Sean Lennon – Sala Heineken (Madrid)

Seguramente no exista en el mundo de la música un apellido con más peso inherente que el de Lennon. Sin embargo, el pequeño de los dos hijos de John (el único con Yoko) ya cuenta con sus propios méritos, entre ellos haber firmado uno de los discos más deliciosos del caduco 2006, entregando con Friendly Fire un pop sencillo y delicado, de ese que viene adornado con sutiles y encantadores matices.

Con una (incomprensible) escasa promoción, llegaba a la madrileña Sala Heineken el “Friendly Fire World Tour”. Puede que el desconocimiento fuese el motivo de una afluencia que aún siendo considerable, distó del lleno.

Con más de veinte minutos de retraso sobre la hora prevista, Sean hace su aparición tras una banda formada por guitarrista, batería, bajista y una mujer de rasgos orientales, a la que presentó como su mejor amiga, a los teclados. Con enormes gafas de pasta, barba espesa y pelo más bien largo y descuidado, es inevitable comentar el parecido físico con su padre.

“Spectable” (¿la canción más hermosa del pasado año?) abrió el concierto y nos dejó especialmente sensibles y dispuestos para escuchar lo que nos tenía preparado: el single “Dead Meat”, “Wait for me”, la homónima “Friendly Fire”, “Would I Be The One” (que adecuadamente extendida significó el final del grueso del concierto) y así hasta la totalidad de las diez gemas incluidas en el álbum. Entre las elegidas se coló también el inédito y efectivo “Smoke & Mirrors”, todo envuelto en una aureola de tranquilidad, sin grandes aspavientos, acorde con la música que fluía en el local…

Sean se muestra encantadoramente tímido, además de hacer gala de una exquisita educación y espontaneidad, como cuando las tres personas de la primera fila mostraron sus camisetas en las que se podía leer por orden “Sean” “Ono” “Lennon” y el aludido agradeció entre risas el curioso detalle, mientras pedía a alguien de su staff una cámara para inmortalizar el momento.

En los bises reaparece en solitario para acometer, acústica en mano, “Tomorrow”. Para terminar, ya con banda competa, la elegida fue “Mistery Juice” que abría su lejano álbum Into The Sun, completando una hora y quince minutos, la justa medida para un concierto entrañable y afín al trabajo que traía bajo el brazo. Sean está dando pasos de gigante para conseguir que, en su caso, el “ser hijo de” pase a algo meramente circunstancial.
Salimos del concierto con una melancólica media sonrisa. La misma que me pareció ver en el rostro de Sean cuando ya se retiraba…

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