Crónica: los ocho momentos del Sónar 2016

Si de algo se puede jactar el Sónar es de ser un escaparate de las tendencias más efervescentes de la música electrónica del planeta. Bien sea en su vertiente de club o en otros espacios más alejados de lo que se suele asociar a la electrónica, su cartel mantiene un perfecto equilibro entre los últimos géneros, las propuestas más sorprendentes y experimentales, los maestros y pioneros y los artistas más orientados a la pista de baile. Todo bajo el paraguas global de música electrónica o avanzada.

Asentada desde hace ya mucho como una de las grandes citas musicales del año, sigue ahora el proceso de expansión de su modelo de festival a otros países, que el próximo año incluirá ciudades como Hong Kong y Estambul. Y además consolida su cita Sónar+D con 4500 profesionales acreditados de 60 países y con un impacto millonario en la economía de la ciudad de Barcelona.

Pero esto no son más cifras. Fríos números que dan lustre a un festival plagado de artistas y propuestas que este año han vertebrado uno de los carteles más interesantes del panorama festivalero español. Y después de setenta y dos horas pululando por un festival en el que es imposible aburrirse, estos son los ocho momentos que han marcado nuestra visita al Sónar 2016.

New Order

Con New Order, es una de cal y otra de arena. Han tenido conciertos muy buenos por estos lares y otros realmente lamentables. Así que habiendo recuperado el tono con su último (gran) disco Music Complete, los de Bernard Sumner volvían al escenario del Sónar con la incógnita de saber si tocaba la de cal… o tocaba disfrutar.

La cosa empezaba bastante bien: «Singularity», uno de los temas más potentes de Music Complete, abría un concierto en el que intercalaron temas de este disco, como «Plastic» o una deslucida «Tutti Frutti» sin los coros femeninos, con temas de sus discos anteriores, entre otras «Waiting For The Sirens Call» o «The Perfect Kiss». Sin olvidarse de las joyas como «Crystal» o una flojita versión de «Bizarre Love Triangle».

Y aunque la voz de Sumner siempre ha lastrado sus directos y el concierto empezó con un sonido algo turbio, los británicos se fueron creciendo hasta ofrecer una segunda mitad realmente arrolladora que cerraron con «Temptation» para un bis con la mítica «Blue Monday» (sí, a estas alturas sigue sonando mítica) y un bonito recuerdo a Ian Curtis en forma de versión de «Love Will Tear Us Apart» que incluyó foto del malogrado cantante de Joy Division en las proyecciones. Punto final de lujo para uno de esos conciertos que dejan contento al muy fan con un buen setlist y relativamente buen sonido, y alegran el día del que no lo es tanto, con ese puñado de temas que forman parte ya del subconsciente musical colectivo.

ANOHNI

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El de ANOHNI es uno de esos proyectos con los que es fácil haber ido perdiendo la fe a cada etapa. Probablemente todo empezara con un escalofrío de placer con la primera noticia de un proyecto conjunto entre Anohni (nacido Antonhy Hegarty), el productor de moda Hudson Mohawke y Oneohtrix Point Never, mago friki del ruido electrónico más experimental. De ahí, la reafirmación tras el brillante adelanto «4 Degrees», para pasar rápidamente al «meh» con el estreno del disco Hopelessness.

La mala noticia es que, en directo, el proyecto sigue esa pauta descendente de encadenar decepciones. Parecía que quería empezar bien la cosa, con una estética proyección de un vídeo de Naomi Campbell haciendo posturitas. Pero 13 minutos de la Campbell en primer plano sin que pase nada más pueden agotar la paciencia de cualquiera y pronto empezaron los pitos y las quejas (ojo, que a menos de 200 metros estábamos perdiéndonos el estreno mundial del nuevo espectáculo de Jean-Michel Jarre en el solape más doloroso en años). Tras esos larguísimos minutos, aparecieron HudMo y Oneohtrix Point Never para arrancar, sin rastro de Anohni en el escenario, el tema «Hopelessness». Anohni cantaba entre bambalinas y sobre el escenario, en el fondo, un vídeo de una mujer la acompañaba cantando también el tema de forma sincronizada.

Parecía que quería seguir bien: una Anohni cubierta en una especie de capa que le ocultaba el rostro, hacía acto de presencia, ahora sí, para interpretar sobre el escenario «4 Degrees» y seguían las proyecciones de expresivas mujeres cantando sincronizadas. Y a partir de ahí, un set insulso en el que se limitaron a reproducir los temas tal cual suenan en el disco, condicionados por la sincronización con los vídeos en cada tema. Sin cambiar una coma, sin una mínima sorpresa. Con poca emoción y menos personalidad, los temas se iban sucediendo uno tras otro sin acabar de transmitir, tan bonitos como inocuos. Y lo de menos es que Anohni no se destapara la cara (à-la Sia), lo peor es que el concierto fuera tan terriblemente decepcionante aun teniendo tres personalidades tan imponentes juntas sobre el escenario.

Skepta

Ahora es un momento perfecto para disfrutar del grime. Tal vez aquel grime primigenio de 2002 haya sido viciado por su popularidad (o corrompido por cosas como esa colaboración de Dizzie Rascal con Calvin Harris) pero en esta segunda hornada de revival grime en la que estamos inmersos desde el año pasado, las aguas parecen haber vuelto a su cauce: el del sonido del MC callejero de lengua mordaz y los bajos pesados y oscuros. Tiene el encanto agresivo de los estilos que surgen de la calle y del descontento juvenil. Todo esto lo sabe el Sónar, y por eso programó para esta edición a algunos grandes nombres del género: Lady Leshurr, Stormzy o Skepta.

Skepta volvía al Sónar para presentar su último disco, Konnichiwa, uno de los responsables de dar lustre a esta nueva ola de grime y encauzarlo a lo que siempre ha sido: la válvula de escape de muchos jóvenes del sur de Londres que frecuentan clubs toscos y raves menos elegantes aún. Es decir, lo que un día fue el punk, pero en versión electrónica. Y para muestra, el pogo que se montó en las primeras filas de su concierto con un público eminentemente británico y enloquecido que se desgañitaba coreando los temas.

Desde el momento en que salió al escenario, acompañado por MC Shorty y DJ Maximum, para abordar el tema que abre y da nombre a su nuevo disco, «Konnichiwa», Skepta dejó patente que, queriendo o sin quererlo, es un agitador. Un aplastante chorro de energía que se proyecta hacia el público a través de sus rimas en temas como «That’s Not Me» o «Same Shit Different Day» de su mixtape Blacklisted. Y cuando el escenario está tomado por invitados, como Frisco y Jammer (MC’s de su colectivo Boy Better Know), se agudiza esa sensación de vorágine, esa bendita sensación de vigor en la que el público corea frases como «It ain’t safe for the block, not even for the cops» (de su tema «It ain’t safe») y que revive el espíritu de ese, ahora denostado, punk.

Insanlar

Dentro de la carpa de la Red Bull Academy, que acoge a artistas que han pasado por esta academia y que pretende ser el lugar en el que descubrir propuestas de artistas emergentes o semi-desconocidos, tuvo lugar uno de los conciertos más sorprendentes de la edición. Desde Turquía llegaba la banda de Baris K, Insanlar, un ensemble de músicos que, sobre la base de la improvisación jazz, juegan a desarrollar paisajes mántricos y sugestivos.

Su set, construido a base de loops, con laúd, percusiones, batería y cacharrería electrónica, bebe del folk turco y el acid house, y toma elementos del rock progresivo y de la tradición poética de Turquía, estando muy cerca de la manera en que el house entiende la simbiosis entre lo festivo y lo espiritual. Y así es justo como consiguen disponer a la audiencia, en un trance espiritual en el que un tempo hipnótico se apropia de los sentidos y relaja el interior. Todo, sin perder de vista el ritmo que hace que se te vayan los pies.

James Blake

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Pretender que el británico ofrezca un concierto con la exquisitez que condensa en sus canciones en un festival del tamaño del Sónar, es ser muy ingenuo. Él también lo sabe, no ha sido su primera visita al Sónar ni es un novato en grandes escenarios de festival, y por eso planteó un set, como siempre en formato trío con sus inseparables Ben Assiter y Rob McAndrews, en que acercó su electro-soul cálido a los ritmos de club más propios de esas horas de la noche.

Desde que abrió con «Life round here» enlazándola con «Choose me», dejó clara su intención de hacernos bailar. Mantuvo un poco el perfil intimista en «Timesless», «Love Me in Whatever Way» y «Radio Silence», pero entonces subió el rapero Trim al escenario, se marcaron una versión de uno de sus temas conjuntos, «Confidence Boost», y a partir de ahí aquello se transformó en una fiesta comunal recuperando «Voyeur» de su primer disco y enlazándola con «Klavierwerke», de cuando Blake estaba más enfocado a la pista de baile que a los temas emotivos.

Y con el público ya entregado a la potencia de los bajos y un ritmo desatado, Blake encaró «Modern Soul» y puso punto final a su actuación con «Retrograde» y una ruidista (quizá demasiado) versión de «The Wilhelm Scream». Por supuesto que se perdieron muchos de los matices del disco; y los silencios, que en las canciones de James Blake significan tanto como las notas. Pero a cambio volvimos a encontrarnos con la versión más hedonista y menos tristona de Blake. Ahora sólo falta que le programen en una sala adecuada a su sonido y podamos valorar la verdadera ristra de emociones que esconden sus canciones.

65DAYSOFSTATIC plays No Man’s Sky

No Man’s Sky es un ambicioso videojuego de exploración espacial, con una peculiaridad: todo lo que aparece en él, desde los planetas a los extraterrestres, ha sido generado por algoritmos informáticos. También su música. El grupo de rock instrumental 65DAYSOFSTATIC se ha encargado de escribir la banda sonora de este videojuego, que verá la luz en forma de largo doble, pero el jugador escuchará durante la partida música que se ha generado con algoritmos a partir de los sonidos creados por la banda. Con esa excusa se presentaban los británicos en el escenario más tecnológico del Sónar: Playstation presentaba la música que acompaña a su último lanzamiento.

A pesar del reto de escribir temas en un formato menos lineal de lo acostumbrado, el sonido natural de 65DAYSOFSTATIC no dista mucho de una banda sonora: la textura cinematográfica de la banda, su aire sci-fi y la dinámica de sus temas, con desarrollos que desembocan en clímax sonoros llenos de épica, parecen encajar bastante bien con la propuesta del juego. Así, lo que a priori se vendía como un concierto conceptual, en realidad fue una prolongación de lo que mejor saben hacer 65DAYSOFSTATIC sobre el escenario: un huracán de percusiones, loops y guitarras con cambios de ritmo progresivos que nos sumergían en el universo (nunca mejor dicho) del videojuego que se proyectaba de fondo, sin que quedara muy claro si aquella proyección formaba parte del concierto o viceversa.

Quizá una sala con butacas no fuera el mejor espacio para disfrutar de un concierto en el que, sobretodo en la segunda parte, daban ganas de levantarse y brincar. Y más teniendo en cuenta que, en los pasajes más lentos (que hubo varios al principio), parecía que la butaca nos empujaba un poquito más en brazos de un inevitable amodorramiento.

John Grant

Pocos artistas han experimentado evoluciones tan singulares como la de John Grant. Queda lejísimos la época con sus The Czars y empieza a alejarse también la etapa en la que paseaba su melodramática tristeza por los escenarios acompañado de su piano. Hoy, Grant es un hombre que ha abrazado con descaro el hedonismo musical y que se atreve a bailar sobre el escenario. Pero eso no significa que las letras de sus canciones dejen de tener la oscura profundidad de antes. Es solo que ahora se visten de revival synth-pop.

Y así, es curioso cómo Grant se sube al escenario, nos dice (en español bastante fluido) que «vamos a mover un poco el culo» y arranca un set en el que irá intercalando los temas más bailables, en los que él mismo bailotea por el escenario, con los más íntimos, en los que vuelve al piano. Siempre con su voz como protagonista absoluto y con una solvente banda de hasta cuatro miembros que le acompaña. «Pale Green Ghosts» o «You & Him» fueron las canciones más disfrutadas por el público, que se deshizo con «Queen Of Denmark» en un concierto en el que, a pesar de que Grant sigue demostrando unas dotes sobresalientes para la emoción, ese nuevo envoltorio sintético y bailable diluye el mensaje y, a ratos, da la sensación de que reviste la actuación de cierto aire paródico. Solo queda esperar a dónde va a llevarle todo este giro electrónico.

Oneohtrix Point Never

Si el año pasado fue Arca el encargado de entregar el set más incómodo y precioso del festival, este año el honor le ha correspondido a Oneohtrix Point Never. Hacía doblete en el Sónar, tras su concierto con Anohni y, realmente, no habrían podido estar más alejados uno del otro. Como te hemos contado más arriba, lo de Anohni es la forma más insulsa de desperdiciar el rotundo potencial de Daniel Lopatin. Pero en su set en solitario, acompañado de un guitarrista, Oneohtrix Point Never hizo que el cielo se abriera sobre nuestras cabezas para dejar pasar a las criaturas sonoras más bizarras del universo. Las que pueblan su último disco Garden of Delete.

Lo de Oneohtrix Point Never es un seísmo de sonidos industriales y robóticos mezclados, de ritmos electrónicos distorsionados hasta hacerse irreconocibles y de belleza en forma de dolorosos golpes de techno agresivo. Es grindcore, es punk, es música experimental. Su concierto es un quiebro tras otro de ruido abstracto que, acompañado por los visuales más extravagantes y provocativos del festival, consiguió crear una atmósfera opresiva, tan fascinante y cautivadora que costaba hasta respirar. Uno de esos sets que te zarandean hasta hacerte perder toda la pre-concepción que lleves en la cabeza sobre la melodía y el ritmo. Y, sin mucha duda, uno de los conciertos más impresionantes del festival. Por burro y por extrañamente placentero.

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