Lori Meyers – Impronta (Universal)

La calidad objetiva, el gusto personal y las pretensiones son conceptos que con frecuencia y de manera muy alegre se vienen confundiendo a la hora de emitir una opinión ¿qué película debemos considerar mejor, Algo pasa con Mary o La Lista de Schindler? Todo dependerá de las pretensiones que el autor haya puesto a la hora de alcanzar un resultado, lo sesudo no es siempre sinónimo de calidad, así como tampoco la convicción personal expresada a voz de «a mí es que ese tipo de humor no me gusta», no convierte per se la película de Spielberg en una obra maestra y por ese simple hecho la otra opción deba ser arrojada a la hoguera.

¿Y por qué le recalco todo esto al ávido lector? porque no está de más recordar que para ciertos sectores de público opinador, aquél que debe llevar monóculo a juego con las pantuflas en el salón de su casa, el sólo hecho de mostrar simpatía por el nombre de Lori Meyers te arroja a la cuneta con el descrédito que se le otorga al que le ha tocado bailar con la más fea.

Nunca les perdonarán sus primeros fans la desfachatez de los granadinos que sin miramiento alguno por aquellos han tenido la osadía de lograr el éxito, acaparar las listas de ventas y llenar recintos feriales a puñados, ¡qué descaro!, ¡habrase visto!, ¡cómo se atreven!…vaya indies de palo.

¿Y todo esto a qué nos lleva? Pues nos lleva a que si lo que pretendes encontrar en un disco de Lori Meyers es un compendio de teorías musicales y de esnobismo avant garde pasarás por alto un cierto tipo de música ligera y popular derivado de estilos musicales negros, y de la música folclórica británica que dice nuestra R.A.E. que es el pop y justo el punto de aterrizaje exacto donde quería aposentarse todo este disco. No hay más pretensión que la de rellenar otra carpeta de hitazos pensados por y para su disfrute en festivales veraniegos, a saber, consabidos estribillos pegadizos, teclados ochenteros y baterías revitalizantes, y con ese baremo en la cabeza el disco es incontestable.

La inclusión de temazos tan reconocibles como «Planilandia», «El tiempo pasará», «Emborracharme», «Una señal», o «Tengo un plan» ya supone un éxito rotundo, pero es que además se intuye en todo el disco una querencia por matizar las aristas toscas en la producción que tantas críticas les supuso la elección de Sebastian Krys en su anterior LP (con el que repiten), esta vez también con la ayuda del simpar y ubicuo  Ricky Falkner (Standstill, Love Of Lesbian).

Cierto es que el disco termina por marear debido a esa misma obsesión de construir todas las canciones con ánimo de hit playero. Y es aquí donde patinan y bien, porque un disco programado para una puesta en escena específica, que ha nacido para ser mostrado con un determinado marco, el del jolgorio de las actuaciones en vivo, debe ser muy consistente para que en la soledad de tu habitación no termine agobiando y dejando escapar el entusiasmo entre tanto saltito rampante, que no siempre es viernes, vamos. Si a esto le añades que parece que quieren Noni y compañía que les tomemos en serio gracias a la inclusión de dos aburridos baladones «Despedirse» y «Deshielo» pues el resultado es cuanto menos de pereza. En definitiva, que no hay que temer en hablar de un discazo para botar y alegrarte la tarde del viernes, buen acicate para salir pletórico de un concierto, pero al que no encumbraremos demasiado por las grandes carencias y su limitada utilidad. Improbable que lo quemes en tu reproductor cuando el miércoles vaya a clase, al curro o a por los niños al colegio. Para el resto de ocasiones, un discazo, bueno tal vez sería más correcto decir ¿un pepinazo?

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