Soleá Morente y Los Evangelistas – El Tren (Granada)

«Si yo encontrara la estrella que me guiara…» Cuando Enrique Morente escribió este verso probablemente aún ignoraba, aunque estamos seguros de que ahora, esté donde esté, anda ya plenamente convencido de ello, que apenas unos años después de dejar huérfana a la ciudad a la que insufló vida y genio durante toda su vida ese fulgor que parecía perseguir se aparecería casi sin previo aviso una noche de finales de junio, lejos de los escenarios que su progenitor solía frecuentar pero al borde de su mismo recorrido emocional. Un remedo fresco de su voz, una misma sangre que alimenta los versos  apesadumbrados de San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Antonio Machado y los descendientes de Al Mutamid. En resumen, una ceremonia de iniciación a un nuevo Evangelio que jamás será apócrifo porque lleva la firma de otros nuevos profetas, habitualmente sumergidos en idénticas labores de rescate.

Quien haya escuchado los últimos discos de Los Planetas ya estaría sobre aviso de la rigurosa labor que supone encajonar la tradición popular de un legado tan vasto e inabarcable en unos cuantos acordes e imbuirlos a su vez de modernidad sin que chirríen en el loable intento sonoro. J, Florent y Eric, el primero mucho más implicado a nivel compositivo en el proyecto evangelista, ponen el nombre, el prestigio y el trabajo sucio (y fundamental) para poner en pie un edificio al que parecía difícil encontrarle los cimientos. Antonio Arias, una personalidad tan dispersa como indispensable, lleva la voz cantante y el homenaje en su propia chaqueta, en la que un «Morente» estampado con letras brillantes centra el discurso y lo marca para esta y otras noches venideras.

Cuando debutaron el año pasado con un álbum intenso, trabajado y estructurado sin fisuras en el que la figura omnipresente de don Enrique casi eclipsaba su esforzada labor, el objetivo no era otro que el de perpetuar el recorrido que el maestro dejó a medias, pese a dejar el listón al límite de la imbatibilidad con el majestuoso Omega y su eclosión posterior. En su actual plasmación en el escenario, inundado de velas y en perenne juego de luces y sombras, el olor a incienso se mete bien adentro al compás de «Gloria» y «En un sueño viniste», invocando a su inspirador en la iluminación psicodélica de «Decadencia», «Amante» y «La estrella», ya con esta, la heredera Soleá, a pleno rendimiento al frente de una banda pletórica, que incluso defiende con convicción la sonrojante letra de «Si tú fueras mi novio» y se escora hacia palos más respetables, como en la «Malagueña de la Trini» o las «Alegrías de Enrique». El desarrollo de los respectivos temas, incluidos los más recientes incluidos en ese EP alargado que es Encuentro y la presentación del inédito «Un pastorcito», es mucho más profundo (los teclados de J. J. Machuca acompañan cada intento de melodía) y se enfrenta a la esclarecedora voz de la artista en ciernes que preside la sala con mucha más enjundia que en su versión de estudio. «La sangre de mi corazón» gana matices en su garganta, y «No sólo yo», una de las alianzas compositivas con su hermana mayor, se perfila como una de las canciones del año.

Armada de una escueta pandereta, con una melena gitana de las que cortan el hipo y una gigantesca estatura escénica que la hizo apropiarse de los momentos más cercanos al pop, como la adaptación de «El loco» y la racial «Donde pones el alma», esta mujer planta las semillas de una carrera que debe florecer si las estaciones se suceden con cierta lógica. Sus escuderos, los Evangelistas que hace un año abrían su libro de salmos recibiendo la incomprensión de la mitad de los feligreses, han aprendido a predicar sin necesidad de devocionario ni cáliz, despojándose de abalorios y corrigiendo la hipotética laguna de la que adolecían: dotar de corazón a sus bien amuebladas cabezas, y afortunadamente han reaccionado a tiempo. La familia Morente puede estar tranquila, pronto encontrarán otra estrella a la que seguir, y a los demás no nos quedará más remedio que anteponerle el tratamiento que merece. Gracias, doña Soleá.
 

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