LA Priest – Inji (Domino [PIAS])

Sam Eastgate AKA Samuel Dust tardó dos años en darse cuenta de que no quería seguir siendo el líder de una banda de rock. Desde 2006 era el frontman de Late Of The Pier, cuyo único disco (Fantasy Black Channel, 2008) había sido muy bien acogido por la crítica. De modo que empezó a flirtear con los sintetizadores en un primer single de su proyecto paralelo LA Priest. A su compañía de aquella época no pareció hacerle mucha gracia, y se perdió la confianza mutua.

Sam viaja a Islandia, Estados Unidos y Escandinavia. Produce discos para otras bandas y colabora con el músico neozelandés Connan Mockasin, una suerte de psico-­popero errante, y en el periplo va gestando su nueva y ecléctica visión de la música. En sus viajes, Sam se plantea la posibilidad de montar una empresa de sintetizadores artesanos y construidos a la medida del usuario. Dedica varios meses a grabar interferencias electromagnéticas en las canteras de Greenland, y en su fuero interno sabe que algún día podrá dar buen uso de todo el nuevo material incorporándolo a su proyecto LA Priest.

Y así es. Cualquiera que escucha Inji (2015), el flamante disco de debut de LA Priest, reconoce en el acto la importante presencia de los sintetizadores, factor cohesionador e hilo conductor de un disco en el que cada uno de los temas parece haber sido escrito por un artista diferente.

Inji es un crisol de géneros, mezcla de nu ravey pop, sonidos setenteros, dance, synthpop, funk, electrónica… Reconoces a Prince, en los gorgoritos en falsete del primer corte, «Occasion», o a Basement Jaxx en «Party Zute/Learning To Love», piedra angular del disco. En «A Good Sign» mantiene algunos tintes psicodélicos que ya veíamos en LOTP y que pueden ser clara herencia de su amistad con Connan Mockasin.

En este disco encontramos rarezas que se advierten en el título de algunas canciones («Gene Washes With New Arm», o «Lady Is In Trouble With The Law») y en la música misma de otros temas, como en «Lorry Park», donde el cuerpo de la canción se construye con loops de «ooh»s y «eeh»s manipulados de la voz de Sam.

Pero no estamos únicamente ante el discazo de un freak. Podemos también arañar un poco y encontrar profundidad en letras que hablan de complicaciones provocadas por el amor. En «Mountain» se reivindica el derecho a querer a alguien o no. Como si estuviera suplicando de rodillas, canta/lamenta: «Was I born to love you? Was I born to be with you? No, no, no, no, no».

Y hablando de amor: «Oino», el single trallazo que mezcla una percusión galopante con ráfagas de sintetizador y llantos solitarios, y se ha ganado la dudosa reputación de canción del verano que muchas canciones obtienen por el hecho de publicarse en período estival, y no por expreso deseo de sus creadores y/o admiradores. Aquí sigue rumiándose un amor que viene de atrás: «How long is it gonna take to rewind time? Wanna make you feel like you were always mine». Puede que hable de amor, o de un pesar que subyace a todo por la no continuidad de LOTP, de un pesar que se ha visto exacerbado por el reciente fallecimiento del batería de aquella banda y amigo cercano a Sam desde la escuela primaria. «Ross (Ross Dawson) me dijo hace unas semanas lo mucho que le gustaba «Oino». Y él era la única persona de la que quería escuchar eso, porque crecimos escuchando la misma música y teníamos muchas ganas de lograr las mismas cosas: queríamos ser tan buenos como las bandas que escuchábamos. Así que cuando me dijo que lo iba a petar, fue increíble para mi».

Puede que todo lo que ha pasado estos últimos ocho años haya merecido la pena. Estamos ante uno de los mejores discos de debut del año.

 

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