Future Days: la construcción de la Alemania moderna

Alemania Occidental, después del shock del final de la II Guerra Mundial y su rápida reconstrucción gracias en parte al Plan Marshall, pero sobre todo a la colonización económica de los Estados Unidos, entra en los 60 con división de opiniones al respecto. Los mayores no hablan: hay todavía mucho de qué callar apenas un par de décadas después del final del nazismo, mientras que la mayoría de la gente recibe con cierto escepticismo pero también con esperanza la recuperación económica, adaptando como seña de prestigio social una versión a la europea del «sueño americano». Sin embargo, los jóvenes no lo tienen tan claro. Aunque por una parte disfrutan del resurgir económico, no acaban de ver con buenos ojos la asimilación cultural. Esta particular esquizofrenia, surgida del impulso de rebeldía contra lo establecido al tiempo que de la necesidad de aceptar la ayuda exterior, dará como fruto uno de los estilos más singulares que ha producido la música popular en la segunda mitad del siglo XX: el Krautrock.

El Krautrock, una denominación que, dicho sea de paso, no gusta a ninguno de los músicos que aparecen en el libro, nace de la rebelión. O mejor dicho, de un conjunto de rebeliones. Al auge de la psicodelia y el movimiento hippie, que penetró en Alemania no sólo a través de Estados Unidos sino también de Inglaterra o Francia, se le une como vehículo para el desahogo de la frustración juvenil una particularidad local: la rebelión contra la hegemonía cultural de la música angloamericana. Hartos de la omnipresente dictadura del rock and roll, el jazz, los imitadores de los Beatles y, en general, de todas las formas musicales occidentales, los ojos de los jóvenes alemanes más inquietos culturalmente se vuelven hacia la vieja Europa y hacia Oriente. De allí tomarán sus nuevos referentes: la Bauhaus, la música europea contemporánea, Stockhausen, el art brut, el minimalismo, la música concreta… También se inspiraron en el movimiento del Nuevo Cine Alemán, que abogaba asimismo por desarrollar un lenguaje visual distinto del importado desde el todopoderoso Hollywood.

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David Stubbs narra con gran detalle en Future Days los inicios del movimiento, su introducción en Inglaterra y los Estados Unidos a través de críticos entusiastas como Richard Williams (Melody Maker) o Lester Bangs, la influencia en la música Kraut de la peculiar geografía alemana, con sus largas distancias y su dependencia de medios de transporte como el tren o las autopistas, el sentimiento comunal y, a la vez, la rivalidad entre determinados músicos. Para ello se sirve de la obra, la biografía y, en la mayoría de casos, de las declaraciones de miembros de grupos como Amon Düül, Can, Kraftwerk, Neu!, Faust, Cluster, Harmonia o Popol Vuh. Rastrea los inicios y posterior evolución de todos ellos, y el lector asiste así al origen del ritmo «motorik«, a los antecedentes folk de Kraftwerk, a la importancia de nombres casi desconocidos como el de Conny Planck, a la intervención de Brian Eno, al misticismo de álbumes como Hossiana Mantra y a los libérrimos ejercicios musicales de casi todos los músicos que desfilan por las páginas del libro. Al mismo tiempo, el autor pone todo el movimiento en su contexto social y cultural, con gran lujo de detalles y una excelente perspectiva histórica que consigue encajar en la narración la llegada de Reagan y Thatcher al poder, la guerra de Vietnam o la actividad terrorista de la RAF.

Buceando entre sus páginas es fácil caer en la cuenta de lo absurdo, como los propios protagonistas cuentan, de englobar a bandas tan dispares en un mismo género simplemente por su procedencia geográfica y su avidez experimental: poco tiene que ver Tangerine Dream con Kraftwerk, por ejemplo, o Faust con Harmonia. Sin embargo, tal como queda de manifiesto en el último capítulo, la influencia global de todo el movimiento se hizo sentir en la música de la segunda mitad de los 70 y de los 80. Se habla de la etapa berlinesa de Bowie, por supuesto, pero también de la conexión con el punk (no es ningún secreto que John Lydon admiraba a Can, o que The Fall dedicaron un tema a Damo Suzuki), el postpunk, el synth-pop e incluso con bandas como Sonic Youth, Big Black, Hüsker Dü, Loop o My Bloody Valentine.

Future Days es, en definitiva, un excelente libro tanto para el seguidor de la música y los grupos que aparecen en sus páginas como para cualquiera que, simplemente, sienta algo de curiosidad por ese extraño y vanguardista periodo de la historia del rock. La escritura de Stubbs, a la vez distendida y erudita, hace que el viaje sea entretenido y didáctico a partes iguales.

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