Night Beds – Country Sleep (Dead Oceans / Everlasting)

Lo que le gusta a los americanos la parafernalia. La leyenda, el envoltorio. Pero vale, es que tienen las herramientas adecuadas. La historia de Winston Yellen, el joven detrás de Night Beds, es de las que alimentan esas ambiciosas rutas por la América profunda que al final acaban en una visita a la tienda de Apple en Nueva York o en una foto en el paseo de la fama. Después de dejar las clases, y de perder novia y trabajo en un breve lapso de tiempo, Yellen abandona Nashville para vivir durante cinco meses en un coche con el que recorre varios estados realizando trabajos como el de fregar el suelo en una iglesia; mientras, se alimenta de decadencia y alcohol, y escribe canciones en el asiento trasero de su coche. Un día decide que ya ha tenido bastante american-way-of-life y regresa a Nashville, donde alquila una vieja casa en el bosque sin saber que antes había pertenecido a al matrimonio Cash. Johnny y June. Yellen se redime y empieza a grabar. Fin.

Después de toda la parafernalia queda Country Sleep y sus diez canciones. Un tratado boniveriano de cómo exorcizar los males del ser humano a través de la artesanía musical. El chico canta bien, muy bonito, y está arropado por unos arreglos que contribuyen a hacerte creer que a ti también te podría pasar. Pero no. Para empezar, ¿alguien en este país puede siquiera pensar en titular una canción seria con un simple «Ramona»? Ya está pervertido. Sin embargo, en la película de Yellen, es el mejor tema del disco, por el que aquella chica que le empujó al abismo derramará sus lágrimas de cocodrilo; una preciosista plegaria de americana sureña y trotona, elegante, cuidada y con la emoción (y los falsetes) justa para no caer en la pomposidad. Vamos, Ramona.

El disco es interesante por su factura, y también por el decorado de fondo, pero me temo que acaba haciendo aguas. Sobre todo, su segunda mitad. Hasta la entrañable y melancólica «Cherry blossoms», más o menos. Entre que a uno se le agotan las reservas de mojigatería y que no se puede dar pena eternamente, Country Sleep se acaba diluyendo más o menos como el alcohol en la sangre de Yellen. Afortunadamente, la brevísima y desnuda «Faithfull heights», el fleetfoxismo ilustrado de capilla en «Even if we try» y la excelente producción general del disco, que hace que «22», «Borrowed time» y «TENN» (cierre del disco) suenen grandes, hace olvidar que «Wanted you in August», «Lost springs» y «Was I for you?» sólo están ahí para hacer bulto.

Al final, Country Sleep se le hace un poco bola a Yellen, y acaba por poner el piloto automático de la reproducción en segundo plano. A pesar de todo, tiene razones más que suficientes para darle el beneficio de la duda y esperar el siguiente paso de Night Beds.

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