Nudozurdo – Sala Wah-Wah (Valencia)

Lejos de perder fuelle, el directo de Nudozurdo es cada vez más catártico, más purificador. Casi un lustro después de reventar la inmovilista escena indie del país a base de cañonazos de oscuridad, los madrileños mejoran su versión en vivo con cada nueva referencia en su repertorio. El sábado en Wah-Wah, con un setlist que dio mayor protagonismo a sus últimos trabajos (Tara.Motor.Hembra y el EP Ultrapresión), Nudozurdo volvió a dejar evidencias de no acomodarse a pesar de su incuestionable hegemonía.
A pesar de que lo último que hemos sabido de la banda de Leo Mateos es ese regalo en forma de revisión acústica de su catálogo, se especificó desde el principio que el concierto sería eléctrico. El estado natural. «Golden gotelé» y «Mensajes muertos» fueron las tijeras gigantes que cortaron la cinta de la noche; el bajo de Meta, clave para mandar cada canción a la estratosfera del subconsciente, fagocitó el sonido al principio hasta que, de repente, en «Chico promo» todo empezó a sonar como el perfecto ensamblaje que suele ser. «Contigo sin ti», sorprendiendo a propios y extraños, se pudo escuchar sin el clásico ruido de fondo valenciano. Bravo. Algo que también pasó con «Dosis modernas» más adelante.
En medio, el set se perló maravillosamente con dos temas de uno de los mejores discos españoles del siglo. «Ha sido divertido» se celebró como el himno que es y cuya trascendencia crece con cada LP que sucede a Sintética; «Mil espejos» vino a demostrar más o menos lo mismo, que la sensación de que cualquier canción del segundo disco de Nudozurdo puede elevarse a categoría de clásico con poco que la presenten en directo.
«Prometo hacerte daño», con Leo Mateos recordando al mesiánico líder de 2009 y avanzando lo que vendría en el bis, se coló entre dos infalibles. «Dentro de él» y «El hijo de Dios», con sus correspondientes variaciones introductorias, son como ese veterano asesino a sueldo al que se llama cuando se quiere un trabajo serio, fiable y sin estridencias. Éxito asegurado. Alguien pidió a gritos «Ilumina tu cuerpo» (no fue el que firma, pero más por timidez que por falta de ganas), pero la banda se retiró brevemente para volver con dos aciertos más en la diana. «Conocí el amor» fue la salvajada hipnótica de frenopático que siempre ha debido ser, y la repetición coral de «el uniforme que llevas es para contar muertos» con Mateos mirando al infinito lo certificó ampliamente; «Negativo» fue la versión abrupta y afilada de una despedida educada, la traslación hasta la aridez del húmedo Sintética. El segundo disco de los madrileños siempre marca la diferencia, aunque a priori su presencia sea menor, como en esta ocasión.
Como en los mejores grupos, la virtudes de Nudozurdo se acentúan en sus directos. Y no sólo a la hora de ejecutar e insuflar vida a sus canciones, cosa que hacen con una singularidad y una solvencia fuera de lo normal a pesar de los cambios en la batería; su habilidad para diseñar las calles a través de las cuales avanzará la noche, el acierto en cada requiebro del setlist, los hace aún más grandes. Enormes.

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