St.Vincent – Strange Mercy (4AD/Everlasting)

Hay muchas maneras de definir el último y extraordinario trabajo de Annie Clark, pero seguramente pocas le harían tanta justicia como calificarlo de experimental. Y es que, a su manera, Strange Mercy es tan experimental como el Finnegans Wake de James Joyce o com una creación audiovisual de Stan Brakhage. A Clark le preocupa más el modo en que se desarrollan sus formas musicales, la manera en que evolucionan contaminándose con un discurso centrado en desgranar los sinsabores del tránsito al compromiso, la madurez y, sobre todo, la emancipación. Porque, además de jugar con las abigarradas formas del pop barroco, también Strange Mercy es un experimento sobre el delicado y, a menudo, complejo sentimiento de búsqueda personal, de autorrealización y satisfacción en un mundo (todavía) subordinado al deseo masculino y a la falta de comprensión de los deseos femeninos.

Como si se tratase de hacer un inventario escrupuloso de la condición femenina, Clark se entrega a una descripción, a ratos agridulce y tragicómica, de todos esos clichés que pueblan el imaginario de la mujer. Desde la animadora de instituto que, como si se tratase de un diario secreto, desviste su falta de metas («no sé qué es lo que merezco / pero sé qué puedo hacer por ti«) y su pensamiento conformista en “Cheerleader”; hasta la dependencia maternal y la obsesión de hacer de toda mujer un proyecto de madre sobre la que verter nuestros problemas en “Cruel”. Annie se pregunta, una y otra vez, adónde queda el futuro de la mujer, qué balance puede hacerse de las experiencias pasadas (en “Year of the Tiger”), mientras lanza consejos, reflexiones y lamentos, a propósito de las políticas sexuales y de los pasos en falso, a medida que recorre los diferentes estereotipos y deseos mal entendidos de la mujer.

Cuando hablamos de pop barroco es inevitable pensar en esa clase de pop en el que la personalidad de su autor se ha infiltrado de tal manera que deforma y exagera sus rasgos en un intento por ceñirlo a su manera de ver las cosas (como hiciera en lo literario Joyce con su antiortodoxa manera de narrar en Finnegans). Así, Strange Mercy parece un cuento de hadas empeñado en destripar cualquier atisbo de magia; una crónica precisa del malestar de la mujer en las sociedades avanzadas; un chiste crudo disparado con la sonrisa más luminosa; o la definitiva constatación de que, si nos plantasen en una mesa de disección, extraerían de nuestro interior una cantidad de dudas vitales y conflictos sin resolver que, en la mayoría de las ocasiones, nos impiden caminar hacia un punto concreto. Y es que, en su tercer álbum, St. Vincent experimenta con las formas musicales (alejadas, y bastante, de aquella Kate Bush con quien la compararon) y consigo misma, dejando al descubierto las entretelas de esa extraña compasión que todavía hoy nos empañamos en hacer cargar a la mujer.

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