Faith No More – Sol Invictus (Reclamation Recordings)

Góticos del mundo, únanse. Rockeros aguerridos del barrio, agúpense. Heavies de postureo general, expándanse. El último disco de Faith No More está aquí para regocijo o sorpresa de propios y extraños. Las sensaciones que quedan después de escuchar y reescuchar esta serie de temas crípticos, opacos y en general tirando a oscuros es ciertamente ambigua, y puede que eso refuerce aún más el concepto que de la banda de San Francisco tenemos unos cuantos que, por temporadas, miramos a todo lo que tenga que ver con Mike Patton y amiguitos con recelo e impaciencia a partes iguales. «Sol invictus» es un título rimbombante pero muy propio de lo que esconde. Y créannos si decimos que es bastante más de lo que parece.

Para que los metaleros de pro no acaben por espantarse antes de tiempo, diremos que ahora no siguen el ejemplo de King for a day… Fool for a lifetime, el disco que los elevó hace veinte años a la cumbre de la clasificación de bandas-de-metal-que-en-verdad-no-lo-son. Ni que estas nuevas cumbres son tan escarpadas como las del perfecto Angel dust de 1992, cuando otras condiciones meteorológicas les eran más favorables. Los Faith No More del nuevo siglo son conscientes del sitio que ocupan y del que pueden llegar a ocupar a partir de ahora. Lo cuentan en una alternancia de gritos desfasados (en «Superhero» Patton se entrega al alarido sin venir a cuento) y efectividad controlada («Separation anxiety» o la rabia como rasgo principal) que no impiden que a las primeras de cambio les queramos comparar con la enorme banda que fueron. Es lo que ocurre escuchando la épica de «Matador» o «Sunny side up», pálidos reflejos que solo funcionarán a neófitos de la causa. La avanzadilla de este retorno tras casi dos décadas de inactividad, si no contamos las andanadas de sus respectivos miembros con los asociados de turno (tal vez la de Mondo Cane sea la más rescatable) tampoco daba para mucho. «Motherfucker» es apenas un esbozo de sus habituales preocupaciones: La fe, la muerte, el temor, el pecado… Lo que hay es lo que se oye.

No todo va a ser igual. Billy Gould, el lugarteniente perfecto, sabe cómo doblar el bajo y sacarle notas funky a «Black Friday» y en «Rise of the fall» el tono es menos intenso, como si de repente se hubieran dado cuenta de que también es bueno transformarse en unos músicos de andar por casa y tocar a ritmo de cantina para deleite de unos cuantos parroquianos. «From the dead», por ejemplo, se escora hacia un pop nunca antes transitado, aunque la letra persista en devolvernos a la realidad («Bienvenido a casa, amigo, de vuelta de la muerte» canta el bueno de Mike, por si alguno se había despistado) y los teclados de Roddy Bottum intenten amenizar el tránsito de forma alternativa.

En general, la sensación de que en Sol invictus, incluido el tema principal, hay más ruido que nueces permanece en las orejas tiempo después de comprobar que el tono operístico del rock que practican hoy Faith No More resulta demasiado trufado de baladas sin fondo -en «Cone of shame», justo es decirlo, el vocalista se convierte en un crooner inesperado y pletórico- e indecisos volantazos hacia el blues que no se sabe muy bien en qué clase de trabajos futuros devendrá. De momento, solo se nos ocurre recurrir a la vieja frase, útil para cerrar cualquier discurso con ínfulas, que decía que cualquier tiempo futuro será mucho mejor. ¿O no era así?

 

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