Deerhunter – La Riviera (Madrid)

Nos encantan los ejercicios de nostalgia. Nos encanta volver a subir a los escenarios a nuestros ídolos ya desterrados para que hagan versiones de si mismos y poder recuperar un pasado que se nos escapa irreversiblemente entre las manos. Nos encanta y no hay nada malo en ello. La pena es que ignoramos las propuestas más estimulantes del panorama contemporáneo.

La noche del 14 de abril el público madrileño se olvidó de una banda que están en su mejor momento: Deerhunter. Y el estado de forma, importa mucho. Yo no pagaría mucho por ver a Francisco Narváez “Kiko” jugar en el equipo de futbol de la Sexta, ni “al hombre que se comió a Anthony Hopkins” en la reciente versión del Hombre Lobo.

Deerhunter, ajenos a estas reflexiones mías, entraron a matar con un gran tema que parece sacado de alguna cara b de Arcade Fire: “Desire line” del álbum Halcyon Digest (2011). Transcurridos varios minutos, dejan claro que no están muy interesados en la artificiosa inmediatez épica de los canadienses sino en territorios algo más complejos y abstractos. No creo que pretendan inventar nada nuevo ni quieran cambiar el mundo. Su diseño de sonido es el resultado de una verosímil combinación de diferentes estilos ejecutados con muy buen gusto: post rock, psicodelia, ambient e incluso folk. La lista de referencias es extensa: Yo la Tengo, Velvet Underground, Sonic Youth, Spiritualized…. Mejor eso que estudiar minuciosamente el virtuosismo plasta de Eric Clapton ¿no?.

Los argumentos iniciales de la banda eran convincentes pero alguna pieza no terminaba de encajar. Un sonido algo deficiente no ayudaba. Iban desgranando su aproximación al pop más clásico: “Don,t cry, Little Kids” y la luminosa “Revival”. Entonces llegamos al “Nothing ever happen” y se hizo la luz: toda una catarsis de delays cuya onda expansiva recreaba inabarcables capas de sonido. La ambición experimental de la banda acentuaba el estado hipnótico tan brillantemente logrado. Me tenían ganado para la causa. Triunfaron también en su visión más lisérgica del Halcyon Digest: “Helicopter” y “I would have laughted”. Para mi alegría, coronaron con ese tremendo anticlimax de su primer disco Cryptograms (2007): “Octet”. Como líder de una carrera, debe ser un placer llegar a la meta andando.

Si quisieran forrarse, les recomiendo: separarse de forma dramática, edificar un mito en torno a ellos en la red social, ir a una clínica de desintoxicación “aunque solo consuman aquarius”, volver a juntarse dentro de dos décadas espoleados por las deudas y anunciar dicho reunión como un fenómeno único “como la aurora boreal”. Si yo tuviera ahora mismo 5 años, pagaría lo que fuera por verles en esa gira. Así podría confirmar mi decepción por no haberles visto en su momento, cuando estaban en forma.

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