McEnroe + Spheniscidae – Sala Wah-Wah (Valencia)

A veces tendemos a olvidar lo obvio precisamente por su condición (de evidente). Dejamos de recordar que, por ejemplo, una banda no deja de ser un grupo de personas reunidas para hacer canciones. Entonces, de repente, aparece McEnroe y descubrimos que, en realidad, lo que todo esto tiene de obvio también lo tiene de extraordinario. Por muy profesional que pueda acabar resultando el negocio de la música, nunca será lo mismo ver a un grupo de músicos que ver a un grupo de amigos músicos. La cultura hippie convertiría hoy en día a McEnroe en los apóstoles de la energía; la que generan entre ellos en directo salpica bastante, y acaba resultando imposible no rendirse desde ahí abajo.
Lo cierto es que la noche, que servía para celebrar el 13º aniversario de la sala Wah-Wah (hay que felicitar a todos los responsables de tan magno logro en un territorio tan hostil), parecía diseñada a propósito para generar y alimentar la intangibilidad de la emoción desde el principio. Spheniscidae tienen un directo poderoso e intenso, que combina la calma con los arranques de épica turbulenta; si a eso le sumamos los aires de despedida (o de pausa), el resultado en vivo había de explotar lo emocionante sí o sí; las despedidas, hasta las que no se hacen o se hacen mal, tienden a automagnificarse como evento memorable. Las intensas interpretaciones de La Historia Inempezable («Acantilado», «Nuestra lucha», «La apuesta») consiguieron la temperatura correcta en la incubación de la energía.
Era la tercera visita que rendía McEnroe a Valencia en poco más de un año; tras el extraordinario impacto causado en el Deleste 2012, regresaron a principios de 2013 con un formato que reducía su presencia (Ricardo Lezón y Eduardo Guzmán) pero multiplicaba el alcance emocional. No es lo mismo sorprender llegando desde atrás, entiéndase esto símil exclusivamente ciclista, que abrir las ventanas para ver amanecer y comprobar que te están esperando. Con los brazos abiertos. Las dos anteriores visitas y uno de los mejores discos del año pasado han granjeado a los de Getxo una merecidísima masa de apoyo valenciano; los tropiezos técnicos que mancillaron dos de sus canciones fueron convertidos en anécdota al instante por la indulgencia del respetable.
Había hambre de McEnroe, y la terna inicial sació el apetito de más de uno, sobre todo cuando, tras las asilvestradas versiones de «Tú nunca morirás» y «Mundaka» (ay si Lezón fuera un poco más excéntrico), los vascos dejaron salir el primer himno colectivo con «Tormentas». Quizá demasiado pronto, pero bien. El cambio de ritmo llegó con «Astillero», algo coitus interruptus por los maleducados de siempre y un problema en una guitarra; todo se solucionó en seguida con un cambio de cable y el punteo inicial de «Los valientes». Un croché ganador después de un puñetazo al aire. Si todos los resbalones se pudieran arreglar así… Pero hay que tener las herramientas, claro. Y McEnroe las tiene. Por eso se pueden permitir deslizar «Cuando suene» (Tú Nunca Morirás, 2009) y, sobre todo, «Jazz» y «Otras vidas» (Mundo Marino, 2008) en la gira de despedida de Las Orillas.
El quinteto tiene fondo de armario para mucho más, y Las Orillas, por sí solo, ya da para un buen directo. Con el concierto encarrilado, «En mayo» y «La Palma» mantuvieron el marcador de intensidad en guarismos importantes; las dos versiones de autolesión anímica de Lezón, que en vivo suda y no sólo de calor, sobrecogen mucho más observadas de cerca y en directo. Como era previsible, salvo los generosos fans de primera fila de entre los que salió algún grito mezcla de orgasmo y psiquiátrico, el resto de la sala se quedó con las ganas de saber cómo es eso de arrancarse la piel en público; «El alce» se quedó en esbozo de intimismo magreado gracias a la habitual panda de indocumentados que encuentra placer neoburgués en pagar entradas para tener el privilegio de embriagarse y poner sus voces por encima del cantante de turno. Sólo en «Arquitecto», que sonó justo después de la celebrada «La cara noroeste», el esfuerzo de quien se empeñaba noblemente en callar a los charlatanes con maneras de remilgada profesora de parvulario (no se les puede culpar) tuvo cierto efecto. Pura coincidencia, me temo.
Antes de despedirse y volver para finiquitar la noche con «Otras vidas» (con apagón técnico incluido y sin Miren Iza), los norteños desplegaron su obra con más luz. La puesta en escena de «Las mareas» dice algo así como «mira qué bonito«. Un concierto de McEnroe acaba haciéndote sentir como un fan de la homeopatía o una groupies de Paulo Coelho: la puñetera energía. Acudes dispuesto a hundirte en la autocompasión y acabas sonriendo al ver las caras de los músicos, riendo mientras el público se adelanta al estribillo. Vigilen sus agendas y no lo dejen pasar, que esto no es normal.

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