Scissor Sisters – Magic Hour (Polydor)

No termino de entender por qué para analizar cada nuevo lanzamiento de los neoyorquinos Scissor Sisters, se hace inevitable una comparativa histórica con sus publicaciones anteriores.

Tal vez se deba a esa obcecada mirada conservadora de muchos críticos, que no saben apearse de un burro llamado “el primero fue el mejor” (pregúntenle a The Strokes), o simplemente tal vez por pereza. Siempre es más fácil analizar acomodándote en datos anteriores que hacerlo acuñando nuevos términos. Pues esto ha debido rondar por la cabeza de las Scissor Sisters a la hora de facturar su cuarto álbum, el más poliédrico de su carrera, una amalgama inconexa y divertida que reparte por partes des-iguales sonidos biempensantes, aquellos con retazos de su primer disco (ya lo he vuelto a hacer), en canciones como “Inevitable”, “Baby come Home” o la canción que debiera haber servido como carta de presentación para acallar las bocazas de los que gimen por que un tiempo pasado siempre fue mejor y que lamentan que las Hermanas Tijeras ya no suenen tan frescas y que si bla, bla, bla, y que si snif, snif, snif… la redondísima con un puntito amateur “Year of living Dangerously”.

Todo este puñado de buenas composiciones, otra vez a cargo de Babydaddy y de ese icono pop por explotar que es Jake Shears, se enfrentan en el mismo disco a unos medios ritmos modernos, futuristas y tremendamente retros. Evocando a la música de los clubs de hace más de diez años está “Self control” y arranca “Let´s have a kiki”, que viene a suceder con bastante más guasa el sonido groove que ya explotaron en el bombazo “Invisible Light” del extremadamente pulido Night Work (Polydor, 2010).

Titánico esfuerzo el de los Scissor Sisters que han sabido batallar y salir vencedores de entre todos los productores y colaboradores llamados a consulta para la elaboración del largo.

Así han sabido sacar cabeza entre lo hypeado de Azealia Banks en “Shady Love”, desconcertante de primeras, disfrutable ya en la segunda escucha; la discreta producción del bueno de Stuart Price en el baladón “The secret life of letters” o “Somewhere”, bonita pieza de coleccionista, e incluso ante el oscurantismo de Diplo. Donde no han logrado un resultado tan benévolo ha sido en la batalla principal, la canción elegida como single de presentación “Only the horses”, manchada de grasa por las manos demasiado visibles de un Calvin Harris distraido.

Pero siempre quedará algún rincón donde lamerse las heridas en un álbum tan ampuloso como este, por ejemplo en la graciosas composiciones que tontunean un poquito con el Trópico y otro poquito con el reggaeton, la gran canción pop que resulta en “Best in Me”. Como de costumbre, deja los prejuicios out of closet y a gozar, que en octubre los tendremos de gira por nuestro país.

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