Lana Del Rey – Honeymoon (Interscope- Polydoor)

Me vais a disculpar, pero soy de los que piensan que si lo peor que se puede decir de Lana del Rey es que se trata de un producto prefabricado, entonces es que el producto es bueno. Y sí, puede que el personaje y los artificios musicales de que se compone sean el producto de mezclar Coca Cola con un Big Mac, pero quién es el valiente en la sala que pueda rebatir que de manera conjunta este menú no resulta adictivo y sabroso.

Sin entrar en debates ad eternum sobre lo impostado de su figura lo cierto es que con este que nos ocupa ahora, hasta la fecha la estadounidense ha firmado con sus uñas nacaradas dos de los álbumes más emblemáticos en lo que llevamos de década. «Born To Die» (2012) y su icónica portada se coló en millones de hogares con tan sólo un puñado de buenas canciones, y ahora que ha captado nuestra atención, su golpe maestro es meternos además de su poderosa y calculada imagen buenas canciones por doquier, ganándose por méritos propios un hueco en la discoteca de nuestro salón. Tirando de fórmulas nada manidas, siendo ella (o su equipo, o la Divina Providencia) lo suficientemente hábil para convertirse en okupa de un de un estilo musical cuyo nicho de mercado la industria musical había dejado sin habitar en radios por bastante tiempo.

Recogiendo composiciones que deliberadamente suenan a tiempos pasados («Salvatore») marcando la estética ya no sólo visual sino conceptualmente, lo que incluye la música, Lana del Rey consigue con esta nueva carpeta de canciones facturar un disco tan interesante, como complejo, siendo cada una de las canciones que la conforman individualmente a su vez fiel reflejo del conjunto. Sesenta minutos de estilo compacto y disfrutable, esquivando con destreza el aburrimiento, «The Blackest Day» por mencionar una de las más fieles. Una fácil digestión de conceptos, a través de unas áridas letras y unas armonías de fácil asimilación. Algo parecido a lo que consiguió la malograda Amy Winehouse en su breve carrera. Melodías que nos suenan familiares desde la primera escucha, sintonías perfectamente radio friendly pero con una producción estilística muy determinada que aleja los fantasmas de la etiqueta «música comercial» y con unas historias que cantadas en la voz de esta nueva femme fatale suenan todavía más crueles y crudas que lo que ya de por sí narran sus letras . La gran diferencia con sus anteriores trabajos es que aquí prima lo cantado y lo contado por encima de la base instrumental.

Las letras y la voz de Lana son traídas al frente como en la frágil «Terrence loves you» en la que a través de arpegios de piano y gorgoritos de celestial fin (programados o no) la Del Rey le canta a su desamor a través de referencias a Bowie, Hollywood, el Blues y el Jazz… una definición suficientemente evocadora para entrar de golpe en su mundo. Porque como si de un parque de atracciones se tratara, gran parte del merecido éxito de Lana es la habilidad para crear mundos y atmósferas tan tangibles como la mejor de las ambientaciones de una atracción en Eurodisney. Y sí, tal vez esa evocación a mundos que ya no existen, esa referencia continúa a mundos que parecen hechos de cartón piedra le reste algo de autenticidad a este artefacto musical. Pero una vez más la ilusión juega a su favor, al convertirse en una estupenda plataforma para evadirse de este mundo azul e introducirnos de una manera inteligente y estupendamente bien orquestada en otros mundos con paisajes más tristes, y de una desoladora decadencia, donde lo habitual parece ser comparecer al Amor. Ahí está la estupenda «High by the beach» que apetece escuchar mientras arrastramos pesadamente nuestras penas por lo cotidiano, mascullando canciones de esta niña con cara de buena y que habla de drogas y pronuncia motherfuckers mientras ni se inmuta por recoger la ceniza que sale de sus suculentos labios.

Un álbum enmarcado en California y tan enclavado en este marco territorial correría el riesgo de no entenderse fuera del estado americano, no obstante el rico, complejo y liviano soniquete de su producción cosida puntada a puntada a la voz de Lana, conteniendo siempre los caballos («24») hacen de este álbum un estupendo viaje de más de una hora de duración a esas soleadas tierras donde el Sol calienta el amor hasta hacerlo crujir de desesperación, como a las uvas de su vino. Y esto cantado de una manera sutil y con la carga emocional de una artista pop de tan acuciada, aunque impostada, personalidad no hace sino alegrarme el día por poder disfrutar de una verdadera drama queen del pop, cuyo producto lejos de preocuparse por colgarse sobre una cruz en un escenario o salir volando de un cohete en sus conciertos, se preocupa más, con mayor o menor tino, de que cada silaba pronunciada, cada ritmo, cada melodía sean los protagonistas de este artefacto que lo único que pretende vender es eso, música, buena música. Como siempre debiera ser.

 

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