Jens Lekman – Sala Copérnico (Madrid)

En Madrid ya es septiembre, y así la noche del sábado arrancó con aires de la fría Suecia en plena tormenta de verano. Empezó la música con los tristes y emotivos toques al piano de «Every little hair knows your name», que de manera muy complaciente hizo sonar un rubio muy sonriente. El aplauso dio paso a Jens Lekman. Pletórico y con aspecto de poeta travieso, de esos del barrio latino, tras una graciosa gorra, su impactante voz hizo aparició entonando «Become someone else´s», para enamorarnos sin que pudiéramos tomar ningún tipo de precaución entonando esa agridulce oda a la ruptura que da título a su último álbum «I Know what love isn´t». Tras alabar la bonita ciudad de Madrid, Lekman continuó con un repertorio que si bien no fue el más halagador  para  aquellos que ansiábamos haber escuchado de corrido su Night falls over Kortedala, sí que supuso la corroboración de que su voz es igual de honesta, brutal y natural como la de aquella Winehouse de la era pre-crack.
Tras tanto tiempo sin aparecer por nuestro país, cancelación del FIB hace unos cuantos años incluida, el sueco nos obsequió con lo que sería el anticipo de un futuro disco, una canción que trata sobre su efímero negocio en el mundo de la joyería y que tan solo con aquella escucha pudimos emparentar más fácilmente con sus primeras publicaciones. De hecho si la emoción  no me estaba ya nublando la objetividad, me atrevería a decir que sonaba a años luz de muchas de las composiciones de su casi-irregular último álbum.

Y justo antes de «The opposite of Hallelujah» Jens se atrevió a jugar. A jugar con la electrónica y entre sonidos rave enlatados, convenció al público de que su alma tiene más de adolescente travieso que de crooner atormentado que ahoga las penas en ginebra. Siguió jugando, ahora simulando tocar y hacer sonar las estrellas, ahora lanzando sonrisas picantes, casi furibundas, jugando a los avioncitos…y mientras tanto el público ya había perdido toda oportunidad de defenderse. Rendidos a sus pies, a su antojo, a sus caprichos, a su inmensa voz, a su inmensa presencia y a su gélida figura. Al amor, al desamor, a la codicia y al peor de los males del mundo. La gente quería ser su amigo, ser su amante y tener un hijo suyo. La vena irónica del sueco se hizo patente con la larga historia que precedió a «A Postcard to Nina».
El por qué este tipo de artistas no consiguen ser mainstream es la verdadera causa de la crisis de las discográficas. Es matemáticamente imposible que esto no guste. Irracional que si Lekman no fuera radiado no terminara despertando un fenómeno fans. El desnudo integral de alma vino, como era de esperar, de la mano de «I want a pair of Cowboy boots»; y aunque en rigor debemos acuciar un pequeño bajón emocional en las peores canciones del último disco, el sueco supo colocar cada canción en su sitio, convirtiendo la noche en un teatro acido musical, con aires marciales y carnavaleros, siempre que el guión lo exigiera. Y así llegando al final del concierto, el público consiguió reconquistar la noche madrileña vengándose del sueco y obligándole a salir a brindarnos un doble bis.
Una noche para contar a los amigos, desde luego.
 

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