Havalina – Sala Hangar (Córdoba)

Tres son multitud, y sobra cualquier aditivo o intento de aderezo. Hay platos que se sirven mejor crudos y a bocajarro, sin miedo de interrumpir cualquier régimen hipocalórico. El de Havalina es uno de los que incluye este tipo de menús. Endureciéndose un poco más con cada nueva presentación, los madrileños huyen del ruido de fondo y se concentran en lo que importa, haciendo que la ausencia de melodías y los atajos retorcidos nos muestren el camino de la verdad. Si enfilan hacia sus recién conquistadas «Islas de cemento» no tienen que enderezar el timón ante una ruta programada de antemano y sin turbulencias esperadas, pero también si a cada tramo deciden repostar en H (de Hangar, la sala que los acogió en su parada cordobesa) o en «Las hojas secas», que también son lugares de paso que podrían servir de eterno hospedaje, continúan la ruta con la misma precisión y seguridad. Así fue una vez más, y así debemos contarlo.

Si escuchas «La voz de él», con la falsedad de un medio tiempo salvaje, te remites al poderío de unas nuevas canciones rocosas e infalibles, y por eso «Cristales rotos sobre el asfalto mojado» o «Un reloj de pulsera con la esfera rota» muestran la poesía de la desolación que J.J. Cabezalí, hermano de Manuel y cuarto miembro de la banda (sus letras cada vez están más presentes). Pero la atmósfera se cierra un poco más cuando los músicos se dejan llevar por la divina «Imperfección» y apenas se deja contaminar por unas «Luces» que desembocan en el «Desierto» que seca las emociones. Paradójicamente, la ausencia de ellas marca otro gran interrogante como «¿Dónde?» y conduce a unas excitantes «Incursiones» en las que el bajo de Jaime Olmedo, sustituto afortunado de Ignacio Celma en el más reciente equipo titular, ruge hasta casi abrumar.

Justo entonces es el momento perfecto para hacer una pausa y alejarse de tantos vatios bajo la sombra de «El olmo centenario», con las ramas de The Cure acogiendo unos compases que perturban más que mecen, y acto seguido enfilar la recta de llegada a un «Norte» lleno de peligros y sabios versos. A estas alturas de viaje, parece increíble que sigan siendo solo tres los que comandan la nave, pero no, los pasajeros no reclaman en absoluto más capacidad de tripulación.

Al no poder hablar de «greatest hits» más allá de los momentos-más-coreados-de-la-noche, habría que citar a unos «Objetos personales» que siempre estarán a buen recaudo mientras sean tocados con tanto cuidado; un «Viaje al sol» efectuado con la máxima celeridad y una «Lluvia en el cementerio de coches» de intensidad variable y acolchada por las nubes bajas de «Música para peces». A uno de los platos de la batería de Javier Couceiro que ya no aguantaba tanta presión (cosa lógica por otra parte) y dejó de sonar como debiera le vino bien que los muchachos se retiraran durante unos minutos para retomar la faena brevemente y poner el punto final con un préstamo inesperado, el que toman de los argentinos Soda Stereo y les hace moverse «En remolinos», y la pirueta postrera ejecutada entre los «Sueños de esquimal» que, de pillarnos en situación onírica, nos haría revolvernos de perturbación en nuestro lecho. Con la sensación de que el viaje a estas islas aún no suficientemente exploradas podría repetirse sin el menor temor de naufragio, convocamos al mismo cuadro de mandos a desamarrar próximamente del puerto que estimen conveniente. Una gran «H» (de Havalina) reluce en la quilla y a su destello seguiremos el rastro donde haga falta. Solo porque lo necesitamos, simple y llanamente.

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