Guadalupe Plata – La Abuela Rock (Montilla (Córdoba))

De una incursión nocturna en la que sabes que monstruos pantanosos te acecharán, por muy bien recibido que seas, siempre regresas con un mínimo de ánimo compungido y ojiplático por haber sobrevivido una vez más. En algunos casos, la sorpresa por volver sano y salvo no es sino el acicate para intentarlo de nuevo a la mayor brevedad. Eso pensábamos no hace demasiado tiempo, cuando aún no sabíamos que la emoción nos dejaría con la boca abierta ante el primer cara a cara con tres músicos monstruosos, valga el ejemplo (nada que ver con la agresividad ni con cuestiones de atractivo personal), que hizo que la impaciencia nos devorara hasta aguardar a que la agenda volviera a interceptar su trayecto y la oscuridad nos engullera junto a sus canciones. Bueno, lo de «canciones» es muy relativo, claro, si es que debemos entender por ello una sucesión de melodías más o menos claras adornando un estribillo, unas estrofas y una historia contada con cierta coherencia.
Úbeda, una ciudad milenaria y misteriosa, alumbra el nacimiento de corazones oscuros en su interior y ambiciosos en sus latidos. La rabiosa propuesta de Guadalupe Plata sitúa a la geografía jiennense en el nuevo GPS de la actividad musical más frenética. Doble mérito si hablamos de gente que apenas ensaya, que ni siquiera planifican el set list más allá de los ocho o diez temas de obligada recreación y alternan guitarras en cada concierto sin dejarse ni una coma atrás en su escueto y certero discurso. El alma diabólica del maestro Robert Johnson, una Biblia para cualquiera que se acerque a esto del blues con los suficientes arrestos, insufla su aliento a cada una de las notas, desde «I´d rather be a devil» hasta «Gatito», y llama a sus amigos Slim Harpo y Blind Willie Johnson para cantarle a una tal «Lorena» como si de un disparo a bocajarro se tratase. Luego vuelven a su muro de los lamentos particular, «En este cementerio» en el que ahuyentar paradójicamente sus fantasmas. El despliegue es sencillo pero asusta: una cuerda atada a un palo de escoba cuyo eco en un barreño hace las veces de bajo, cortesía del gran Paco Luis Martos; una batería básica ampliada con maracas y cencerros, manejada con maestría por Carlos Jimena; y la guitarra omnipresente de Pedro de Dios, distorsionada con todo el sentido del mundo y aullando al ritmo de su garganta himnos como «Jesús está llorando», ralentizada en la nueva entrega, «Esclavo» -otro de esos momentos que te hacen pensar en lo poco que hace falta para construir algo muy grande-, «Como una serpiente», «Rezando», «Rata» (pocas veces una frase como «vengo a escupir sobre tu tumba» puede describir tantas cosas en tan solo un par de acordes) o «Milana», un homenaje a Los santos inocentes como si a una nueva versión de la película de Mario Camus le hiciera falta urgentemente esta inesperada banda sonora.
No solo transmiten entrega y suben la temperatura hasta hacerte sudar casi sin que te des cuenta, sino que a su aparentemente inmóvil esqueleto sonoro te invitan de repente a bailar el «Boogie de la muerte» y te dejan desarmado. Otra vez. Y no quieres que se vayan y te dejen allí, a la intemperie, al borde de una nueva inmersión en el pantano y sin bañador que te proteja. Pero te da igual, porque vuelves a zambullirte cuando te atacan sin compasión gritando «Oh my bey» y te hacen partícipe de su lamento cuando piensas que ella «No me ama» a mí tampoco. A estas alturas, ¿quién necesita consuelo alguno? Perico, el hombre de la guitarra de los mil recursos, lo sabe, y por eso no piensa acercarse a agradecerte más que tu complicidad.
La causa estaba ganada de antemano, y es un inmenso placer comprobar cómo a una banda de este calibre no le faltan carreteras que recorrer ni escenarios que abarrotar, porque se han ganado el prestigio siendo únicamente lo que son: tres tipos con agallas para hacer lo que quieren hacer, sin imposiciones ni condicionamientos, y justo sería que llegaran a donde le corresponde. Con la humildad y el talento como base, cualquier cosa es posible. O sea, que además de enormes músicos, son inteligentes… Va a ser que sí, que la próxima vez que le diga a mi chica aquello de «Baby, me vuelves loco» será porque estaré de nuevo ahí, al borde de la ciénaga. Por muy poco romántico que pueda parecer.
 

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