Standstill y las frases escondidas de la vida. Se cumplen 10 años de su debut en castellano

Ha pasado una década desde que Standstill virara dramáticamente en el camino que había iniciado con aquel EP de 1998. No sólo sucedió que Enric Montefusco cambió inglés por castellano; Standstill fue puliendo el hardcore primigenio, comprimiéndolo con la meticulosidad del padre que enseña a su hijo a hacer bolas de nieve, para después decidir cuándo liberarlo. Sus haters les ha granjeado una decisión que, por otro lado, ha acabado por desequilibrar la original igualdad entre contundencia y profundidad cuando se cumplen los primeros diez años del volantazo.

Mientras sus dos primeros discos en castellano todavía guardaban esa imprevisibilidad de los fuegos artificiales que se disparan sin que nadie los prepare, el crecimiento en la hondura del universo de Standstill ha resultado ir de la mano de un reposo sonoro más que evidente. Los estallidos de agresividad oscura de su disco homónimo y los escapes puntuales de épica controlada en Vivalaguerrahan ido desapareciendo, o transformándose, más bien. À la Lavoisier.

Lo que ha resultado inalterable en el recorrido de Standstill durante los últimos diez años es la habilidad de Montefusco para ir escondiendo, no tanto lecciones, como sí extractos de la existencia humana a lo largo del camino. Frases escondidas de la vida que, como en el cuento de los hermanos Grimm, Montefusco va dejando caer a modo de piedras para dibujar un mapa de la supervivencia moderna que sólo se podrá observar claramente desde el punto más alto del bosque. Muchas son las guijarros del camino, pero quizá estas son las diez más reveladoras.

«Feliz en tu día»

«Cántame una canción, bailemos entre las sábanas».

La anti-canción de cumpleaños camina cadenciosa y a palpas, sin dar un paso en falso y apoyándose en los muebles, entre la más absoluta de las oscuridades. El black-out de la felicidad señalada en el calendario tiene, en realidad, un momento de anunciación de la alegría; una petición desesperada en medio del apocalipsis realista, entre la aceptación del tempus fugit y la celebración del desengaño vital.

«Poema nº 3»

«El equipaje de los muertos es difícil de mirar».

David Lynch puso esta frase aquí. Indefectiblemente, la gente llega, está un rato, y se va; pero se deja la maleta, los discos, y siempre te los encuentras en los rincones más insospechados. Los guardas, incluso hay veces que los tiras por la ventana, pero alguien se encarga de recuperarlos y ponerlos donde no esperabas verlos. Las cabezas no están hechas para fabricar gomas de borrar. Estaría muy bien.

«88:88»

«Como imposible es que alguien pueda ni siquiera acercarse a nadie».

En 2004 todavía se podían ver las marcas del hardcore en las cuerdas vocales de Enric Montefusco; si te acercabas, incluso podías leer fácilmente el «I´m afraid ´cause now I know you´re flesh and bones» de «Skies and a mouse»; acababa de pasar, y te volvías locoboca arriba y boca abajo. Quizá por eso, en su primer disco en castellano, cosía el vértigo de la inmensidad abisal del ser humano con el mismo hilo invisible que nos impide alejarnos demasiado del prójimo.

«1,2,3 sol»

«A través de tu risa la vida me pide perdón».

«Y tiene una de las mejores risas de la historia, se ríe con todo su cuerpo«. Lo dice Rob Gordon sobre su última ex en la adaptación cinematográfica del Alta Fidelidad de Nick Hornby, y lo actualiza Enric Montefusco en ese salto de trampolín descalabrado y excéntrico que es el estribillo de «1,2,3 sol». Brillante, con una sonrisa integral y el pelo mojado, emerge de la piscina una de las más grandes frases escondidas de la vida de Standstill.

«¿Por qué me llamas a estas horas?»

«Se parten de risa y encima les pido perdón».

Grabada en 2006. Reproducida a capella cada día de 2014. Y lo que queda. La carrera exhausta de «¿Por qué me llamas a estas horas?» está perlada de frases de la vida, pero ninguna tan dolorosamente real como la que aparece extasiada y en forma de grito cada vez que, hoy, alguien con corbata da su vez delante de un micrófono mientras aplica su risa funesta.

«Sí, quiero»

«Desde cuándo alguien es capaz de dar más de doscientos pasos para mí».

¿Atesoran los 8 minutos de «Sí, quiero», más que las frases, la misma síntesis de la vida escondida? ¿Es, más que una gran canción, una pequeña reproducción a escala de la existencia? Quizá por eso no sea casualidad que haya que esperar tanto, casi 360 segundos, para encontrar, por fin, la excitación del sentido de la vida. «Sí, quiero» nace despacio y se incorpora con cuidado mientras los pulmones se hacen a la nueva forma de sobrevivir; crece, pidiendo magia e intensidad, hasta que encuentra el grito a ras de suelo, cuando ya no lo esperaba. Entonces se apaga: «ya es casi mediodía. Martes, y ella sigue aquí. Dormida».

«Adelante, Bonaparte»

«Ven, aunque no lleguemos a ninguna parte».

Montefusco esquiva a Marcelo Bielsa y, lo más importante, a Paulo Coelho, para revelarnos sin retórica de arco iris que, en efecto, lo que de verdad importa es el tránsito. Tan sencillo como eso. Escoltada por unas palmas y un plan para escapar hacia delante, esta es posiblemente la más rabiosamente escondida y verdadera frase de la vida en la discografía de Standstill.

«La hora del acuario»

«Ok. Si nada es nada, nada vamos a perder».

Más Lynch en el fondo y en la forma para echar un vistazo al pasado y reinventar uno de los clásicos Dylanianos: cuando no tienes nada, nada tienes que perder. La vida es domingo, y también es nihilismo. Nihilismo (de rastrillo) de domingo, pero nihilismo al fin y al cabo. «La hora del acuario» es llegar a la fiesta cuando ya todos están borrachos y emparejados, y encontrarla a ella entre Bonapartesy canciones sin fin.

«Si vieras»

«Si vieras que no sé ni siquiera si te reconocerías».

Standstill bajando al sótano, desatascando las pequeñas ventanas de madera y dejando que la luz ilumine la gran falacia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Cuando la brisa entra y despega las partículas de polvo más jóvenes deja ver que, en realidad, nadie (re)conoce a nadie. Si soplas sobre el tamo y pasas la mano, quizá hasta veas que los recuerdos sólo son tuercas y tornillos, un artefacto mecánico para inventar memorias y no asumir que la única verdad es que eres menos idiota que hace cinco años.

«Tocar el cielo»

«Desde que te escuchaba en un bar, algo incómoda en tanta belleza que no te cabe».

1, 2, 3 hiperventilación por sublimidad. Viajes al pasado imperfecto, o al futuro simple, auspiciados por Aerolíneas Standstill. El capitán Montefusco les saluda desde la cabina. Vuelos sin escala al centro neurálgico de esa anomalía vital que es encontrar la belleza en la colisión diaria con lo cotidiano. El éxtasis sintetizado en el córtex es mucho más potente que el que se fabrica con las manos. De siempre.

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