Elliot Moss – Highspeeds (Grand Jury Records )

Modestia aparte, siempre este autor se ha vanagloriado de tener buen olfato para vaticinar the next best thing. Y que me aspen si el disco debut del neoyoquino Elliot Moss no es uno de esos casos en los que el impacto comercial inicial no ha sido el debido, pero al que le auguro un lento camino al éxito gracias al transcurrir del boca-oreja (vía redes sociales). Confío en que pronto le veremos encumbrado como el próximo James Blake.

Cuando se presenta un artista nuevo la lógica imperante manda llenar esta reseña musical de un trillón de referencias para que el ávido lector de etiquetas pueda colocar pronto al artista novel en su lista de deseos, o no. Difícil tarea sería la de intentar no hacerlo porque tantos son los nombres que se vienen a la cabeza con la primera escucha que lo complicado es no escupir como una metralleta cientos de nombres de artistas con los que Elliot Moss tiene muchos puntos en común. Con el ya mencionado inglés comparte su afición por la creación de rincones sombríos y húmedos a base de falsetes metálicos y electrónica de cadencia lenta. Su hueca y fantasmagórica voz, que bien podría darle la contrapartida a un potente Bon Iver, aunque este de mucha más fácil digestión, reina en la mayoría del álbum, especialmente disfrutable en los cortes más reposados como «Slip», posiblemente el más jamesblakiano de toda la cinta y uno de sus temas más acertados. Precisamente los arreglos de viento que contiene ese tema dan buena cuenta del nivel y la trascendencia a la que aspiran las composiciones de este multi-instrumentista. Y es que en el álbum, de generosa duración, abundan los detalles y la programación, dando cabida a la musicalización de aspectos tan banales o terrenales como el sonido ambiente de un hospital en «Into the icebox (Binaural)» ayudando a entender la consistencia de este disco, cuya escucha debemos recomendar a los amigos para momentos de sosiego y de trasiego.

La primera parte del álbum se mueve en esa onírica línea divisoria entre la fría electrónica con las referencias ya mencionadas, pero que tampoco haría ascos a los Radiohead de la última época («Pattern repeating», «Big bad wolf»), y la calidez acústica de temas como «Even great things», de la que no podemos evitar pensar que pudiera haber sido escrita al alimón con Sufjan Stevens, da paso a lo que imprime realmente calidad (por la vía del asombro) al álbum. Una segunda parte que se inicia a raíz de «I can’t swim» virando más hacia la aceleración que a la contención y que termina por dar forma a un poliedro musical que no agota y del que se está constantemente extrayendo material preciado: R&B, funk, pop y soul. Todo un consistente crisol, bien planteado, que va in crescendo con total libertad estilística. Incluso parece el americano querer tontunear con el trip-hop a lo Massive Attack en determinados pasajes del disco.

Curioso, atrevido y desde luego sorprendente, como lo demuestra la secuencia escogida; pues, aun siendo todo el álbum igual de disfrutable, dejar casi hacia el final un temazo tan redondo y brillante como «Best light» con ese adictivo groove nos parece la manera más tonta de desperdiciar la carta de presentación de un artista al que le auguramos, y esperamos que así sea, un amplio trayecto. Desde luego de razones y méritos va sobrado a sus veintiún añitos.

 

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