Raphael – De Amor & Desamor (Universal)

Quitando de por medio la tontería de hablar de Raphael según qué escenas y juicios de edad, es innegable su valía y personalidad. Su permanencia y eso que no todos los intérpretes tienen, eso que hace que esté más allá de modas, tiempos y tendencias.

Su cancionero, que muchas veces se cae en el error, por desconocimiento y paletismo, de tildar de kitsch o camp anda sobrado de espléndidas canciones. Y es casi obvio decir que hacer lo que le da la gana no es una atribución, es simplemente parte del brazo extendido de su manera de asumir y expresar lo que mejor sabe hacer.

De Amor & Desamor trae nuevas lecturas de algunas de esas gemas que ha sabido cantar y representar frente al micro. Quince motivos para mover y remover la arquitectura sonora de un Raphael inimitable que, cantando al inmenso Juan Carlos Calderón, a Perales o a quien se cruce, gana el pulso de letras y sonidos.

Escuchar este disco es pues viajar a su terreno. Canta, se deja llevar, lleva y crooneriza un álbum que, quizás a nivel de producción pedía menos pulcritud instrumental, menos limpieza y más matices en algunos de sus momentos. Y es que la voz del divo parece que, en algunos títulos, se despega de la música y, no nos equivoquemos, aquí todo debe seguirle. Debe hacerlo desde muy cerca.

Pero ocurre que llegan los hallazgos y «Detenedla Ya», quitando el solo de guitarra, arrasa. «En Carne Viva», «Se Me Va» y «Frente Al Espejo» son épica desatada de voz y cuerdas, pero que ganan en el intento de atrapar, especialmente la última.

Raphael tiene y mantiene. Sostiene y dispone. «Qué Sabe Nadie» aparece intachable. Una letra única y alguien que la canta con conocimiento de causa. «Será Mejor» salta como si fuera una canción de cantina desgarrada. «Desde Aquel Día» se vuelve vals y, desnuda, le pone frente al espejo que parece acompañarle siempre y que se rasga cuando él le señala y le lleva a «Amor Mío» con una fuerza de quien sabe ganar habiendo perdido. Es en ese tramo final donde se despide con «Ámame», y uno se queda con la sensación de haber asistido a un movimiento desatado.

Así es Raphael, movimiento desatado. El resto sobra, y mucho más el pensarle para analizarle. Eso es ociosidad y, sobre todo, sequedad y pereza. Mejor sostener y disponer, llevando y dejándose llevar por su autoridad. Que la usa como nadie.

 

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