Paolo Nutini – Caustic Love (Atlantic)

Los prejuicios son una carga demasiado pesada como para ir por la vida coleccionándolos y acarreándolos con alegría. En la música, como en la vida, los prejuicios son muchas veces la antesala perfecta para: a) perderse cosas fantásticas, y/o b) quedar como un idiota. Ofuscarse en la vertiente easy-pop y mojabraguista de los inicios de Paolo Nutini y marcarlo estúpidamente impide de forma dramática cualquier acercamiento a su último disco; algo que, por cierto, reúne las dos variables citadas anteriormente.

Obviar Caustic Love por los pasos que le precedieron sería como defenestrar las dos primeras películas de El Padrino por su tercera entrega. Por otro lado, lo que en la saga de Coppola era clara involución, en el caso de Nutini resulta ser crecimiento y evolución en su connotación más positiva. Esquivando las metáforas fáciles de transformación que nos da la naturaleza, la metamorfosis del escocés de raíces italianas es posiblemente uno de los grandes hitos de la música en 2014. Sin exagerar un ápice, Caustic Love se sitúa a la altura de las revelaciones más sorprendentes del año a pesar de, en efecto, contar ya con dos antecesores en el mercado.

A pesar, y gracias a, porque el factor sorpresa del tercer disco de Paolo Nutini no se entendería sin la escucha ligera de sus dos antecedentes en forma de larga duración. Ligera porque, de hecho, en un examen a conciencia sí se ven las pistas que Nutini fue dejando y que, si bien no indicaban una explosión soul tan extraordinaria como la que nos ocupa, sí susurraban a quien se dejara que algo bueno estaría por llegar cuando tuviera el control completo de su obra. Y así ha sido: producido por el escocés junto a Dani Castelar (asistente en discos de R.E.M., Snow Patrol o Editors), todas las canciones de Caustic Love llevan la firma del cantante, algo que no había sucedido hasta ahora. No hay que olvidar que sus dos primeras obras eran fundamentalmente someros ensayos de pop acústico firmadas con 19 y 22 años, respectivamente, y que entonces apenas tenía responsabilidad respecto a los temas y la producción de los mismos.

El resultado de un Nutini con más galones y, no lo olvidemos, con 8 años más de experiencia desde su debut, es un disco poderoso y ambivalente que hace bailar («Scream (funk my life up)», «Let me down easy») con la misma pasmosa facilidad con la que desarma («Better man», «One day»). El escocés ha sabido reconducir sus evidentes dotes vocales hacia el soul y la música negra en general de tal forma que su voz se erige imperial y casi cualquier canción es una excusa para ofrendar una exhibición interpretativa que sostiene tranquilamente en directo; a las mencionadas «Scream (funk my life up)», «Better man» (con un ojo en José Feliciano y otro en Rod Stewart) y «One day» (con la instrumentación que le hubiera gustado tener a Black Keys en su último disco), habría que añadir su exhibición vocal en la apasionada y épica «Iron sky»: una de las canciones del año, monumentalmente construida por los Vipers, la banda habitual de Nutini, alrededor de la voz del escocés; la prueba de madurez vocal y compositiva que le catapulta definitivamente más allá de las fronteras de la anécdota adolescente.

Caustic Love revisita constantemente el soul y el R&B de hace medio siglo a través de las herramientas del pop. Unas veces de forma más obvia («Let me down easy» es una actualización de la canción del mismo título que Bettye LaVette publicó en 1965) que otras (Gladys Knight y Margie Joseph aparecen en el interludio «Bus talk»), pero siempre con un enfoque muy claro. Si bien hay momentos de excesivo recreo slow («Diana»), riesgo de caída por ligereza («Fashion», con Janelle Monáe, juega en el difícil equilibrio hortera) y cierta tendencia a estirar algunos temas más de la cuenta («Cherry blossom»), Caustic Love resuelve el envite con solvencia gracias a las canciones citadas anteriormente, junto a un enredador juego de órganos («Numpty»), una fugaz y bonita balada de perfil sesentero («Someone like you»), y «Looking for something», antepenúltimo y esdrújulo esfuerzo que, si bien coquetea con la innecesaria prolongación del detalle, acaba funcionando por el disfraz de Bill Withers y Marvin Gaye que tan correctamente viste Nutini, más acostumbrado a las hechuras de Otis Redding.

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