Crystal Castles – III (Casablanca Records)

Pues ya van tres álbumes de larga duración y seguimos inmersos en las mismas nebulosas salpicadas de chispazos eléctricos, los canadienses no se desprenden de la mochila que han paseado en sus dos anteriores entregas, continúan con las mismas tácticas y técnicas en la producción.

Enmarañando sonidos, ocultando los juegos de voces y «rippeando» alma y ansiedad. Y el caso es que se nota que ya llevan unos años haciendo lo mismo, porque si antes se les veneraba por la sorpresa que supuso su irrupción en la electrónica internacional ¡bendita escena canadiense!, ahora ya bordan de manera positiva toda la pedantería a los mandos de la fuerza electro con la que trabajan.

Seguramente, si fuéramos capaces de valorar el peso de este disco sin hacer contrabalanza con lo que supuso el efecto demoledor por lo insólito de sus dos anteriores publicaciones, estaríamos dispuesto a afirmar sin miedo al titubeo que estamos ante el mejor disco del dúo hasta el momento. He leído en algún sitio que ahora son más accesibles, ¡bah! no hagan ni caso ¿por qué lo llaman accesible cuando quieren decir melódico?

El caso es que ya desde la intro con «Plague» y su segunda píldora envenenada con «Kerosene», comprendemos con no más de tres o cuatro escuchas que estamos ante un álbum autosuficiente, que no necesita de presentaciones en directo ni vídeos contundentes para demostrar por sí solo que la destreza que supura por rejas de metal es más que suficiente para aplaudir la labor musical de Ethan y Alice Glass.

En un contundente ejercicio de ofrecer más de lo mismo pero mejor y aún más calibrado en su presentación siguen sonando atípicos, demoledores y ensordecedoramente difíciles. Por supuesto que siguen arañando la pizarra con las uñas, en momentos desconcertantes («Trangender») y otros tanto desquiciantes y molestos («Insulin»), pero ahora también se dejan querer con pastelitos como en «Transgender», unificando todas las virtudes y defectos en el que sin duda será el tema de los próximos festivales de verano «Sad Eyes», y la mejor canción del disco, a la que le hubiera venido al pelo una voz invitada, al estilo de lo que Robert Smith le hizo a la brutal «I´m not in love».

 

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