Holy Bouncer (Luz de Gas) Barcelona 29/12/2016

Pétalos de rosa de diferentes colores, velas blancas, incienso, alfombras persas y lucecitas para que el espíritu navideño no desvanezca entre la visceralidad potencial del evento. Todo ello pretendía decorar el borde de un escenario de la muy selecta y legendaria sala Luz de Gas en la ciudad condal por excelencia. Se trata de un espacio más naturalmente acomodado al jazz, ni al rock & roll ni a los atrezzos confusos para una melancólica película porno de temática bohemia, como podría malinterpretarse de no ser por la cantidad de pelo por metro cuadrado que atestaba el lugar, que ya no estamos en los setenta y aunque el vello en la cabeza sea el único tipo que a nadie incomoda.

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Quisieron así despedir Holy Bouncer una nada menospreciable gira por no pocos países de Europa; en casa y sin escatimar. Lo primero que debió de sorprender a cualquier asistente fue la cantidad de público catalán que le había pedido un rock con raíces tan joven y underground a Papá Noel. La segunda y mejor sorpresa se destapó cuando aparecieron cinco locos sin arreglar haciendo el saltimbanqui y dedicando miradas enajenadas a su paso en barrido por el escenario. Barcelona no había tenido oportunidad de escuchar Hippie Girl Lover (Maik Maiker, 2016), su disco debut, en vivo y como es debido, y suerte que no hubo de escaparse el año con el honorable encuentro quedando pendiente.

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Pese al innegable carisma, las ansias de comunicar, la divertida dramatización, tan afectado libido en cada sacudida de mástil y agitación de mechón seboso… Alguna coraza extraña llevaba puesta el personal en Luz de Gas aquella noche, porque el sentimiento de liberación se comprendía, pero no acababa de traspasar. Nada de qué preocuparse, por otro lado; será cuestión de tiempo que los simpatizantes de Holy Bouncer en su propia tierra se acostumbren a tal desprendimiento de rabia y amor, y consigan, más pronto que tarde, dejarse llevar por su indudablemente sincero espectáculo. El rock no es un estilo de vida fácil en la era del arte digital absolutista, pero algunos pocos tienen el poder de hacer que todavía merezca la pena insistir.

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