Richard Hawley + Pájaro Sunrise – Sala Mirror (Valencia)

Mientras me dirigía en coche hacia la sala donde iba a tener lugar el concierto, iba pensando en lo difícil que iba a ser para mí reseñar la actuación de Richard Hawley, habida cuenta de que estaba repitiendo, con la misma perfección e intensidad, el mismo setlist en todos sus conciertos por España, uno de los cuales mi compañero Manuel ya había desgranado con todos los detalles en su estupenda crónica de hace pocos días. ¿Qué podría yo contar del concierto para no volver a repetir todo lo ya sabido? A estas alturas todos estaban al tanto de la estupenda banda que llevaba Hawley, de las canciones que iba a tocar, de la cantidad de guitarras maqueadas (¿o eran originales?) al más puro estilo fifties que iban a desfilar por el escenario…y del cierre inevitable y espectacular con “The Ocean” en todos y cada una de sus últimas actuaciones.

Por desgracia, al final, mi problema se solucionó: el concierto de Valencia fue diferente a todos. Pero vayamos por partes.

A las 21h empezó a entrar gente en la sala Mirror (antigua Roxy), un local muy atractivo, con capacidad para alrededor de 500 personas, calculé yo. Casi a las 21h30 apareció un tipo en el escenario y se puso a afinar una guitarra. En las entradas no se mencionaba que habría teloneros, así que algunos lo tomaron por un técnico, pero entonces se apagaron las luces y empezó a tocar y cantar. Era, obviamente, el cantante del proyecto (¿ahora en solitario?) Pájaro Sunrise, que anoche abrieron el concierto en formato reducido (una vez incorporados el resto de músicos, guitarra, acordeón, violín y xilófono)  y con una propuesta de folk pop bastante intimista que pareció agradar al público y que cumplió con la misión de preparar el ambiente para lo que iba a venir después.

Alrededor de las 22h30’ llegó el gran momento. Se volvieron a apagar las luces y apareció Hawley con su banda, todos trajeados como si una máquina del tiempo nos hubiese transportado a un baile de graduación a finales de los 50. Se respiraba el ambiente de las grandes veladas, pero cuando empezó a escucharse el canto de los pajaritos que abre “As the dawn breaks” y al mismo tiempo salía un pequeño murmullo del fondo de la sala, a Hawley se le empezó a torcer el gesto.

De hecho el cantante y guitarrista estuvo todo el tiempo bastante más serio y adusto de lo normal, algo que llamaba la atención. Muy introspectivo durante las partes cantadas y sumamente agresivo y feroz a la guitarra en los desarrollos instrumentales. Por momentos parecía que sobre el escenario había un pique entre los Shadows, Chris Isaak y My Bloody Valentine. La más movidilla “Ashes on the fire” y la hermosa “Lady Solitude” encauzaban un concierto que parecía iba a repetir exactamente los mismos momentos emotivos de Madrid o Barcelona un par de días antes. Impecable de voz, los arreglos perfectos…la noche perfecta.

De repente, un Hawley enfurecido se dirigió a un grupo del fondo de la sala como si se lo llevaran los diablos. Les recordó que estaban en un concierto, les preguntó qué coño hacían todo el rato hablando, y los invitó a marcharse si no les interesaba la música, por decirlo finamente (de cada dos palabras una era “fucking”).

Llegado a este punto tengo que decir una vez más que, como valenciano que soy, siento una enorme vergüenza cada vez que asisto a un concierto que requiera un ambiente de cierto silencio y atención. Y me avergüenzo más todavía cuando leo las crónicas de su actuación en Madrid y veo que hablan de un público atento y silencioso, y de un Hawley encantado y felicitando a los asistentes. Empiezo a pensar que en Valencia hay un porcentaje bastante importante de gente que acude a los conciertos no ya sin importarle lo que va a ver y escuchar, sino directamente sin que le guste la música.

A esas alturas de la noche pensamos que era el incidente con el público, al que además tuvimos que sumar algunos problemillas de sonido, lo que hizo que Richard Hawley se pasara el resto del concierto entre el silencio más absoluto, la tristeza más solemne cuando cantaba, y la ira más desatada cuando atacaba ciertos momentos instrumentales de canciones como “Oh my love”, “Open up your door”, “Remorse code” o “Soldier on”. Tras “Don’t you cry”, como es costumbre en esta gira, los músicos se despidieron y abandonaron el escenario.

Sin embargo una desagradable sorpresa nos esperaba a su vuelta, tras pocos minutos. Un Richard Hawley visiblemente más tranquilo y amable admitió que no había estado muy fino durante el concierto porque tenía la cabeza en otro lado. Nos contó que pocas horas antes le habían comunicado el repentino fallecimiento de su buen amigo Tim McCall, al que conocía desde hacía más de 20 años y al que introdujo en la banda de Jarvis Cocker con el que grabó sus discos en solitario además de acompañarle en sus giras. Hawley, algo emocionado, comentó que iba a tocar en su recuerdo una canción que él y su amigo Tim habían aprendido a tocar juntos de jovencitos. Sonó entonces una emocionante, acelerada y para mí apenas reconocible versión del clásico de Hendrix, “Little wing”.

Lo que nadie esperaba es que, nada más terminar la canción, la banda se volviera a despedir y se metieran de nuevo en el camerino. Tras unos instantes de desconcierto, con la gente sin moverse de sus sitios a pesar de que los músicos no salían y en su lugar lo hicieron los ayudantes, se encendió la luz y empezó a sonar la música ambiente de la sala. Definitivamente, nos habíamos quedado sin “The Ocean”. Entiendo que Hawley no estuviese de humor para seguir tocando, pero a muchos nos fastidió. Y lo peor es que siempre nos quedaremos con la duda de qué hubiera pasado con un público más educado y silencioso durante el concierto.

En fin…Lo mejor de la noche, sin duda alguna, una pareja de personas mayores (y cuando digo mayores me refiero a 60 años para arriba) que se pasaron en primera fila desde las 21h cuando abrió la sala hasta que acabó el concierto. En silencio, sin perder de vista el escenario, haciendo alguna foto de cuando en cuando, atentos, con los ojos vidriosos en algunos momentos…Cuando vi que se sus manos se buscaban y se abrazaban discretamente mientras sonaba “Cole’s corner” sentí unas inmensas ganas de acercarme hasta ellos y darles un abrazo yo también. Desde aquí mi enhorabuena por su amor a la música; algo que, visto lo visto, no abunda mucho por aquí.

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