Imelda May

Para mí es más sencillo expresarme cuando estoy triste o enfadada. Me cuesta escribir canciones absolutamente alegres o cuando estás enamorada, que no escribes una canción de amor, ¡sales a divertirte!

La figura de Imelda Mary Higham supone una presencia que en la actualidad acerca grandes formas sonoras añejas que no han perdido un ápice de su capacidad de transmisión. Si bien el sonido de Imelda May no es precisamente un fiel reflejo del rockabilly, sí que guarda reminiscencias de estilo que le emparentan con ese gran sonido y su exhuberancia.

En sus canciones, que dejan entrever buenas dosis melódicas de su Irlanda natal y parcelas de exhuberante jazz y lujurioso rhythm & blues. Si a eso le sumamos una voz con carácter y control en su variedad de registros, una imagen muy grata y un marco instrumental bastante solvente caeremos en la cuenta de que su propuesta cala con facilidad.

Mayhem (Universal), su tercer álbum tras No Turning Back (2005) y el aclamado Love Tattoo (2008), supone un paso hacia una carrera que puede afianzarse con firmeza. Aunque deja cierto gusto de disco de tránsito, evidencia la soltura y confianza de una mujer con fuerza y convicción en su cancionero. Hablamos con ella y desde el principio salta a la vista la seguridad de sus ideas. He aquí una conversación de ritmo, rockabilly, mitos y ganas con una amable Imelda May.

«Déjame contarte algo, acabo de verme en el espejo del ascensor y me he preguntado cómo será verme sobre un escenario. Cuando estoy en él no planeo nada respecto a cómo quiero que me vean. Es algo que sale de manera espontánea. No siento nervios, ni me preocupa no sentirlos. Cuando estamos tocando las canciones siento que son parte de un diario personal. No hablo precisamente de lo que me ocurre pero sí reflejo el momento».

¿Pero mantienes una distancia respecto a ese diario personal?
Un poco. No soy de esas cantantes a las que les gusta contar su vida en el escenario. Pero sí intento ser lo más apasionada posible con las canciones. Intento sentir lo que canto. No podría ser de otra forma.

Además en los estilos que abarcas siempre ha habido una tendencia a abundar en los sentimientos, dándoles fuerza y carga dramática.
Sí, para mí es más sencillo expresarme cuando estoy triste o enfadada. Es que creo que me cuesta escribir canciones absolutamente alegres porque es un estado en el que tienes que meterte por completo. ¡Cuando estás enamorado no escribes una canción de amor, sales a divertirte!

Hay música que suele valerse de pocos recursos para dar un discurso amplio. ¿Ocurre lo mismo en tus canciones?
Creo que en mis canciones busco acercarme un poco a los que hacen spoken word. Me gusta la manera de recitar, por decirlo de algún modo, en las canciones. Por que usan palabras muy sencillas, ágiles. Eso quiero llevarlo a mi música. Esa agilidad hace que todo sea más fluído y simple. Pero digo simple, no fácil. Trato de escribir de la misma manera como hablo.

¿Aplicas lo mismo al cantar?
Sí, es que creo que mi voz es parte de los instrumentos de las canciones. Del mismo modo usamos la trompeta como una segunda voz. Dave, el trompetista, tiene una manera muy bella de tocar y sabe cómo conectarse con mi voz. El resultado queda como dos instrumentos hablando, es muy bello.

Manejando los registros que usas, ¿cómo crees que se te sitúa dentro del contexto musical?
Hace un tiempo estuve pensando en ello. Toda mi vida he escuchado la música que hago y eso puede parecer extraño para quienes piensan que mis canciones suenan a música antigua. Pero no tiene mucho sentido hablar de revival o algo así. Desde siempre muchos músicos han sido influídos por gente del pasado. Paul McCartney, Bruce Springsteen, y muchos más hablan de Gene Vincent, por ejemplo, aunque no se note en su música.

Yo hago lo que hago porque me gusta y desde mi adolescencia me han gustado sonidos como el rockabilly, el blues o el jazz. Creo que no pueden evitar hablar de este tipo de músicas como algo vintage. Ahora me da igual. Es música fantástica.

Además el corsé que se le pone suele estar asociado a cierto inmovilismo, a no aportar nada nuevo.
Exacto, porque lo que haces tiene que mantenerse fresco. Si no aporto algo nuevo en mi música siento que no estoy haciendo nada de provecho. No me gusta quedarme en la nostalgia del sonido. En mis conciertos veo que hay gente muy joven que probablemente no conozcan mucho el sonido de donde vengo, por eso es importante darles un buen referente para que su punto de vista acerca de las canciones sea bueno, fresco. Ellos buscarán en mis referentes si hago una versión de Johnny Burnette. Escucharán sus discos y aprenderán y disfrutarán más. Por cierto, ¡soy muy fan de Johnnny Burnette! Afortunadamente hay músicos como Richard Hawley o Pete Molinari que aportan mucho más allá de sus referentes.

En este álbum se nota que tu manera de cantar ha avanzado más hacia el jazz. ¿Es una nueva educación de tu voz?
Sí, gracias por notarlo. Desde el principio quise dar un paso más sin perder mi identidad habitual. Mi primer amor es el rockabilly, porque mi hermano escuchaba muchos discos del estilo en casa y yo aprendí con ellos. Pero también escuchaba mucho jazz antiguo. Siempre me gustaron las voces del jazz y noté que también me habían influído, porque poco a poco a lo largo de estos años he notado inflexiones y giros que son del jazz.

Por eso ahora he dejado salir un poco más esa faceta. Además he tenido la suerte de poder trabajar con gente de mucho talento como Mike Sánchez, un gran pianista de rhythm & blues y booogie woogie. Le gusta mucho Little Richard y eso se nota en lo que hace y yo pude explorar mi voz en sus composiciones y afianzar un poquito más mi manera de cantar y de sentirme a gusto.

Lo bueno es que se note el placer que sientes haciendo lo que quieres.
¡Por supuesto! Es algo que siempre tengo en mente, el poder hacer lo que quiero con la gente que quiero y que haya quienes lo disfruten de verdad. Adoro pensar que estoy en un grupo con grandes músicos. Mi marido Darrel toca la guitarra en la banda y puedo sentirme orgullosa de ser parte de un proyecto bueno.

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