Jeff Mills – The Exhibitionist (Axis 2004)

Jeff “The wizard” Mills nació en Detroit el 18 de Junio de 1963, lo que quiere decir que dentro de unos días cumplirá cuarenta y un años. Se puede decir con toda seguridad que muy pocos artistas del mundo del techno se mantienen activos tras veinte años de carrera. Famoso por acercar las técnicas de los Dj’s de hip hop, al mundo de la música de baile (gracias a él, hoy en día las diferencias entre los dos procedimientos son cada vez menos), se podría afirmar sin miedo a equivocarse que nadie a aportado tanto al mundo del techno como él, se trata de un auténtico stajanovista del techno en todas sus vertientes, tanto de producción como de difusión. No hay más que escuchar alguno de sus clásicos mixes en la WJLB (la emisora que junto a Electrifying Mojo le lanzó a la fama) de Detroit (1983-1989) para darse cuenta que su estilo no ha perdido un ápice de intensidad. En esas mezclas, los jóvenes desocupados (en aquellos tiempos Detroit tenía la mayor tasa de paro de USA) por la crisis del motor que su ciudad nunca llegó a superar, tenían la posibilidad de escapar por un instante, disfrutando de lo mejor del electro (Rockers Revenge, Afrika Bambaata, etc.), del house (el entrañable sonido hip house a lo Dj Fast Eddie, Marshall Jefferson, los inicios del acid), del hip hop (Run DMC, LL Cool J, Public Enemy, NWA, etc.), de los primeros pasos del techno (Cybotron, A Number of Names, etc.), y de algunas rarezas importadas de lejanos continentes (Kraftwerk, Yellow Magic Orchestra, The Human League, C.Simonetti, A.Robotnick, etc.), todo mezclado al más puro estilo quickmix (el que inventó GrandMaster Flash), a velocidades de vértigo e inundado de scratches, backspins, y demás malabarismos “turntablísticos”.

Jeff Mills ha publicado su segundo mix-cd, The Exhibitionist, en su propio sello Axis (también gestiona otros dos sellos: Tomorrow y Purpose Maker). El primero salió al mercado en la serie Mix-up de React y fue grabado en la Liquid Room de Tokio en 1996. Esta segunda mezcla no es tan salvaje como la primera, donde predominaba el tribalismo desvocado a velocidades chamanísticas (una puesta en escena perfecta de la curiosa relación sadomasoquista entre DJ y público, puro bondage sónico), aquí toma protagonismo el sonido de Detroit menos agresivo (los geniales Octave One, Aztec Mystic -DJ Rolando-, sus temas de Axis). El discípulo del Electrifying Mojo encadena los temas en un continuum catártico, para dejarnos sin respiración, como en una batucada pasada de vueltas para un perfecto sambódromo extraterreno (Victor Simonelli, Jesper Dahlbeck, Samuel L Sessions, Zafra Negra, Andreas Saag,…). Es digno de resaltar la pasión que sienten la mayoría de músicos de Detroit por las sonoridades que provienen de los climas más cálidos (las referencias a la música caribeña y africana son constantes tanto en Mills, como en Carl Craig , Juan Atkins o Derrick May). Sus mezclas/producciones parecen consistir en un homenaje continuo a todas las formas de entender el baile alrededor del globo, en busca de una esencia que, cual mariposa sobre nuestras cabezas, se escabulle cuando nos acercamos (es un mix muy heterogéneo). Si alguien ha presenciado alguna vez una de sus sesiones de mezclas -o una de D. May– entenderá porque insisto en que se trata de una experiencia musical total, en cuerpo y alma, parecido a lo que fuera presenciar el último giro de Coltrane (me refiero a todo lo que publicó en Impulse! entre 1963 y 1967 -el año de su muerte-) en Birdland o Newport. Por sus sesiones de magia negra se pasean los espíritus de Elvin Jones, Max Roach, Tito Puente, Jo Jones, Sun Ra (todos los miembros de la Arkestra eran percusionistas -sic-) y en el fondo, los de todos los artistas (baterias/percusionistas) que han aportado algo al arte de esculpir el tiempo.

Solamente se podrá empezar a medir el valor de la propuesta de Mills, si se tienen en cuenta y se intentan analizar y desmontar todos los prejuicios relacionados con la repetición y el techno, ya sean de carácter estético, social o político. El baile es quizás una de las últimas reacciones naturales que le quedan al hombre, el abandonarse al ritmo y bailar implica aceptar conscientemente la condición intrahistórica y provisional del ser y, finalmente, existir auténticamente (far… far… beyond the dance).

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