Deezer Monkey Week 2013. Asistimos a una nueva edición del festival de El Puerto de Santamaría

(fotos: Raisa McCartney)

Intro

Lo de «Deezer» siempre se nos olvida. Debe ser que después de cinco años de contemplar la evolución artística y organizativa de un festival como el Monkey Week, los adjetivos adicionales parecen sobrarnos. Además de la plataforma de música digital, muchos otros alicientes se han ido sumando al evento hasta hacer de él una cita casi obligada para los que queremos descubrir hoy los grupos del mañana (así reza uno de sus reclamos). Pero no solo de bandas en ciernes se alimenta hoy su cartel, sino de otros más o menos consagrados que ven en las costas gaditanas una oportunidad de esparcimiento para su obra y sus horas de asueto.

Paco Loco fue el ideólogo, como residente e impulsor, de una iniciativa que gana en cantidad y calidad a medida que la experiencia de ediciones anteriores sirve de acicate a sus actuales promotores para crecer, mejorar y facilitarnos la tarea a quienes, además de disfrutar, nos desplazamos a El Puerto de Santa María para bañarnos en rock y todo tipo de fusiones de las que hablar luego en unas cuantas líneas. No sé si tendremos la suficiente credibilidad, pero puedo prometer y prometo que fueron un par de jornadas inolvidables. Y eso que no estuvimos en todos los sitios que debíamos estar.


Viernes 1

El reparto de papeles inicial nos situó al mediodía en un escenario idílico, donde la acústica y la luz no entendían de contaminación y la temperatura andaba en consonancia. La señorial Bodega de Mora se erigía en el centro de operaciones donde los sets acústicos se repartían entre los stands y las degustaciones de caldos autóctonos servían de alterne entre grupos de periodistas, managers, músicos, editores y algún que otro infiltrado. En medio de todo el trasiego, los manchegos Mucho proclamaban su particular visión del Apocalipsis con la artillería mermada pero con mucho teclado y las habituales melodías bien afiladas. El segundo álbum de los toledanos aún colea en sus cuidados directos, y en esta ocasión el contraste entre su pop cristalino, bien ejecutado, y el post rock con ecos a Queens of the Stone Age de los almerienses The Dry Mouths, en una plaza Alfonso X que empezaba a convertirse en el centro de la movida del festival, hizo que ambos brillaran, cada uno dedicado a lo que mejor sabe. Los segundos, descamisados y salvajes, andan presentando su tercer disco, un más que digno «And show us», y las gotas de sudor que vierten en escena hablan tanto o más que sus propios instrumentos. Pundonor y entrega, las claves para que algún día mucha más gente hable de ellos en términos laudatorios.

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Pero la sesión matinal no acababa ahí. Aún le debíamos otra visita al entorno vinícola para comprobar que las bandas que graban un disco conceptual como el que han grabado Niño y Pistola (por cierto, los ganadores en esta edición de la «batalla de bandas» de Radio 3) no tienen demasiados problemas para trasladarlo al directo, y menos si se atavían de rock clásico y adaptan su nuevo repertorio a formatos más reducidos en tiempo y logística. Unos imprescindibles a los que deberían acercarse las grandes audiencias necesitadas de grandes canciones.

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Las mismas que unas horas después, ya en horario vespertino y ante una decena de curiosos rastreadores de nuevos (o viejos) sonidos, desplegaron en la azotea más musical de la bahía, la del Bar Santa María, los granadinos Alondra Galopa, inspirados en los sonidos más crudos de los noventa y atreviéndose a versionar con solvencia a los mismísimos Fugazi. Unos tipos de armas tomar, sin duda.

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Cuando te hablan de una banda llamada La Selva Sur y te enteras de que está formada por miembros de O»Funkillo, Rare Folk o Las Niñas, no sabes si temerte lo peor o darle una oportunidad a unos músicos en teoría tan experimentados. Lo que te encuentras al final es a un montón de gente bailando en plena plaza, intentando hacerse cómplice de unas canciones prácticamente desconocidas y comulgando en intenciones con el ánimo lúdico (lo más destacable en un grupo de ese perfil) y arrabalero de un combo que combinaswing, cabaret y las indispensables pizcas de ska bailable y festivo. Un ratito de esparcimiento antes de trasladarnos al circuito de salas, el gran olvidado por los medios masivos y la mayoría de público -la economía obliga, y el despliegue de colores prohibidos en las respectivas pulseras de acceso así lo demostró- y el más sufrido y disfrutado a partes iguales por bandas que, quién sabe, puede que mañana copen portadas de revistas y fanzines alternativos. En un recorrido rápido pero intenso como el nuestro, los apuntes hablan por sí solos:

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Tuya, el proyecto de David T. Ginzo, segundo guitarra de Sidonie y otra de las firmes realidades de nuestro pop más psicodélico y ambicioso. Como quien no quiere la cosa, fueron llenando la sala Gold a medida que transcurría su viaje hacia latitudes folk con aires electrónicos e inspiración modernista. Incluso se atrevieron a soltar gracietas como «buenas noches, Santander» sin miedo a resultar pedantes. No es fácil el recorrido por los temas de «Waterspot», un debut espléndido con joyas como «Cake» o «Wooden house» que se expanden en directo. Precisos e inspirados.

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Fawn Spots, un trío de pirados y residentes en York que acamparon en pleno festival con su arsenal de destartalado rock lo-fi, punkdescontrolado y sonido explosivo (ni siquiera necesitan un bajista) que nada tiene que envidiar a algunos de sus inspiradores, léase Black Flag, y que pasó como una exhalación por la preciosa sala Milwaukee, sobre todo por lo vertiginoso de su mini concierto. Salvajes y ruidosos.

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Random Walkers, sorprendente joven banda sevillana con la voz de Lucía como estandarte y un sonido primitivamente grunge en el que es fácil detectar la tremenda huella que Nirvana ha dejado en sus ensayos. Con «Green light», el incipiente EP que han publicado, y muchas cosas (buenas) que demostrar, el armazón de temas como «Powerless» nos hace subrayar su nombre en previsión de bienes mayores. Interesantes y voluntariosos.

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Gecko Turner, uno de esos hippies deliciosos al que siempre te quedas con ganas de ver en un escenario mayor y con mucho más despliegue. El extremeño, últimamente acostumbrado a que el público de las salas de cine disfrute de sus mestizas composiciones -Isabel Coixet o Montxo Armendáriz pueden dar fe de ello-, apenas tuvo tiempo de aderezar su aperitivo acústico con un bajo que se quedaba corto para que las especias múltiples de su receta conectaran como debieran con los pocos que habrían pinchado sus discos en casa antes de agolparse ante el escenario de El Cielo de la Cayetana. Insuficiente y agridulce.

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Lovely Rita, otros sevillanos liderados por las sutiles teclas de Mar Merino, ex de los no menos deliciosos Tarik y La Fábrica de Colores, que en su debut editado hace unos meses comparte músicos con Pájaro, del que hablaremos en la crónica del segundo día (y eso que no estaba incluido en el cartel). La estupenda versión del «Heroes» de Bowie fue el mejor momento de una presentación que necesitará muchos kilómetros para hacerse el hueco que merece. Melódicos y concisos.

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Silvia Superstar & Los Fabulosos, un nombre sobradamente conocido para los antiguos fans de las fantásticas Killer Barbies. Con algunos kilos de más, una estética retro lograda solo a medias y una banda de acompañamiento curtida en mil batallas con Los Coronas o Sex Museum, el pedigrí de la otrora explosiva vocalista se nutre en la actualidad de clásicos del rockabilly y el swing como «Breakaway», «Fever» o «Go go Mack», ejecutados con fiereza y supeditados a la capacidad escénica de una frontwoman que, pese a todo, conserva tablas y presencia para que cualquiera de sus conciertos se convierta en una celebración. Además, le busca nuevos ángulos a temas que todos conocemos, y eso siempre es de agradecer. Lúdicos y eficaces.

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Y vuelta al corazón del cotarro. Hasta un notario se hizo con un despacho portátil entre la muchedumbre para dar fe, certificado de su puño y letra mediante, de que cualquiera de los allí presentes podíamos estar siendo testigos del despegue de estrellas futuras. Dudoso en la mayoría de los casos, y no por deméritos propios, sino por la previsible desidia generalizada más allá de un par de jornadas en las que el hedonismo siempre priva sobre el real calado de las respectivas propuestas. Mientras tanto, las improbables luminarias escénicas respondían al nombre de Lüpulo, buenos mezcladores de electrónica y rock de base que apenas tuvieron tiempo de dar a conocer las virtudes de «Ensö», un ambicioso EP que también ha pasado a nuestra carpeta de deberes por hacer. En cambio, los que algún tiempo atrás nos pusieron Los News ya los teníamos bien aprendidos. Estos señores son unas auténticas bestias de escenario, y si en unos meses no están pateándose garitos por media Europa es que esto del rock and roll ya no es lo que era. Pocos lo habrían adivinado, pero después de haber escuchado el hipervitaminado «Automedication», tal vez éramos de los pocos que aventurábamos su directo como uno de los momentazos del Deezer Monkey Week 2013. Quentin Gas es un líder nato, con ínfulas deshowman y maneras de rock star moderna que arma las canciones de su banda con velocidad, músculo y olfato para clavar hits que sonaron sin pausa y con mucha prisa: «Far away from you», «Spend all your time making love» (¿hay un mejor grito de guerra?) y sobre todo «I»m in love with the wrong girl», un auténtico pelotazo de garage punk directo al corazón y las piernas del respetable. Pura carne de cañón, pero de la buena. Uno de los (inesperados) puntos álgidos del evento portuense.

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Tras el rastro de adrenalina de los sevillanos, los que no se movieron de la plaza puede que llegaran a su particular punto de congelación con los ritmos gélidos, proyecciones incluidas, del dúo electrónico Der Panther, unos madrileños con cierta inclinación por la presunta intensidad de reconocidos combos como Animal Collective a los que, salvando las distancias, recuerdan en algunos tramos de sus interminables creaciones. Mucho por pulir en un proyecto que aún tiene que encontrar el sitio que le corresponde en un circuito no demasiado prestigioso entre los asistentes a un festival de estas características. Veremos.

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Había que movilizarse antes de la traca final, que para nosotros no eran los Posies (el cansancio y los tiempos de espera entre conciertos en la sala Mucho Teatro tuvieron gran parte de culpa), sino el soul manchego del gran Julián Maeso con el que echaríamos el cierre al agotador peregrinaje del primer día, y eso que ya habíamos disfrutado de un anticipo acústico en el que se atrevió con la guitarra.

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Nuestros pasos nos condujeron hasta el Burladero, acogedor local cuyas reminiscencias taurinas afortunadamente se quedan en el rótulo, donde el primero de los pases de Zico entonaba sus primeros acordes. Había ganas, muchas, de escuchar en directo esos «Demonios al sol» que Guego, uno de esos talentos ocultos a los que tanto nos gusta seguir la pista, lanzó al mercado con su grupo y que lleva tiempo convertido en uno de nuestros discos de cabecera. Pese al mejorable sonido y al injusto ostracismo del grueso de festivaleros que a esas horas ya estaba por otras labores, los teclados de Nadia, la guitarra de Fernando y el denso ambiente instrumental de sus canciones hicieron que nos sumergiéramos de nuevo, y de forma mucho más sugerente, en ese universo peculiar que retratan temas como «Mueren las artes», «La piel», «Cassette» o «70 metros cuadrados», una de las mejores canciones grabadas en suelo patrio en el último año.

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Con tanta intensidad, se nos olvidaba que Chucho también arrastrarían las consecuencias de los retrasos en la agenda nocturna y decidimos que lo de Gaf y La Estrella de la Muerte, según previas y excelentes referencias, podría merecer la pena. Los canarios no defraudaron, dan lo que prometen, que no es otra cosa que una suerte de dream pop en el que esparcen percusiones marcianas, folkexperimental y ambientes oníricos creados con vientos y teclados nada fáciles de digerir para quienes busquen el pop de pegada inmediata con el que cerrar la jornada antes del merecido descanso.

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El nuestro llegó después de que Ken Stringfellow apareciera por sorpresa junto al ex Sunday Drivers (cuentan que poco después este devolvió el favor a los de Seattle) en un duelo entre hammond y piano eléctrico que casi nos convenció de que la mejor idea era prolongar la actividad hasta el mediodía siguiente para no perder ni un solo detalle del concierto. Que Maeso ha grabado un señor disco titulado «Dreams are gone» es tan cierto como imprescindibles son sus directos, con coros góspel y profusión de guitarras jazziesen maravillas del perfil de «It»s been a hard day» y «A hurricane is coming». Un punto y aparte a medio tiempo, necesario y motivador para todo lo que aún tendríamos que contar apenas unas horas después. Pasemos página.

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Sábado 2

Un festival en el que te puedes olvidar de la alarma del despertador porque sabes que sea la hora que sea vas a encontrarte con algo interesante que llevarte a las orejas es una oportunidad única de disfrutar de la música a tu propio ritmo, y a ellos nos aplicamos en la segunda jornada.

Claro que había algunos objetivos que no podíamos obviar, aun sabiendo que de nuevo no podríamos llegar a tiempo de escuchar la nueva plasmación en vivo de «Amazing disgrace», la piedra filosofal del sonido de The Posies. Y como no nos gusta hablar de oídas, esperaremos pacientes a que el destino y las agendas se crucen con éxito dentro de no demasiado tiempo. Mientras el sol anunciaba otra jornada benigna en conciertos y temperatura, las comparecencias acústicas en el pequeño escenario que Mondo TV instaló a la entrada de la imprescindible Bodega de Mora nos sirvió de placebo contra el malestar que horas más tarde nos causaría la (in)competencia del personal a cargo de repartir las invitaciones del Teatro Pedro Muñoz Seca. Sí, nos referimos a la falta de previsión, a la incoherencia de tener que pasar por taquilla horas antes del comienzo de los conciertos aun luciendo pulsera y tarjeta como acreditaciones oficiales y a la «amabilidad» de una señorita que lució ante nuestros ojos un total de setenta papelitos sobrantes para negarnos la entrada acto seguido.

Pero nada podía empañar, y a fe que no lo hizo, nuestra nueva cata de sonidos y sensaciones. Y aquí lo contamos, empezando por donde hay que empezar, que paradójicamente es fuera del programa oficial. La culpa de ello la tuvo un Pájaro de buen agüero y otras aves de rapiña que se adueñaron del recinto en cuestión de minutos. ¿Qué de qué y quiénes hablamos?

Supongo que todos allí conocían a Raimundo Amador. Supongo además que pocos suponían que sería uno de los invitados sorpresa de la jornada. Supongo que en ninguna agenda o guía oficial se anticipaba dicha aparición. Y supongo que los del stand de Gibson sabían que la iban a liar. Después de que el ex guitarrista del gran Silvio, miembro a tiempo parcial de alguna de las últimas reencarnaciones de Triana y primo hermano de los Amador nos tocara la fibra con sus cuerdas y las de su banda, el tío Raimundo, el gitano pariente de B.B. King y sobrino lejano de Jimi Hendrix, que sentado a la derecha del público no necesitó más que un tema, del señor Fernández Melgarejo que en gloria esté, para vaciar los demás espacios durante diez gloriosos minutos. Lo dicho, a las verdaderas estrellas no se les conceden letras grandes en un festival dedicado a otros menesteres. A ellos nos debíamos, así que en un primer vistazo debemos dejar constancia del shock que significó la presencia de Juan Luis Matilla, un coreógrafo de nombre tan común como inusuales son sus pasos de baile y su inglés intencionadamente macarrónico. Tener el valor de presentar unos temas apenas esbozados con una caja de ritmos, unas mínimas programaciones y unas letras improvisadas con el acompañamiento de un acordeón de juguete ya es un triunfo en sí mismo. Mopa, la compañía de danza a la que representa, ya conoce las mieles del éxito en diversos festivales y el concienzudo trabajo que les ha hecho colaborar con luminarias del indie como Pony Bravo. Bastó un rato de contoneos y saltos para que lo catalogáramos como lo más fresco e innovador del día. Poco después, otro nombre que destacaríamos en negrita: Anaut, soul pop grabado gracias al apoyo de la plataforma Verkami que comulga vientos con guitarras y percusiones con pianos para levantar una nueva sede del rhythm & blues nacional. Ojo a temazos como «Phony money» o a la tremenda versión de «Hallelujah I love her so» que en directo puede mover montañas. Una promesa que ya casi es una realidad.

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Parecería que inconscientemente sospechábamos que nos quedaríamos con las ganas de ver a los imprescindibles León Benaventey L. A. en un escenario más amplio, porque captamos a ambos en el formato doméstico previo, lejos de sus respectivas mejores versiones pero suficiente para saber, si es que no lo sabíamos ya, que están entre lo mejor de la cosecha autóctona más reciente, como los productos salidos de los viñedos que los rodeaban a la hora del almuerzo. «Animo, valiente», el tremendo tema con el que los primeros abren su debut discográfico, es una magnífica canción se escuche como se escuche, y Abraham Boba es un letrista de altos vuelos, como bien sabe su mecenas Nacho Vegas, al que ha acompañado en directo el tiempo suficiente para que el alumno se ponga en el lugar del maestro. La próxima vez, nos lo hemos prometido, tomaremos el teatro caiga quien caiga.

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Había algún nombre destacado de la edición anterior, e intentar que en esta confirmaran lo apuntado era cuestión de tiempo. Son & The Holy Ghosts, una agrupación de excelentes maneras que ya ha cosechado buenas reseñas y varios minutos en medios generalistas, repetían presencia -esta vez en el escenario al aire libre- y prestancia con «The soldier & ladyfire», otra gran colección de canciones entre el rock de raíz americana y el pop lírico con el que ya despuntaron en su debut. Acentuando la sobriedad con la que los conocimos, lograron ser unos de los protagonistas del boca-a-oreja habitual entre los cazadores de nuevas presas sonoras. Y hablando de cazar, la red que decidimos lanzar de nuevo sobre el circuito de salas nos trajeron algunas perlas, de cuyo valor hablamos a continuación:

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Zombie Valentines, unos madrileños deudores de los ritmos de la orilla del Mersey pero a los que tampoco podemos meter en el saco de los nuevos mod. No es que jueguen al despiste, pero los toques fronterizos de algunos de sus temas y las huellas de clásicos como Los Brincos en sus letras y armonías hacen más difícil su encasillamiento y mucho más disfrutable su propuesta. Espontáneos y directos.

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Jansky, un dúo inmerso en la nube de indie-trónica que lejos de empachar aportan personalidad y la voz de Laia Malo para desmarcarse de proyectos similares. El spoken Word, prácticamente un despliegue de poesía improvisada sobre unas bases a ratos más bailables disparadas por Jaume Reus, les granjeó la vitola de revelación en el último Sónar y, pese a su discretísimo paso por un semi desierto Niño Perdío, el respeto absoluto de los medios que nos aventuramos a descubrirlos. Densos y exuberantes.

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The Weekend Turtles, surferos convencidos y convincentes que aportaron camisas estampadas y look playero a la terraza de La Cristalera en uno de los pocos conciertos totalmente gratuitos del fin de semana. The Shadows y The Ventures como referencias básicas, pero también nuevos valores del gremio como los A-Phonics o los Straitjackets se ven reflejados en el ambiente spaghetti-western con preferencia por los instrumentales trabajados de este cuarteto capaz de facturar pildorazos como «La noche que mataron a Modesto Venganza» (¿no es ese título puro Sergio Leone?) y «Watanga!», argumentos más que suficientes para justificar estas líneas. Soleados y limpios.

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Perlita, la penúltima marcianada salida de la factoría de Paco Loco. Se trata del proyecto paralelo de Pedro Perles, habitual acompañante en los directos de Bigott, al que hacía poco más de veinticuatro horas ya habíamos visto tocando la guitarra con Ledatres, que afronta este reto minimalista con vocoders, dubstep minimalista y juegos vocales espontáneos no exentos de fino humor. Igual la broma solo le dura un invierno, pero voluntad no le falta. Peculiares y bailables.

Pelo Mono, o lo que es lo mismo, la otra cara (la misma para muchos) de Pedro de Dios, guitarra y base del sonido de Guadalupe Plata. Tras ser uno de los encargados de prender la llama de esta nueva edición en la toma de contacto del jueves por la noche, su asociación con Antonio Pelomono ya ha fructificado en una grabación tan contaminada de blues tan deshilachado y machacón que se hace imprescindible. Luego nos confesaría que la abarrotada terraza del Bar Santa María y sus precarias condiciones de sonorización le jugarían una mala pasada en forma de vinagrazos en el mástil, pero como en otras ocasiones, aquello sonó a gloria. Y con una maleta y un contenedor como aparatos percusivos y las máscaras como identificación. Crudos y necesarios.

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Lula, el proyecto que más le ha durado últimamente a la otrora «lolita» del pop español, Patrizia Escoin (¿alguien se acuerda de Los Romeos?), y que en formato trío parece haber encontrado la horma de su zapato. Pequeños trallazos de punk rock y power pop de toda la vida tocados con entrega y pundonor e incluso saliendo victoriosos en su lucha contra los elementos (entiéndase «sonido más que mejorable») y haciendo que le dediquemos otra atenta escucha al recomendable «Viaje a Marte» que emprendieron hace algún tiempo y que aún sigue cubriendo pequeñas y aplaudidas etapas. Seguros y lúcidos.

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Tras este periplo, aún nos quedaban muescas en el revólver. Por ejemplo, la de Aurora, que no es una cantautora folkie sino el nombre bajo el que se agrupan unos granadinos de insultante madurez con un único álbum de estudio como argumento, el impecable «Géminis». Pero menudo argumento si les ha servido para telonear a Tame Impala -palabras mayores- y para convertirse en «la gran esperanza blanca» de la ciudad de la Alhambra y del pop independiente gracias a las incontestables hechuras de «Desaparecer», «Transparente» o «Ave Fénix» y un directo que roza la perfección. Algo parecido al que le seguía en la plaza Alfonso X, que no era otro que el de sus paisanos de Sonido Vegetal, multitudinaria formación afiliada al «buenrollismo» que pusieron patas arriba el empedrado con su probada experiencia en estos frentes y sobre todo a una hora en la que todos estábamos predispuestos a cualquier cosa, para qué negarlo. Dicen que lo suyo es gipsy punk, de existir tal mezcolanza de géneros, y no seremos nosotros quienes lo desmientan, más teniendo en cuenta que el ilustre Martin Glover (U2, entre muchos otros grandes) les produjo su segundo disco, «Las bases del razonamiento», y que desde entonces son carne de festival con toda la razón del mundo. Justo cuando ellos y el público estaban entrando en calor, las urgencias por acondicionar el escenario para el siguiente show les dejó a medio bis. Pero el enfriamiento fue solo cuestión de minutos, justo los que tardaron la troupe de La Suite Bizarre en apoderarse de las tablas. «Play no relax» es un disco de título suficientemente explícito como para poner en entredicho su poder de convocatoria. No se sabe muy bien si Frank Zappa abrazó el funk en algún momento de su carrera, pero esto sería lo más parecido a ello, tanto en estética como en sonido. Violines, vientos, teclados, percusiones y guitarras en plena efervescencia para uno de los momentos, en efecto, más «bizarros» de un festival en la curva de su culminación.

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Y llegó un avión de Liverpool al que pocos esperaban en el aeropuerto. Los grandes «tapados» de esta edición se llaman The Cubicaly, de no haber tenido la desgracia de lidiar con el gran nombre que los sucedió en la preciosa sala Mucho Teatro, deberían haber sido los protagonistas del mejor concierto. Actitud y talento les sobran para fulminar los trallazos contenidos en «Arise conglomerate», un álbum sencillamente prodigioso que ensucia el soul con la garganta alcoholizada de Dan Wilson (enorme frontman) y retrotrae al bluesenfermizo de los Animals o, yendo más atrás, al descontrol de monstruos como Screamin Jay Hawkins. Sensacional fin de fiesta. Aunque hubo más en el backstage particular de este humilde reportero que, otro año más, se lo pasó en grande durante las horas en que el Puerto de Santa María, un bellísimo cruce de caminos al borde del precipicio peninsular, volvió a convertirse en la ciudad de la música.

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Con el permiso de todos, hasta el año que viene, monetes.

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