Nuestros tesoros favoritos (II Parte)

Hace pocos días, los que hacemos posible Muzikalia abríamos nuestras personales cajas de recuerdos y quitábamos el polvo a esos tesoros musicales que guardamos con gran cariño en nuestra memoria o en un lugar privilegiado de nuestras casas.

¿Quién no tiene especial nostalgia por ese single, aquél cassette, ese autógrafo conseguido después de horas de espera o ese regalo soñado que tantas veces hemos disfrutado? Esta fue la primera parte de ese especial tesoros y hoy te traemos la segunda, con una nueva tanda que esperemos, sepas apreciar.

Primero el grunge y luego…

Como adolescente, me pilló la época del grunge. Antes había transitado por el lado oscuro, escuchando música de aquí y de allá, sin demasiado criterio. Supongo que todo me valía. Fue al cambiar de hogar, pasar del sol del sur a la sombra del norte y empezar a sentir la necesidad de buscar cosas nuevas. Y en esa transición, llegó a mi vida mi primer equipo de música, con su tocadiscos, pieza esencial en este recuerdo fetichista. Mi objeto de culto bien podría ser cualquiera de los vinilos de mi hermana que me llevé en ese viaje, en época de cambio vital extremo, que cambiaron mi forma de sentir cuando escuchaba canciones. Ella no les prestaba ya atención, probablemente decidió otorgar a la música un rol secundario, pero yo los hice míos en el sentido más emocional de la palabra, desde el primer instante.

Discos de Depeche Mode, Smiths, Spin Doctors, INXS, The Cure… que me hicieron vibrar desde su primera y atolondrada escucha y que brillan con orgullo en mi estantería hoy en día. Recuerdo esa inocencia, esa energía que me recorría cuando los ponía y acercaba la aguja. Después vinieron CD’s: Nirvana, Stone Temple Pilots, Pearl Jam, Green Day, Offspring, Soundgarden… Y son muchas las veces que echo de menos aquellos momentos de descubrimiento, de ganas de indagar, de conocer nuevas bandas. En la tele había también esperanza. Y el tiempo fue pasando, con su avance inexorable, dejando atrás parte de esa inocencia y forjando unos gustos que siempre estarán marcados por aquella época dorada, única e irrepetible.

José Megía

Elton John – Live in Australia with the Melbourne Symphony Orchestra

Lo cierto es que no soy muy fetichista con mis discos, quizás porque no tengo ninguna primera edición valiosa, ni rarezas inencontrables. Mi primera colección musical la inicié en casete, hace ya 40 años, y la mayoría de aquellas cintas están rotas, perdidas o archivadas en una caja en el garaje porque son inaudibles. Pero sí, tengo también mi tesoro musical, en este caso por motivos sentimentales. Es, si no recuerdo mal, el primer regalo que me hizo mi entonces novia, hoy mi mujer: la edición en vinilo (hacía un año que, por fin, tenía plato) del Live in Australia de Elton John.

Su valor emotivo es enorme por venir de quien venía, pero también porque a ella no le gustaba Elton John pero sabía que a mí sí, y porque tuvo la paciencia de examinar mi colección de discos (tampoco era muy larga) para tomar nota mentalmente de lo que tenía y lo que no tenía. ¿El disco? Excepcional, claro, pero aunque hubiese sido una mierda sería igualmente mi tesoro musical.

Fidel Oltra

Mellon Collie & The Infinite Sadness. La vida después de la vida.

Recuerdo que tenía 19 años y esperaba la salida del disco doble de mi banda preferida -junto a Pearl Jam– desde que la música se convirtió en mi oxígeno diario. Me refiero a Mellon Collie and The Infinite Sadness (95), la obra magna -con permiso de Siamese Dream (93)- de The Smashing Pumpkins. Todavía existían las pesetas y en mi imaginación aún tierna me repetía una y otra vez que ahorraría para tener suficiente dinero y conseguir comprarlo. ¡¡28 canciones!! ¡¡Dos CD’s!! ¡¡Costará 4000 o 5000 pesetas, lo que sea, pero lo tendré!! Parecía Charlie deseando que me tocara el billete dorado dentro de mi chocolatina para visitar la fábrica de Willie Wonka. Luego fueron 2495 pesetas en Madrid Rock, la realidad nunca era para tanto.

Casi 20 años después le pedí a Los Reyes Magos la re-edición conmemorativa en caja con cuatro CD’s y un DVD, art-works inéditos, láminas y demás. Era muy cara -la realidad pasó a ser más de lo que parece- y se encargaron de regalármela a medias las dos personas más especiales del mundo: mi madre y mi novia. Y llegó el ansiado día de tenerla en mis manos. Y volví a abrir el artefacto musical buscando billetes dorados, pese a que la vida ya no brillara tanto. Poco importa que los contenidos adicionales fueran en su mayoría anecdóticos, demos instrumentales y adaptaciones algo insulsas. El espíritu de su significado era la metáfora ganadora de que los sueños seguían salpicando de imaginación la suela de nuestros zapatos para transitar el  mediocre gris cotidiano.

Con Mellon Collie aprendí a amar quimeras para modelarlas a través de mis deseos, representaba mi ideal del amor y de la nostalgia como consecuencia de sentir sin trabas. Recuerdo ponerme el CD uno, Dawn to Dusk, al despertar con legañas de soñar y el CD dos, Twilight to Starlight, al acurrucarme a oscuras en mi cama. Y estos rituales, cual sortilegios de inocencia inquebrantable, se me antojaban inviolables: nunca se podía escuchar el primero en la negrura de la noche, ni el segundo bajo la luz del día.

Los primeros versos de «Tonight, Tonight», tras el piano de la intro que daba título al disco y nos transportaba al fondo de nuestros corazones aún tiernos y pujantes, decían así: «El tiempo nunca es tiempo en absoluto. Nunca permanecerás sin perder un pedazo de juventud. Y nuestras vidas han cambiado para siempre y cuanto más cambias, menos sientes«. Y, claro, ya no volvías a ser el mismo nunca más. Y querías perseguir al conejo de Alicia y caer por el agujero que te transportara a un universo de fantasía donde grabar tu corazón en un roble lo haría permanecer inalterable, donde ponerte un anillo de rubí e invocar a la noche nos devolvería la juventud, donde atravesar océanos de porcelana nos permitiría encontrar a nuestra amada mientras agitaba los brazos esperándonos en una isla perdida, donde recordar nuestras fiestas de cumpleaños a media tarde como algo que no volverá nunca o donde una bala con alas de mariposa percutía en nuestras sienes.

Era, en definitiva, la promesa incombustible de vivir mientras hay vida, ya sea ésta real, ficticia o inventada.

Raúl del Olmo

Telekinesis – Toulouse-Lautrec EP

Yo fui una incondicional de Myspace, mi fuente inagotable de material musical y descubrimientos preciosos de por aquel entonces. De pronto, gracias a ese gran democratizador musical que fue Myspace, podía entablar conversaciones reales con algunos de los músicos que descubría a través de la plataforma y escuchaba en mi ipod. Yo dejaba un mensaje de apoyo a la banda, y antes de darme cuenta estaba teniendo una animada charla online con un cantante folk de Estocolmo o la bajista de un grupo de pop electrónico de Buenos Aires. Alrededor de 2008, una de las bandas que descubrí fue Telekinesis, el proyecto del americano Michael Lerner, que colgó en su cuenta algunas canciones. Instantáneamente me encantó su powerpop de melodías cándidas y arrebatadoras, intercambié varios mensajes con Lerner y compré su EP Toulouse-Lautrec de edición limitada, con los temas “All of a Sudden”, “Coast of Carolina” y “Creaking in the Floorboards”.

Cuando llegó a casa, resultó ser un cd en su caja completamente decorados a mano, que incluía una polaroid. Cada EP incluía una polaroid diferente, hecha por el propio Michael Lerner. La mía, era una instantánea de Abby, su gato. Poco después, Telekinesis firmaba con Merge Records para publicar su disco de debut, producido por Chris Walla (ex Death Cab For Cutie), que incluyó versiones regrabadas y un poco diferentes de los dos primeros temas del EP. Pero de vez en cuando aún le doy unas vueltas a estas versiones iniciales, porque me encanta la crudeza y la inmediatez de la grabación. El EP sigue estando entre los imprescindibles de mi colección y se lo enseño orgullosa a todo el que visita mi casa, sazonándolo con anécdotas de abuela cebolleta sobre esos buenos ratos pasados en MySpace.

Raquel García

Mis «discos piratas» de The Cure

Soy bastante fetichista y tengo guardados un montón de recuerdos musicales. Entradas de conciertos de los últimos 30 años, autógrafos, camisetas antiguas, setlists, púas de algunos de mis guitarristas favoritos… y discos, claro, muchos discos.

Comencé a comprar música a los 14 años, primero en cassette, luego en vinilo y finalmente en CD. Corría el año 87 y nuestros ídolos eran U2, Depeche Mode, Pet Shop Boys, Echo & The Bunnymen, Psychedelic Furs y The Cure, quienes siguen siendo a día de hoy mi grupo favorito. Primero llegó a mis manos Standing On A Beach (86), luego Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me (87) y a partir de ahí todos sus discos, después sus maxis y singles y final, cuando ya tienes todo; te lanzas de lleno a por los «discos piratas» generalmente con maquetas o conciertos nunca antes escuchados. Era la época de las cintas en cassette y VHS compradas generalmente por catálogo, que a las semanas llegaban a tu buzón o tenías que recoger en correos. Junto a ellas unos listados con los conciertos de tus grupos favoritos y la puntuación del 1 al 10 en la calidad de sonido. Me dejé gran parte de mis pagas mensuales en un buen número de ellos. Aparte, compré otros en vinilo y CD en diversas tiendas de Madrid. De The Cure especialmente tengo muchos, de casi todas las giras y en varios formatos con mejor y peor sonido, pero todos siguen ahí y de vez en cuando les recupero.

Este de la foto siempre ha sido uno de mis favoritos. Un concierto de la gira de Seventeen Seconds grabado en mayo de 1980 en la sala Stokvishal de Arnheim en Holanda. Un disco doble con un sonido estupendo y cuyos vinilos están coloreados como si fueran de mármol. Lo editaba The Swining Pig Records una compañía especializada en piratas que quienes estéis acostumbrados a comprarlos seguro que recordáis por su buena calidad y presentación. Este en concreto tenía en la portada una foto del grupo de su etapa 1983 y en su interior de la gira de The Top (poco tenía que ver con lo que contenía) pero aún así, merece mucho la pena. Debí comprarlo en 1990 ó 91, creo recordar que en una tienda de discos de Madrid llamada Guarrerías, que por desgracia ya no existe.

Hoy en día todo este encanto se ha perdido y podemos acceder a lo que sea a golpe de click (este pirata está en Youtube, por si a alguien le interesa),… pero ya no es lo mismo.

Manuel Pinazo

Lee aquí la I Parte

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