Martin Rev – Sidecar (Barcelona)

Cantar las maravillas de Suicide en esta crónica, no tiene sentido. Es un grupo clave y para saber por qué es mejor acudir a un buen libro sobre la historia del rock(abilly y escucharse su música. Aquí es mejor hablar de sensaciones.

Y es que sólo con ver la ajada cara de Martin Rev, la media mitad del dúo neoyorkino, ya fue suficiente para sumergirse en su hipnótico show, que a algunos –es normal- les pareció una fantasmada. Pero la (auténtica) vanguardia tiene estas cosas. O te la tomas en serio y entiendes el humor surrealista del asunto, o no hay tu tía. La cava del Sidecar era, sin embargo, una oportunidad única para observar de cerca las evoluciones teatrales del maquinista de Suicide, vestido con una chupa sin mangas de Los Angeles Raiders y sus inconfundibles gafas nocturnas de sol. Vestido para la ocasión.

La verdad es que ver aparecer a un tipo clavado a Lou Reed ya impacta. Ambos son de la misma quinta. Apostado de lado con un micro a su izquierda y los cacharros electrónicos (des)controlados por su mano derecha, Rev mantuvo en vilo a quienes se dejaron atrapar. Observar los porrazos que pegaba sobre el sintetizador, la extraña destreza con que tocaba melodías aparentemente anárquicas a velocidad endiablada, fue grande. Ni se digna a mirar a los aparatos. Sus gafas de sol miran al infinito. Su pose –piernas tendidas en V invertida- es desafiante, rockera. Lleva treinta años haciendo este mismo show y se lo conoce de sobras. La expresión de su cara, al tocar de esa forma el maltratado teclado, es toda una provocación. Su boca, su rictus, traduce el sobre esfuerzo físico a que se somete a sí mismo. Es el placer de saber que, aunque no lo parezca, el potente loop del sampler unido a los golpes sobre el teclado crean un viaje verdaderamente hipnótico en cada canción. Los loops, que conectaba y desconectaba con precisión teatral, eran frescos neoyorkinos subterráneos, tan bailables como sórdidos. A medio camino entre Public Enemy, y Velvet Underground, es decir como Suicide. Martin Rev, hizo, en fin, un divertidísimo espectáculo al que sólo le faltó algo: la voz de Alan Vega, harto más be-bop que la suya. La gente de la No-Wave deberá seguir aprendiendo del maestro, todavía.

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