David Bowie – Blackstar (Sony)

Esta es una crítica ventajista, tramposa y sin embargo tremendamente complicada de escribir. Por un lado, a toro pasado es demasiado fácil destripar Blackstar (Sony, 2016), el último trabajo discográfico en vida de David Bowie. Todo lo que una semana antes era misterio, belleza y melancolía, a raíz de la desaparición de su autor se convierte en tragedia, en homenaje casi póstumo, en testamento. Blackstar es la herencia que uno de los mejores artistas de la historia del rock deja a sus fans. ¿Qué derecho tenemos a criticarlo? ¿Acaso no es un reflejo exacto de sus últimas voluntades? Las pistas diseminadas a lo largo de sus escasos 40 minutos así parecen atestiguarlo. Pero, aunque cueste hacerlo, hay que hablar también de la parte musical del álbum.

La historia es ya conocida: Bowie tenía en mente hacer algo diferente, darle otra vuelta de tuerca vanguardista a su carrera, a partir de su colaboración con la Maria Schenider Orchestra en la canción “Sue (or in a season of crime)”, incluida en su recopilatorio de 2014 Nothing Has Changed. Decide, con buen criterio, que sus músicos habituales no son los idóneos para el proyecto, y recorre los clubes de jazz de Nueva York hasta dar con el cuarteto liderado por el saxofonista Donny McCaslin. Con ellos ha regrabado aquella canción y la otras seis que forman Blackstar. Es evidente su aportación: el saxo revolotea libre por todo el álbum creando una sensación maniática, casi claustrofóbica; la percusión es desgarbada y, al mismo tiempo, con pasajes de una perfección rítmica que recuerda a Klaus Dinger y su motorik, sobre todo en “’Tis a pity she was a whore”. En canciones como la profética “Lazarus” parece que quien canta es el David Bowie de Hours o Heathen, pero con un fondo musical a medio camino entre lo norteamericano de Young Americans y lo teutónico de su trilogía berlinesa. Lo mejor de “Girl loves me” es, probablemente, intentar desentrañar ese oscuro lenguaje, supuestamente basado en La Naranja Mecánica, con el que habla el protagonista. Hasta aquí, todo más emotivo que sorprendente, más teniendo en cuenta que a la fecha del lanzamiento oficial de Blackstar ya conocíamos prácticamente la mitad de su contenido.

Aunque “Blackstar”, una brillante suite de casi diez minutos impulsada por el vídeo que se dio a conocer unas semanas antes de la publicación del álbum, sea el tema que se lleve la fama con sus cambios de voces, ritmos, melodías y escalas, los momentos más interesantes del disco se encuentran en las dos últimas canciones. “Dollar days” suena, casi por primera vez a lo largo del disco, a grupo conjuntado. Es una especie de resumen de todo Blackstar: el saxo melódico y libertino, la percusión, la voz de Bowie diluyéndose en el éter, las guitarras casi imperceptibles, como gaseosas… Finalmente, en “I can’t give everything away” hay una belleza rara, llevada en volandas por un ritmo, esta vez sí, más persistente y sobrio, una repetición de ritmos y patrones que tiene su eco en la letra, también insistente y repetitiva, una vez más desvaneciéndose entre fraseos totalmente libres del saxo, los últimos ecos de la batería y lejanas guitarras desquiciadas. Una lenta salida que cobra una dimensión inesperada cuando pensamos que son los últimos acordes que Bowie nos ha dejado.

El tiempo pondrá Blackstar en su sitio, porque ahora es imposible analizarlo y catalogarlo de manera objetiva. Habrá que esperar, además, a ver si esos rumores sobre un nuevo disco que estaría ya prácticamente a punto son finalmente ciertos. En todo caso, no estando entre lo mejor de Bowie, creo que Blackstar es uno de sus grandes álbumes de los últimos 30 años.

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