Josh Rouse – Auditori (Barcelona)

Si siempre es un buen momento para ir a ver un concierto de Josh Rouse, poder verlo tocar en el Auditori es la excusa perfecta para acercarse a escuchar algunos de los excelentes temas de su discografía y conocer, meses antes de su publicación, por donde van los tiros de su disco nuevo.  

Rouse se presentó el sábado en la sala mediana de un Auditori que podría haber estado más lleno (si se le hubiera hecho un poquito más de publicidad al evento), con el único acompañamiento de Raúl «Refree» Fernández. Y no hizo falta más, la verdad, porque el sábado Raúl estuvo simplemente exquisito, perfectamente compenetrado con el americano y brindando a los temas de Rouse unos bellos arreglos que les daban una nueva dimensión, más íntima, que no hizo echar de menos ni una vez al resto de la banda. 

Rouse y Fernández abrieron el concierto, a las guitarras, con una versión de “Messie Julian” a base de ritmos brasileños casi de bossa-nova. Tema que cantó  en un castellano fluido y que dio paso a “Sweet Elaine”, que estará en su disco nuevo y que no presagia grandes cambios respecto de su sonido en Country Mouse, City House. Tranquilo, risueño y animado con moderación (si algo tiene Rouse es la moderación, y conste que esto es un cumplido), habló con el público en castellano, bromeó con Raúl, y contó algunas anécdotas, mientras iba desgranando un setlist que mezclaba temas nuevos (como “Lemon tree”, también muy del estilo Rouse) con algunos de sus más conocidos: “Sunshine”, “Hollywood Bass Player” o “Summertime” interpretadas con una voz que sonó perfecta (bendito Auditori!) y con Raúl Fernández impecable en piano de cola y moog, haciendo juegos de voces y volviendo a la guitarra.   

A partir de ahí, sacó la artillería pesada y cayeron “Sweetie”, “Winter in the Hamptons”, con la ayuda del público, o una delicada “Quiet town”. Y justo en el punto álgido del éxtasis del público, otro ritmo brasileño introducía un nuevo tema en castellano, “Ciudad de Valencia”, con una letra al límite de la broma, con paellas, playas y falleras incluidas, que torció el gesto de muchos y arrancó alguna que otra mirada incrédula. No vamos bien, colega, oí alguien que decía. Pero el americano contraatacó con “1972” y volvió la magia y volvieron las sonrisas y se pasó el susto. Apenas nos había dado tiempo de parpadear y ya llegaba el concierto al final. Rouse y Fernández se despedían.

Hasta dos veces tuvo que volver para sendos bises, y hasta dos veces dejó constancia el americano de su buen hacer. Una actitud cercana, introvertida y simpática que hizo las delicias de los que estábamos ahí, y nos dejó con la sensación de que el concierto había salido redondo (¿un pelin corto, quizás?) a pesar de la supuesta fama de irregularidad que arrastran sus directos. Y es que el sábado todo cuadró y fue el día.
 

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