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Françoise Hardy: la mujer que se negó a ser una simple fotografía

Las redes, como siempre, se llenarán de tópicos. Que si la imagen del ye-ye francés, que si el icono del París más chic, que si “Tout les garçons et les filles”, que si “Comment te dire adieu”, que si la musa de nosequé… En fin, siempre pasa lo mismo. Incluso cuando hablamos de símbolos de la música pop que van mucho más allá de una imagen. Pero como siempre, las redes se llenarán de fotos de cuando Françoise Hardy era joven y esbelta  (igual que ocurrió con Jane Birkin) y no de cuando era una mujer madura con pelo blanco, con arrugas, y perfecta, igualmente. Y sobre todo, raro será quien ponga en altura como toca una trayectoria artística que siempre miró hacia adelante y fue tremendamente brillante, al margen de modas o apariencias físicas, y que abarca tanto la canción, como la escritura o la astrología. Así que sí, hoy, como ha dicho mi estimado Paco Tamarit (Cápsula de Sueños, La Casa Azul, Sr. Mostaza…) “Definitivamente, Francia y Europa están hoy un poco más muertas”.

Cualquiera que haya leído la autobiografía de Hardy, La Desesperación De Los Simios…Y Otras Bagatelas (Memorias), traducida y publicada en nuestro país por Felipe Cabrerizo a través de su editorial Psycho Beat, se da cuenta de inmediato de que Françoise era totalmente diferente a la imagen que de ella nos han pretendido dar. Pillada completamente por sorpresa por un éxito que nunca pretendió, ella, que se consideraba a sí misma un patito feo, de repente se vió expuesta a un mundo que la recibió como la imagen más clara de lo que debían ser los renovadores años sesenta del siglo pasado. Un estigma que la persiguió de por vida. Y que aborrecía.

Pero entre fotos de moda (que siempre odió que le tomaran), idas y venidas con Dylan, Beatles o Rolling Stones, películas, apariciones televisivas y tormentosos romances con Jacques Dutronc, el hombre de su vida muy a su pesar, Françoise Hardy se las compuso, nunca mejor dicho, porque escribió muchas de sus canciones, para ser una cantautora relevante, renovadora y dueña de una discografía rica en obras deliciosas y atemporales, que deberíamos reivindicar.

 

Su primera etapa, digamos, ye-ye, término que se acuñó un poco bajo la imagen que ella ayudó más que nadie a desplegar por europa y el mundo, que tuvo lugar en el francés sello Vogue, abarca, más o menos, de 1961 a 1969 y trajo éxitos como la consabida “Tout les garçons…”, “Le temps de l’amour”, “Le premier bonheur du jour”, “Mon amie la rose”, “Je t’aime”, “La maison oú j’ai grandi”, “Ma jeunesse fout le camp” o, por supuesto, la eterna composición de Gainsbourg que siempre viene a la cabeza cuando se piensa en ella, “Comment te dire adieu”, un tema absolutamente icónico que ella, y nadie más que ella, bordó. Y entre medias de todo esto, fantásticos elepés en francés y no pocas incursiones en otros idiomas, puesto que se la lanzó masivamente a otros mercados, entre las que destacan las grabaciones en inglés que Françoise perpetró durante esta época y que incluían tanto adaptaciones de sus propias canciones al idioma de Shakespeare, como de clásicos modernos compuestos por Ray Davies, Phil Ochs, Leiber-Stoller o Goffin-King, así como las maravillas de pop barroco que compusieron para ella Mickey Jones y Tommy Brown (háganse el favor de escuchar, por ejemplo, “Magic horse”).

Pero lo mejor estaba por llegar. Con la entrada de la década de los setenta, la cantante abandona su sello de toda la vida y encuentra una mayor libertad creativa en Sonopresse, sello subsidiario de EMI. En él ofrece lo mejor de sí a través de unos elepés cada vez mejores. Tras el algo discreto Soleil (1970), el disco de la emancipación, llega La Question (1971), primera obra relevante, de madurez, y en la que ofrece un folk de cámara totalmente personal, desplegado a través de canciones asombrosas como la titular, “Le martien” o “Mer”, que aborda un tema tan poco ye-yé como el suicidio. A partir de aquí, todo va en aumento: llega el de nuevo cantado en inglés If You Listen (1971), el brillante Et Si Je Me Vais Avant Toi (1972), y el que podríamos decir que es su obra maestra, Message Personnel (1973), disco producido por las luminarias Michel Berger, Jean Claude Vannier y Serge Gainsbourg, de tonalidades oscuras y olor a ruptura amorosa, que deja maravillas como el intensísimo spoken word titular, “L’amour en privé” o “L’habitude”, a dueto con Georges Moustaki.

 

Más cercana al pensamiento conservador en lo político, Françoise Hardy, sin embargo, siempre fue, artísticamente hablando, un personaje muy inquieto y pendiente de nuevas tendencias. Por eso ni la nueva ola, ni la entrada de los ochenta la pasaron por encima tanto como para convertirla en un souvenir vintage. En 1977 ficha con el sello Pathe-Marconi y publica discos como Musique Saoule (1978), con una orientación bailable, muy diferente a lo que tenía acostumbrado a su público; o Gin Tonic (1980), mucho más en la onda todavía.

Décalages (1988) llegaría tras un largo período de silencio y bajo la amenaza de retiro definitivo de su autora. Fue un éxito. Y de retiro, nada. Los noventas, no sin antes otro período de silencio, la vieron renovada y con un ímpetu casi comparable al de su época dorada. El fantástico Le Danger (1996) así lo atestigua. Y abre un período de lanzamientos discográficos que, aunque espaciados, siempre la mostraron relevante: Clair Obscur (2000), Tant de Belles Coses (2004), La Pluie Sans Parapluie (2010) o el último que hizo, Personne D’Autre (2018), ya cuando luchaba contra un cáncer de laringe que la terminaría apartando de la canción y que fue el causante de que declarara aquello de “No puedo seguir así, esperando que llegue la muerte, porque ya no puedo vivir”.

 

A partir del momento en que el cáncer se convirtió en algo irreversible y en que los tratamientos la dejaron totalmente postrada, Hardy se convirtió en una ferviente defensora de la eutanasia, del derecho humano a una muerte asistida, a través de sus redes sociales. Así siguió hasta el día de ayer, en que su enfermedad finalmente acabó con ella. París, toda Francia, el mundo, la llorará como lo que era, un icono. Pero convendría recordar que fuera de la imagen poética, o incluso platónica, que se quiera tener de ella, Françoise Hardy fue una persona dueña de una vida personal muy, muy, dura (lean sus memorias), algo que la convirtió en una auténtica luchadora, y sobre todo, una artista de tremenda relevancia e influencia cuya luz, parafraseando a The Smiths, nunca se apagará. O, quizás, simplemente, y citándola ahora a ella, deberíamos concluir con un: “Françoise, nunca sabremos cómo decirle adiós”. Y será totalmente cierto.

 

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