Santa Rita + Gatomidi – Sala Matisse (Valencia)

Voy a mojarme. Hablando estrictamente de Valencia (el día anterior, en el Twestival de Razzmatazz, fue otra cosa), con Santa Rita va a pasar lo mismo que pasa ahora con Toundra: es cuestión de tiempo que hayan hondonadas de hostias para ir a sus conciertos cuando, en el futuro, rindan visita a la ciudad de Chimo Bayo. Ya me entendéis, el concepto es el concepto. El viernes en Matisse, como pasa con esos grupos a cuyo carro se sube la ciudad cuando ya está en marcha, el público no respondió demasiado en calidad y fueron al final alrededor de medio centenar las personas que presenciaron la imperial puesta en escena de la banda de Aloud.
Primero, los valencianos Gatomidi hicieron la previa con un potente traslado al directo de su último disco, Enclosed Spaces. El trío repitió apenas una semana después de abrir el Deleste y, más allá del puntual desencuentro técnico de aquel día, la experiencia mejoró. Bien pertrechados en un recinto más recogido, «A.M.E.N.» o «White clouds» dieron la sensación de aumentar sus prestaciones encapsulando ese alud de distorsión entre las paredes de un espacio más reducido.
Las Santa Rita se presentaron en Valencia con sus mejores galas: de riguroso negro. Cualquier otra cosa no hubiera sido creíble ni por un segundo teniendo en cuenta que abrieron con «Cap de Creus». Presentarse con esa canción es como si invitas a cenar a Nadal y llega con una derecha ganadora y un grito. Probablemente no sea la canción que más luce en High on the Seas, pero sí es el pico más alto de salvajismo, de vitalidad animal, que hay en el debut de Santa Rita. Empezar con «Cap de Creus» es una invitación a fijar tu vista en el ciclópeo palpitar de la batería y no parpadear hasta que acaba la canción; como quien observa el ciclo respiratorio del que duerme a su lado. Lo voy a decir siempre que la vea mover los brazos en vivo y en directo: Laura Oliveras es un escándalo.
El cuarteto avanzó por su setlist con la misma decisión que lo hace esa bestia gigante que encerraron en High on the Seas. Lo mejor de un concierto de Santa Rita es que, si te fijas, te das cuenta de que, salvo la evidencia baterística, nada es lo que parece. Le ves las costuras a Matrix. Si te deshaces de la hipnosis percusionista y prestas atención, observas que Martha Wood puede ser relativamente buena agazapándose en un lateral, pero no escondiendo ciertas trazas de virtuosismo clásico con el bajo; si bajas la mirada de la guitarra hasta los pies de su dueña, descubres que lo que hay en esa caja llena de pedales es una máquina de clonar Brovedannis manejada con maestría. Y aún te queda una revelación al final del concierto: puede que, aunque nadie se haya enterado, Cecilia Díaz haya cantado sin retorno durante toda la velada.
Entre toda esta red de (ir)realidades queda la pura realidad: ese trozo de papel que dice que las Santa Rita vertebraron su debut con «Subsidio» (una vez más, esa batería), de su EP, ejerciendo de bisagra entre las dos partes del concierto; que coincidieron con las dos partes del disco. «Cap de Creus» o «Báltico» salieron al principio como representantes telúricos del disco; «Fidji» o «Fisterre» se juntaron en el tramo final, para culminar una escalada magnífica que terminó con una entregada versión del «Aneurysm» de Nirvana. Beat me out of me.

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