Foo Fighters + The Gastlight Anthem – Palacio de los Deportes (Madrid)

Modo abuelo cebolleta on. Han pasado unos quince años: era la primera visita de Foo Fighters a España y una avalancha tiraba por lo suelos a un amigo y a mí en aqualung antes de empezar el concierto presentación del debut homónimo. La expectación y el nervio de una generación hacían que pudieras creerte cada cosa que observabas y escuchabas desde un escenario.

Era la época en que escupíamos a Courtney Love de Hole desde abajo y veías como corrían las larvas bajando por los muslos y los brazos blancos donde los cráteres de heroína eran testigos del surco de la vida, al igual que sus ojos vidriosos perdidos y su canto de “Hey Jude” al año de haber muerto su marido. A los pocos años, vestía Armani en el escenario, sacaba chiquitas a cantar y yo me descojonaba a cien metros en el Gutierrez Festival.

Veías a Redd Kross llegar al escenario tocando algún tema de Phaseshifter (93) y a los dos segundos el guitarra se había tirado al público que ni siquiera conocía del todo a la banda porque habías venido a ver a Stone Temple Pilots que acababan de sacar Purple (94). Hoy se tiran entre nubes de gorras consagradas a la causa de las masas y sobre colchón Pikolín. ¿Verdad, Chris Shiflett?

Vuelta al presente. El futuro y la esperanza en el rock se llama The Gaslight Anthem que, en un alarde de recursos, matices, modestia y energía heredada del Bruce Springteen más desatado, lograron ganarse a una parroquia en origen alejada o desconocedora de su propuesta.

Y seguimos en el –otro- presente: Foo Fighters llenan a rebosar el Palacio de Deportes con 18.000 almas y tocan más de dos horas y media un repertorio lastrado y vapuleado por todos los tics de rock de estadio: parones innecesarios en mitad de los temas bien para improvisar duelos de guitarra, peloteos al bisoño respetable constantes, exhibiciones del batería o bien para pedirnos si queríamos que gritase Dave Grohl la última estrofa de “Monkey Wrench”, no se me ocurre manera más lacerante de cargarte un tema tan adrenalítico y necesario. Y no sólo se cargaron ese tema con eso, también otros como “Stacked Actors” o “Best of you”.

Es increíble que el hombre que echaba pestes sobre los Guns and Roses diciendo que Apetite for destruction (87) fue lo peor que le pasó a la música en los 80’s (la frase tiene bemoles), haya terminado entregado a lo más rancio, fácil y burdo del rock de masas (“sois el mejor público”, “vendremos pronto”, pasillo central de 50 metros para tocar entre al gente corriendo a lo Axl pero sin falda, canciones acústicas infames…).

Evidentemente, el problema es mío por no darme cuenta de lo que me esperaba o por vivir en el limbo de lo que eran Foo Fighters, de haber defendido a esa banda con uñas y dientes desde el principio, con sus dos primeros discos incontestables, cuando ningún rockero de los que se autodenominan patéticamente “auténticos” daba un duro por ellos.

En nada la culpa es de los veinteañeros congregados como yo lo estuve en su día y de la banda que salieron encantadísimos. Pero no me vengan tampoco con que la artritis del crítico vinagres está haciendo mella, no me vengan, porque la gente se me ponía a un metro y medio cuando me volvía loco con ese tema que nos ha engañado a todos –bueno, por lo visto sólo a algunos- previo a la salida de Wasting Light (11) , “White limo”. Aparte de ella, sólo con “The Pretender”, “Walk”, “Let it die” y “This is a call”, única presencia brutal del ninguneado Foo Fighters (95), disfruté.

A todo esto añadir un sonido pésimo, donde sólo se escuchaba la batería del acojonante Taylor Hawkins y la voz de Dave, ni una gota de las guitarras, sepultadas por completo. Y tres en el escenario para más inri. De traca, oigan.

Es clarísimo también que el concepto de la banda ha cambiado: Foo Fighters era una apisonadora en un club pequeño, una olla a presión que te explotaba a la cara de manera eficaz en escasos cincuenta minutos, ahora sacan a pasear un diplodocus para que haga sus necesidades y que necesita para ello casi de tres horas: el set list dejó a las claras lo malas que son algunas canciones desde el cuarto disco en adelante: “Arlandria”, “Long road to ruin” o el insulto acústico ese de “Skin and bones” –certificado literal de defunción de los Footos- no pueden ser compuestas por el tío que escribió “Exhausted”, “ Good grief” o “February stars”, no me lo creo.

El bis reconozco que tuvo su gracia y permitió que no me fuera totalmente decepcionado, primero con la coña de las pantallas sacando a Dave Grohl desde el camerino preguntando con los dedos cuántas canciones queríamos para el bis -puede que fuera la única broma cómplice de la noche que medio entendí-. Y, bueno, entre las elegidas reconocer que las versiones de “Young man blues” de The Who y “Tie your mother down” de Queen sonaron convincentes y vivificadoras, al igual que joyas desempolvadas como “This is a call” y el broche -con parón de nuevo- de “Everlong”. Ya saben, unos hablan del concierto de rock del siglo y yo, si me lo permiten, voy a buscar una escopeta.

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