Shijo X – …If a night (Bombanella Records)

En los últimos meses me he encontrado varias veces con una  expresión que, aunque fue acuñada por el crítico musical Simon Reynolds en la década de los 90, describe perfectamente una de las características más visibles de la producción musical de nuestra época. La expresión es «música hecha por coleccionistas de discos«, y hace referencia a un tipo de artista cuyo combustible interno, el desencadenante de su creación, no es la necesidad de aportar algo nuevo o de hacer oír su voz entre muchas otras, sino la glorificación del pasado, el homenaje a sus influencias, la escenificación pública de la adoración que sienten por determinados géneros en general, o por sus ídolos en particular.

Hoy en día la música no se colecciona sino que se acumula; no se mastica sino que se engulle y se vomita, en ocasiones dando forma a un nuevo eslabón que añadir a la cadena. Es el caso de los italianos Shijo X, que en su segundo álbum proponen una especie de visita guiada por su muestrario de influencias. Una colección en la que, supongo, abunda el trip-hop, el dubstep, el drum’n’bass, el jazz y el soul. La visita toma forma de un sueño, más bien una agitada duermevela, que se prolonga desde las 2 de la madrugada hasta que empiezan a asomar los primeros rayos de sol. El lento paso del tiempo lo van marcando tres breves piezas instrumentales estratégicamente situadas: «02 a.m.», con sonidos de un piano-bar donde tal vez tomar la última copa; «04 a.m.», extraña y angustiosa pieza electrónica poblada de ruidos y fantasmas; finalmente, «06 a.m.» marca el final de la pesadilla, cuando suena el despertador y se desvanecen los ruidos de la noche al tiempo que la ciudad se despereza.

Entre ellas, una serie de canciones basculan alrededor del trip-hop («Bologna by night»), suenan a Fugees («Uptown bike»), juguetean con la electrónica minimal y el nu-soul a partes iguales («In the Moscow»), a veces me hacen pensar en PJ Harvey cantando en el primer disco de Massive Attack («Television», «Colors»), o incluso me recuerdan el efecto que me produjo escuchar por primera vez a los Ink Spots, un grupo de los 50, en una película futurista como Blade Runner («Almost in trouble»). Contribuye al desasosiego la mezcla de supuestas nanas infantiles («Bad bed») con la contracultura de finales de los 60 (una «Zabriskie bench», que suena exactamente como lo que parece, un homenaje a la música de Pink Floyd para la película de Antonioni). El drum’n’bass expansivo de «Krueger» funciona como transición, como sacudida que favorece la progresiva vuelta a la realidad.

Son las 6 a.m., suena el despertador. Abres los ojos y todavía escuchas en tu cabeza esa densa percusión, esos bajos, esos silencios. Entonces el sonido de la ciudad empieza a filtrarse por la ventana y todos los demonios parecen exorcizados. Pero tu corazón late con rapidez, cuesta distinguir lo soñado de lo vivido realmente. Y sabes que, como se te ocurra escuchar otra vez a Shijo X antes de acostarte, volverá a suceder.

 

 

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