Tampoco faltó algún tema nuevo de In*ter a*li*a (17), destacando la efectiva «Governed by contagions». Especial también el emocionante rescate de «Napoleon Solo”. En sala o a una hora más nocturna estos forajidos de negro pueden apabullar a cualquier banda que se les arrime. Uno de los conciertos más descomunales del festival.

En cuanto terminaron, corriendo a ver a Marmozets una de las bandas del momento. Su nuevo trabajo, Knowing what you know now (18) rebaja decibelios y aporta cierta accesibilidad bien entendida. Su bubblegum /post-hardcore gozó de una buena audiencia y sus riffs efectivos unidos al torrente vocal de una enchufadísima Becca Macyntire convencieron y demostraron que sobre un escenario su propuesta no admite fisuras, pese a adolecer de cierta linealidad en el largo recorrido. «Ment to be» o el cierre brioso de «Major syster error» fueron otros de los momentos a retener en la memoria de este Mad Cool 2018.

En el plano personal, a la espera de un sábado trufado de una nómina de nombres que quitaba el hipo, reconozco que los dos mayores atractivos mediáticos de la jornada del viernes, Jack White y Arctic Monkeys, no son especialmente santos de mi devoción.

Lo es más el norteamericano Jack White al que vi a una distancia prudencial para apreciar un show algo plano, aunque trufado de savoir faire y del aura que sigue al personaje, uno de los mayores atractivos para que su llama siga sin extinguirse en el panorama rockero internacional. Mucho mejor irme y disfrutar de una auténtica revelación de este Mad Cool: Agoraphobia. Las gallegas ofrecieron un espectáculo rotundo, de una solidez y un empaque sonoro que asustaba. Y es que el sonido del escenario Mondo Sonoro potenciaba la sensación de estar en una sala. El portento vocal de Susana y la contundencia guitarrera y rítmica del resto de componentes erigió un edificio deslumbrante de rock con clara filia 90’s al que quizás sólo le falten canciones con el suficiente gancho para estar a la altura de un sonido tan dechado de sinceridad, pegada y resolución. A seguir desde ya.

Perfecto anticipo de lo que suponía un encuentro que siempre me produce una sensación agridulce, pero el cual se me hace, a la vez, del todo irrenunciable: Alice in Chains (sin el añorado y maravilloso Layne Staley, tan llorado como esencial para entender el sentir de toda una generación, otro de los mártires que se llevó el grunge, el movimiento musical más golpeado por la tragedia fruto de unas sensibilidades tan al límite, capaces de habernos hecho florecer el corazón de tristeza, belleza y melancolía más que ninguna otra escena musical pudiera aspirar a hacer jamás). Antes, aprecié el saber hacer escénico de Perfume Genius, con una propuesta que juega en territorios diametralmente opuestos y que me pilló en otro mood por completo.

El mundo se divide entre las personas que irían a ver a Arctic Monkeys y las que irían a ver Alice in Chains. Yo, por suerte o por desgracia, pertenezco a las segundas. Fin. No hay más que añadir. Quizás lo más importante de esta breve conclusión sea lo que no digo, pero sugiero.

Vayamos a lo que realmente importa: el cuarteto de Seattle, encabezados por el legendario Jerry Cantrell, uno de los guitarristas con más talento y majestuosidad que el oído humano haya percibido nunca, acompañado del imperturbable Mike Inez al bajo y de un batería de otra galaxia, el fino Sean Kinney, acompañados de Wiliam DuVall, el muchacho que tuvo la difícil papeleta de sustituir a una persona con un halo, magnetismo y cualidades vocales inabordables para cualquier otro homo-sapiens. Su vistosidad arengando al público y plasmación corporal me sigue cortando el cuerpo, más al interpretar temas con un alma muy alejada de ello.

Es por ese motivo por el que los temas que han compuesto con la formación actual no me resulta difícil disfrutarlos (“Check you brain”, “Your decisión”), si bien palidecen a la hora de compararse con cualquiera de sus monumentos legendarios. Con semblantes propios de gárgolas mitológicas, de seres cósmicos perdidos en las espirales del tiempo (a las formas que me recuerda escénicamente Mark Lanegan, por poner un ejemplo cercano en espíritu) desgranaron un set list lleno de joyas: «Again» «Dam the river», «We die young» Man in a box»…en fin…con la sola mención de estos títulos aquellas personas que deben parte de lo que son a estas canciones sabrán el estremecimiento que supone volver a escucharlas a escasos metros con una resolución y plasmación sonora soberbias, limpias, expansivas, celestiales.

Pero dos momentos llenaron de magia y elevaron el escenario a los cielos: un «Nutshell» desarmante, de una belleza doliente arrebatadora, donde todos llevábamos en la mente el rostro afectado de Layne armado de sus mitones y de sus gafas de sol sentado, rodeado de una tenue atmósfera azul, de ritual que supone salvación y condena. Y el broche de oro: un «Rooster» pleno, colosal y rotundo…una conclusión que remarcaba en la segunda jornada, de nuevo, el triunfo inapelable de lo que supone la música hecho por y para el alma mientras la apariencia, la nadería y lo frugal sucumbían ante oraciones elevadas hasta los confines de un mundo en peligro de extinción, como las personas que lo pueblan.

Y tampoco se iba a salvar de polémica la segunda jornada de Mad Cool 2018 con la cancelación, tras más de una hora de espera, del concierto  de Massive Attack, sin lugar a dudas otro de los nombres con mayúsculas para cerrar la velada. Argumentaron unilateralmente que el sonido de otro escenario, concretamente desde el que tocaban Franz Ferdinand, se colaba en el suyo y que se negaban a salir a escena bajo esas condiciones. Yo, la verdad, no sé de qué lado posicionarme, habida cuenta de que los de Bristol llegaron a pedir que se parara la actividad de todos los escenarios mientras tocaban ellos en otros festivales. Bien es cierto que una propuesta de su naturaleza con sutilidad, uso del silencio y tanta alma puede verse afectada por cualquier distorsión en La Fuerza, que diría un jedi, y más, añadiría yo gratuitamente, si viene de una banda a la que ni siquiera le he dejado yo meterse en mi pabellón auditivo. En fin, triste por la cancelación y a bailar con una sesión de techno gordo y marcial a cargo de Erol Alkan. Zapatilla contra la máquina.

Sábado

Wolf Alice dieron para quien les escribe uno de los conciertos del año en la sala La Riviera. De sobra sabía que en un escenario tan grande y a las seis de la tarde disfrutar de la atmósfera ensoñadora a la par que eléctrica del grupo inglés iba a ser imposible.

Ellos mismos lo sabían y dieron un concierto efectivo sin tampoco querer deslumbrar, cosa que, por otra parte, les aseguro hacen sin problema en un reciento más pequeño. Siguen siendo una de las bandas más atractivas del entorno musical actual, con esa conjugación perfecta entre la herencia 90’s y la contemporaneidad más alejada de la vertiente aséptica imperante en el indie.

Un poquito de sombra para guarecernos del sol inclemente asistiendo a las tonadas con marchamo participativo algo insípidas y predecibles de LP mientras nos preparábamos para una jornada tan cargada de nombres mayúsculos que los solapes dolorosos la hacían sangrante, pero del todo imprescindible a su vez. Elegí renunciar a BRMC por ver la apoteosis Depeche Mode (ojo a los norteamericanos y su discazo de este año, Wrong Creatures (18) con «Echo» como mejor canción de 2018 para servidor). La otra renuncia, también dolorosa, la de Future Islands y su catarsis en directo (en este caso haberles disfrutado en sala me permitía tacharlos no sin cierto dolor. Y menos mal, porque de haberme perdido el show apocalíptico que dieron a la vez Nine Inch Nails, me cuelgo en la ciudad deportiva del Real Madrid).

Catalogar de problema mundial la existencia de la música de Jack Johnson sería algo que haría falta proponer en las Naciones Unidas. La espera en primeras filas del amenazante y estimulante circo Queens of the Stone Age me hizo ver por las pantallas el ecosistema de sonrisas Pantoja, apreciando el «buen rollito» de camisa blanca y profesión liberal on-fire mientras disfrutaban del concierto del norteamericano.

Josh Homme parece tener una fe ciega en su colección más reciente de canciones ya que son éstas y los trallazos inapelables de su obra cumbre, Songs for the deaf (02) los que vertebran sus shows. Me parece un ninguneo injusto a sus dos primeras obras, el ortodoxo disco homónimo y el versátil y completo Rated R (00). Su anti-stoner tiene mucho de efectivo, si bien la fórmula en ocasiones adolece de cierto cansancio, salvo cuando ves delante tuyo temmarrales tan descomunales como «Millonaire» «No one knows», «Go with the flow», «Little sister» o » Song for the dead», culmen de su concierto gracias a un desarrollo capaz de llevar a cualquier humano al paroxismo y en que en directo alcanza dimensiones estratosféricas.

Su concierto tiene un algo de ya visto para quien lo hayamos disfrutado en diversas ocasiones. Poco ayuda una banda tan falta de carisma escénico -salvo por Troy Van Leeuwen– como efectiva en la ejecución. Y es que supongo que a muchos nos pasa factura haber visto el elenco de personalidades que han pasado por ahí (Mark Lanegan, Dave Grohl, Nick Oliveri, Joey Castillo…) Mucha intensidad, chulería y repertorio desigual.

Lo de Depeche Mode es devoción sin límite. Sus fans somos fieles y entregados por esa sensación intransferible para todo aquel profano que no sienta el significado de su espíritu en comunión con el de la legendaria formación. Es verdad que en estudio hace muchos años, desde Playing the angel (05) concretamente, que no tienen mucho que ofrecernos y que parecen desfondados a la hora de hacer buenas canciones nuevas, pero en escena con los de Basildon todo es muy distinto. El carisma desbordante y contagioso de Dave Gahan y la sensibilidad porosa de Martin L. Gore son ya casi tan habituales a nuestros ojos como ver amanecer. Escucharles y vivirlos en directo es como reciclar tu alma a fondo a través de una depuradora de emociones.

Algo tiene de despedida su gira actual, no sé cuánto les quedará por darnos en escena, pero la conexión que lograron con sus verdaderos fans, no sólo esos que escuchan las tres o cuatro canciones de M80, fue de nuevo simbiótica. Ayudaron unos audiovisuales extraordinarios y un Gahan comunicativo, sudoroso y animal escénico de excelso pedigrí. Las canciones nuevas, poquitas, eso sí, sólo sonaron “Going backwards” y “Cover me” palidecían con respecto a los grandes clásicos.

Una delicia disfrutar de la sordidez de «In your room», la tensa atmósfera sincopada de «World in my eyes» la elegía elevada de «Stripped» o la conmovedora “Somebody» con Martin llenando de blancura y sentimiento el escenario. No faltó tampoco la emoción desbordada en ese histórico maridaje artista-público de «Never let me down again», el arrastre absorbente de esa letanía que es «Walking in my shoes» la inmortalidad manifiesta de los acordes de «Enjoy the silence» o la adolescencia imborrable y derrochadora de «Just can’t get enough». Depeche Mode es el grupo que mejor ha sabido conjugar el sexo con el amor para fundirlos en un único concepto y someterlo a la dicotomía luz/oscuridad. Verbo. Carne. Espíritu.

Resulta imposible explicar con palabras lo acontecido en Mad Cool durante el concierto de Nine Inch Nails. Todo aquel que estuvo allí sabe que presenció uno de los conciertos de su vida, si no de la historia. Increíble, apoteósico, malsano y apocalíptico. La banda sonora perfecta para el fin del mundo. La manera en que la banda atacó las canciones fue extraordinaria, la ejecución, impoluta y el sonido de una limpieza y contundencia inigualables. Trent Reznor lo ha conseguido y esta es la prueba palmaria definitiva. Nadie ha conseguido jamás conjugar mejor rock con electrónica, se mueve en un territorio fronterizo como pez en el agua y su resultado es sobresaliente: demasiado rock para ser electrónica y demasiada electrónica para ser rock. Inclasificable, maestro y aprendiz, en una palabra: genio.

Un repertorio que sin miedo mira decidido y confiado a todo su periplo discográfico, sin necesidad de ahondar en ninguna obra especialmente (ni siquiera en esa obra de arte mayúscula llamada The Downward Spiral (94)), está tan seguro y convencido que lo expone a las claras e intencionadamente: es el mayor alquimista a la hora combinando máquinas y humanidad, simplemente una amalgama sólida, sin fisuras, que remueve por dentro y agita por fuera.

Reinaron desde el principio con los dos cortes iniciales del extremo The Fragile (99), pasando por los latigazos abrasivos de Broken (92) como lo son «Wish» y «Gave up», por sus recientes grandes cotas de talento, que en directo de intensifican aún más, «Less than » o «Shit mirror», la versión contundentísima del «I’m afraid of americans” de David Bowie, el himno primerizo «Head like a hole” o el profundo aguijonazo al corazón con el que nos estremeció al final con «Hurt».

Resulta un ejercicio casi has frívolo que intente acercar al lector a lo que allí ocurrió si no estuvo, y lo he intentado como buenamente he podido. El concierto de la historia de Mad Cool, mención especial al estado de forma de la banda, en especial un Robin Fink excesivo, crispado y tan sexualmente intenso como en la época dorada Woodstock.

Nada más terminar, Dua Lipa desde el escenario Madrid te Abraza nos puso los pies en La Tierra recordándonos con una lucidez clarividente el mundo en el que vivimos. Algunos, mientras, nos convencíamos de que era imposible acceder bien a Richie Hawtin por el solape parcial con NIN y, tras haber terminado en un punto tan alto de adrenalina y fascinación, mientras me iba encontrando con mis amigos y todos teníamos los ojos como platos y estábamos boquiabiertos con la exhibición de Reznor y compañía, tocaba reponer un poco de fuerza sentados con anuncio de spot publicitario para jeans de fondo (Jet) y prepararnos para darlo todo con la traca final de Underworld.

La electrónica, tras las intenciones rompehielos de NIN y el espectáculo expansivo de Underworld desde el escenario principal volvía a dar un puñetazo sobre la mesa en un festival veraniego como lo hiciera Carpenter Brut en una plaza tan difícil de lidiar como Download Festival. El actual dúo ingles estimuló sobremanera a los presentes empezando ya en la cima con una «Juanita» descomunal, mutante, florida, expansiva, generosa y henchida de vida. Desde aquí, iba a ser difícil igualar el momento, pero casi que nos equivocamos con el cascabel asesino de una penetrante «King snake», una celebradísima «Cowgirl» y un portento electrónico del tamaño de «Rez». Antes del inevitable «Born slippy» vimos como el nuevo tema con Iggy Pop «Bells & Circles» tendrá más, con el tiempo, de fetiche sonoro anecdótico que de otra cosa. Incluso se atrevieron a querer emocionarnos desde la macro-pista en la que se convirtió el escenario Mad Cool con «And i will kiss».

Y si los que hemos vivido ya tantas cosas en concierto nos fuimos el primer día diciendo que jamás volveremos a un festival musical, el últimos nos recogimos sabiendo que volveríamos a hacerlo las veces que hiciera falta porque quienes escuchamos y sentimos la música de verdad, aún nos dice más cosas cuando deja de sonar. Hasta pronto.

Fotos: Mad Cool / Andrés Iglesias

9 comentarios en «Crónica: Mad Cool 2018 (Madrid)»

  • el 16 julio, 2018 a las 1:14 pm
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    Por un lado decirte qué mejoras en los dos últimos días el conjunto del festival es un suspenso…. hay que decirlo bien claro,si no trataron bien a los periodistas imagina cómo trataron al resto.
    Deberíais pagar la entrada y no tener acceso ni Al foso ni a ningún sitio especial y hacer la crónica de esa manera…
    Increíble la avaricia de Live Nation y la cara del ex Last tour Javier Arnaiz, sus socios jamás le habrían permitido perpetrar semejante mamotreto…
    Menos mal que estaban Franz Ferdinand y Queens of stone age para afearles la conducta la conducta a la organización cosa que tú pasas de puntillas.
    De la música hablaremos cuando lo demás funcione aunque no estoy de acuerdo con algunas de tus opiniones musicales en general por lo menos parece que has visto el festival. Y en tu favor debo decir que las otras críticas que he leído que han sido muchas son peores que la tuya.
    Que los árboles no te impidan ver el bosque cuídate¡¡¡

  • el 16 julio, 2018 a las 5:03 pm
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    Jo, qué noche! Como bien diría Scorsese. NIN apoteósico, Hawtin espectacular, Depeche una maravilla (aunque el sonido muy bajo) y Underworld ehhh….me he quedado sin adjetivos. Ah sí sí, sublime !
    Yo solo fui el sábado y todo bien, vale q esté rodada la cosa 48h después de lo q pasó pero vamos, la organización muy mal.

    Buena crónica. Felicidades a Raúl del Olmo.
    Vale q a lo mejor sería muy largo, pero se merecía nombrar a Richie Hawtin. Menuda sesión en The Loop después del concierto de NIN.
    Muy curioso y casi q cachondeo los apagones de los bafles en la actuación de Hawtin, jaja.

    • el 16 julio, 2018 a las 9:32 pm
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      Genial, ya solo sobran 19999. Chao

  • el 17 julio, 2018 a las 11:39 pm
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    Que a estas alturas algunos sigan pensando que a los periodistas que van a cubrir festivales los tratan a cuerpo de rey o tienen privilegios para ver los conciertos es entrañable…

  • el 18 julio, 2018 a las 12:00 pm
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    Felicitar a Raúl del Olmo, que hizo un trabajo ultra-descomunal para cubrir y describir, de manera muy amena, el Mad Cool Festival, con infinidad de estupendas frases suyas, además como, por ejemplo: » Celebración, hedonismo, ambiente lúbrico y auténtica lisergia derretida» referido a Tame Impala, un artista éste que me interesó mucho saber como fue su concierto en este evento madrileño.

    Un saludo.

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